Analyticas del Sur. Revista de psicoanlisis en la crtica cultural

Edición Nº 11 • Diciembre de 2021 •

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Un amor travestido. Tengo miedo torero

Presentación

Un amor travestido como velo y semblante lógico, aquí entre dos hombres; implica la demostración de la hipótesis de la roca de la castración o lo Real del sexo como una (x) indeterminada que se soluciona vía el amor/goce. A diferenciar del transexualismo, el postizo de la vestimenta como género, surge como suplemento (al modo de una mascarada femenina); que en el travestismo trastoca lo imaginario para acceder a ese imposible de representar. La parodia de la pareja en el poder político en la dictadura de Pinochet en Chile sirve de marco al relato. Literatura que se anticipa al procedimiento de la letra (Lacan) a lo inconsciente nunca transparente en esta novela de Pedro Lemebel. Un comentario de Alicia Dellepiane en el curso “Se(x)uaciones : lo femenino entre mujeres y hombres”.

Enrique Acuña

“Podría escribir clarito, podría escribir sin tantos recovecos, sin tanto remolino inútil.
Podría escribir casi taquigráfico para la globa y para la homologación simétrica
de las lenguas arrodilladas al inglés”.


Lemebel, en Poco hombre
Alicia Marta Dellepiane

AP de la EOL. Miembro de la AMP. Miembro de la Red AAPP (Asociaciones Analíticas y Publicaciones Periódicas) de CABA. Responsable del Gabinete Psicológico del Centro de Estudios Manuel Ugarte.

» E-mail al autor

Elisa Ferreira López @chu.alma

La novela y su trama

Con una prosa poética aguda y afilada, Pedro Lemebel va desarrollando esta historia, con alusiones autobiográficas y una mezcla de realidad ficcionada que va atrapando el interés del lector a medida que avanza la trama (1). Una construcción animada que enlaza en la misma frase los dichos de cada personaje con el otro, en una prosa continua, de modo tal que no permite la mínima distracción en la lectura. Comienza así:

“Como descorrer una gasa sobre el pasado, una cortina quemada flotando por la ventana abierta de aquella casa la primavera del 86. Un año marcado a fuego”.

La Loca del Frente -así se nombra a la travesti que protagoniza esta comedia trágica- alquila una casa semiderruida, de tres pisos, como un caracol, en un barrio marginal de Santiago de Chile. La acción transcurre en septiembre de 1986.El la que pasaba el día cupleteando la canción “Tengo miedo torero, tengo miedo que en la tarde tu risa flote”. A las vecinas les caía simpática “Un mariposuelo de cejas fruncidas que llegó preguntando si se arrendaba ese escombro terremoteado de la esquina” (…) “Solamente le falta el novio”, se reían.

A ella le gustaba mucho escuchar la radio, pero le daba miedo escuchar la Radio Cooperativa, con esas noticias horrendas todos los días, prefería sintonizar programas del recuerdo, a Sarita Montiel, decorar esa casa herrumbrosa como una torta nupcial, con tules y pájaros en las cornisas, para adornar esas cajas tan pesadas que le pidió, como favor, que le guardara ese joven tan buen mozo que había conocido casualmente, llamado Carlos. ¡Cómo negarse con «esa boca de azucena mojada y ese timbre tan macho»!

Luego de las cajas, de libros según él, le pidió si podían reunirse unos amigos a estudiar en su casa. Ella les ofreció la bohardilla del tercer piso.

«Carlos era tan bueno, tan bueno, tan dulce, tan amable. Y ella estaba tan enamorada, tan cautiva.» Al punto de nunca preguntar, ni querer saber qué había en esas cajas, ni en ese agresivo aparato de metal cubierto que le dijeron “son rollos de manuscritos súper valiosos”, aunque a ella le parecía un condón para dinosaurio. Decidió cubrirlo con su decoración almibarada de tules, pájaros y mariposas.

Con Carlos, pasaban las noches hablando de sus vidas. Para no quedarse dormido, mientras sus compañeros estaban en reunión, le pide que le cuente su vida.

«Ella hilvanaba trazos de su memoria, una errancia prostibular, por callejones sin nombre.»

Luego, su infancia.

“Su encrespado corazón de niño colibrí, huérfano de chico al morir la madre. Su nervioso corazón de ardilla asustada al grito paterno, al correazo en sus nalgas marcadas por el cinturón reformador. Él decía que me hiciera hombre, que por eso me pegaba. Que no quería pasar vergüenzas, ni pelearse con sus amigos del sindicato gritándole que yo le había salido fallado. A él tan macho, tan canchero con las mujeres, tan encachao con las putas, tan borracho esa vez manoseando.»

Un padre que lo sodomiza brutalmente y del que no puede defenderse. Y al que está sometido hasta que decide huir.  Ese padre que pensaba que el servicio militar corregiría a ese “cacho amariconado que la madre le dejó como castigo”. Así fue como, a los 18 años, se fue de esa casa y nunca más lo vio.

 

Vidas paralelas

Entremezclando las escenas de esta relación con las del dictador Pinochet y su esposa, aparece una comparación muy interesante. La exigencia de uniformidad contra lo erotómano, el amor como límite al goce infinito que, para que haya, debe tener como condición la castración. Cuando en septiembre las protestas en Chile se dejaban oír con toda su furia, el tirano se iba de vacaciones.

«Cada fin de semana, cuando ardía la protesta, partía en la caravana de los autos blindados a su casa de campo en el Cajón del Maipo.» Lo acompañaba su esposa.   

Pero uno de esos días, Carlos la invita a ir a un día de campo, al Cajón del Maipo. Diciéndole que debe hacer un trabajo práctico para la facultad “un herbario para la clase de botánica”. La Loca del Frente corre presurosa a preparar la cesta para el picnic y ese día se pone un hermoso sombrero, tipo capelina, color amarillo. Llegados al lugar, ella despliega un mantel, bordado por sus manos, para colocar la cesta. Mientras Carlos comienza a tomar medidas que, le extraña, nada tenían que ver con un herbario. Le pide que se ponga el sombrero y se siente sobre el césped, enfoca el camino y saca fotos, en el momento que una caravana de autos ululando sus sirenas pasan a sus espaldas por la ruta y un helicóptero sobrevuela el lugar. «Ella sintió un hielo repentino al sonreír para el clic de la foto.»

«¿Te fijas que se usan los sombreros? La primera dama iba recostada en los algodones de la limusina tocada por la capelina Dior que Gonzalo, su estilista, le había comprado en Ibiza. Pero son para gente joven, mujer, ¿no viste ese par de pololos? Él sería joven, pero ella se veía bastante mayor, a pesar del sombrero amarillo que era una monada, te diré”.

Mientras continúan el viaje de vuelta a Santiago, Pinochet piensa que a su mujer “el título de primera dama había transformado a la joven sencilla que conoció cuando era soldado raso. Esa niña de liceo allá en la provincia, donde alguna vez también compartieron un picnic campestre igual que esa pareja del sombrero amarillo”.

La primera dama se había dormido y el tirano seguía pensando en lo desagradecido que era el pueblo chileno con él, que los salvó del comunismo. En sus largas cavilaciones, cuando ve pasar un micro lleno de pobres que volvían del río, piensa que podría prohibir la entrada a ese valle a quienes no fueran propietarios o turistas. Pero cerrar el Cajón del Maipo le traería muchas críticas de los opositores; estando tan cerca de Santiago muchos cabros jóvenes iban con sus novias a pasar el día, como esa pareja del sombrero amarillo, ella tan rara como una foto antigua. Continúa recordando la escena hasta que cae en cuenta… ¡era un maricón! El grito despierta a su mujer a quien le dice que mañana mismo llamaría al intendente del Cajón del Maipo para que pusiera vigilancia. Eso no lo iba a tolerar.

 

Los cumpleaños

La Loca del Frente quiere saber de la vida de Carlos y él siempre se excusa, “después te explico”. Logra un dato: su supuesta fecha de cumpleaños y que nunca lo festejó. Le gusta como los festejan en Cuba, todos los cumpleaños del mes de los niños de la misma cuadra, todos juntos, para que ninguno tenga un cumpleaños más lindo que otro. Entonces, se le ocurre una gran idea: festejarle el cumpleaños a Carlos con todos los chiquillos de la cuadra. Tendría la fiesta más hermosa que jamás imaginó. Con una torta y muchos globos.  Al concluir la fiesta con los niños, ella trae una botella de pisco. Ya más relajados por el alcohol, ella le pide que le regale un secreto, algo que nunca le contó a nadie. Entonces Carlos, se pone serio y con mucho pudor, le confiesa una escena de homosexualidad adolescente que no llega a concretarse, pero que lo llenó de vergüenza toda su vida y nunca hablo de eso. Al final le pregunta:

“¿Y todavía tienes vergüenza? Fíjate que ya no, ahora que lo cuento se me pasó, y puedo hablar sin culpa porque fue hace tanto y eran cosas de cabros chicos. ¿Tienes otro trago?” Y entre trago y trago, se queda profundamente dormido.

El relato la excitó, pero no era lujuria, «era la forma de contarlo que tienen los hombres. Esa brutalidad de narrar sexo urgente, ese toreo del yo primero, yo te lo pongo, yo te parto, yo te lo meto, yo te hago pedazos sin ninguna discreción. Algo de ese salvajismo siempre la había templado con otros machos, pero no con Carlos, porque la pornografía de ese relato la confundió logrando marchitarle el verbo amor.»

Mas luego pensó que no había sido más que una tierna historia de dos niños buscando sexo en una playa desierta. El relato finaliza, con una larga descripción de la imposible sustracción a proporcionarle, dormido, una felatio amorosa para la cual se saca la dentadura postiza. Es la forma que encuentra de ser la única para él, para ese galán que la perturba y enamora. Al general lo despierta una salva de cañonazos. Inmediatamente, lleva su mano a la luger que guarda en su mesa velador. Aparece su mujer anunciándole que son los cadetes de la Escuela que vienen a saludarlo por su cumpleaños. Su cháchara cotidiana lo perturba. Encima le quiere festejar el cumpleaños, con toda esa banda de lameculos que después hablan mal de él.

Festejar el cumpleaños le recuerda su infancia. Con su madre y la criada, insistiendo en festejárselo. Dándole tarjetas de invitación para todos sus compañeritos. «¿A todos? Preguntó el niño con altanero desdén. A todos ratificó la madre, mirándolo con firmeza. Porque no creo que tan chico ya tengas enemigos.»

Y la tarde en cuestión, Augustito esperaba, sonriendo con sarcasmo, el desfile de sus detestables compañeros, cuando saboreando la torta le preguntaran que son esos sabores raros que sentían «¿son nueces?, ¿son pasas?, ¿son confites molidos? No, tontos, son moscas y cucarachas, les diría con una risa macabra.» Pero ninguno se presentó. Y, para colmos, la madre le anuncia que, debido a que ella y la criada tienen diabetes, deberá comérsela él solito.

 

La emboscada y la despedida

Un derrumbe de bultos despertó a la Loca del Frente, la compañera que Carlos le había presentado como Laura, sacaba los bultos que había guardado todo este tiempo. Al verla despierta y sorprendida le dice que Carlos les había pedido que se llevaran esos libros. Le responde sarcásticamente: “Y tenga cuidado señorita con el cigarrillo, mire que esto libros pueden estallar como un polvorín”. Los dos chicos y la muchacha, sorprendidos, simulan no saber nada.

En realidad, ella, de tanto escuchar la Radio Cooperativa y las voces de los familiares de los desaparecidos, comenzó a sensibilizarse. Y podía hablar de dictadura y no gobierno militar, como decía la Lupe, esa loca tan «miliquera», que decía amar a su general que había puesto el país en orden. Menos mal que ella lo tenía a Carlos que le mostró esa realidad cruel que rodeaba a los chilenos.

A los tres días del cumpleaños apareció Carlos de nuevo, para llevarse el tubo de acero que ella había adornado. “¿No te molesta que me lo lleve así? Me da lo mismo, pero si tú quieres ocultar lo que es, así es más llamativo. ¿Entonces tú sabes de qué se trata? Mire lindo, que una se haga la tonta es una cosa, pero por suerte el amor no me tiene mongólica, le gritó con despecho de sirena de mar. ¿Y por qué nunca preguntaste nada? ¿Cómo que no pregunté? Me cansé de preguntarte y tú siempre ‘Después te explico, después te explico’. Sería peligroso que tú manejaras más información. ¿Y por qué, no estamos metidos los dos en lo mismo? Seguro, afirmó Carlos, y a ella le encantó compartir ese ‘los dos’ y ese ‘nosotros’ que él reafirmaba con peligrosa complicidad. Si algún día tenemos que comunicarnos en la clandestinidad, tenemos que tener una contraseña, una frase secreta que sólo conozcamos los dos. ¿Puede ser una canción, te la escribo? ¡Nunca, jamás! Una contraseña no se escribe. Hay que sabérsela de memoria. Y ella le sopló al oído los vahos cupleteros de aquel nombre”.

Finalmente, se produce el atentado contra Pinochet. Ese fin de semana su mujer no quiso acompañarlo porque tenía dolor de cabeza. El 7 de septiembre del 86, cuando el tirano estaba volviendo a Santiago, una emboscada en el camino los detuvo y ametralló los autos, muriendo varios de sus escoltas que estaban en los autos que lo acompañaban para protegerlo. Y, gracias a las maniobras expertas de su chofer, logra salir indemne y volver al Cajón del Maipo, aunque cagado hasta las patas. Y luego teniendo que aguantar a su esposa, diciéndole que para qué gastar tanta plata en escolta. «A lo mejor hubiera salido más barato contratar a ese Frente Manuel Rodríguez para que nos cuidara. Porque no salió ninguno herido y los tontorrones de la escolta no pudieron con ellos. Y encima, ahora, hay que pagarles los entierros, indemnizaciones a las familias.»

A La Loca le avisan que recoja sus cosas, que la pasarán a buscar, ese lugar era peligroso y no se podía quedar allí. Tenía que borrar todas las marcas posibles que permitieran cualquier identificación. Luego de concluir la tarea, sube al altillo; ella no sabe si volverá a ver a Carlos, y piensa “¿Cómo se mira algo que nunca más se va a ver?, ¿Cómo se puede olvidar aquello que nunca se ha tenido? Tan simple como eso”. La llevan en auto a Valparaíso, la dejan frente a un bar en la costanera y le piden que espere, sentada en la primera mesa a la izquierda, para que pudiera ver el mar. Ese mar que siempre deseó conocer y nunca pudo, como le dijo una vez a Carlos. No sabía qué tenía que esperar, pero a pesar de eso estaba tranquila. Sorpresivamente una voz en su oído musitó «¿Tienes miedo torero?»

Como un milagro Carlos apareció en el bar y la invitó a salir de allí, llevándola en un taxi hasta la playa. La conversación entre ellos es sutil e irónica. A ella le encanta entrar en ese juego que la une tan íntimamente a él. «¡Qué elegancia! Suspiró el chico con admiración. Usted, princesa, de nada construye un reino. Hay que tener dignidad para vivir, señor cochero.»

En el viaje se cruzan con la pareja presidencial, sin que ninguno de ellos se llegue a reconocer. Caminan por la playa y ella se siente plena y feliz. Después de un día maravilloso, Carlos le ofrece dinero para su manutención, ella quiere rechazarlo, él insiste, «después de todo lo que hiciste por nosotros y especialmente por mí, ¿cómo podría pagártelo? Con sólo tres palabras ¿Qué palabras? dijo él con vergüenza en sus ojos de macho marxista. ‘Tengo miedo torero’ ¿Qué más?»

Sin saber qué más ofrecerle, de repente le dice: «¿Te irías conmigo a Cuba?» Le responde: “Tu generosidad me conmueve, amor, y quisiera ver el mundo con esa inocencia tuya que me estira los brazos. Pero a mis años no puedo salir huyendo como una vieja loca detrás de un sueño (…) ¿Qué podría ocurrir en Cuba que me ofrezca la esperanza de tu amor…? Tu silencio es una cruel verdad, pero también una sincera respuesta. No me digas nada porque está todo claro. ¿Te fijas, cariño, que a mí también me falló el atentado?

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Texto leído en el curso dictado por Enrique Acuña «Se(x)uaciones . Lo femenino entre mujeres y hombres», el 3/3/21. –  Comentario del libro de Pedro Lemebel: Tengo miedo torero

Notas:

1 – Acceso al libro:
http://www.anffos.cl/Descargas/BIBLIOTECA/Pedro%20Lemebel%20-%20Tengo%20Miedo%20Torero.pdf

2 – Film de Rodrigo Sepulveda, 2018.

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Analytica del Sur Número 1. Aparición en web: julio 2014.

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