La historia del psicoanálisis y la histeria de los historiadores
Miembro del Cid – Tucumán. Miembro del Instituto Oscar Masotta (IOM2). Miembro de la Asociación Freudiana de psicoanálisis. Profesor universitario. Escritor.
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Pan Arbol . 1954.
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Fundación Pan Klub - Museo Xul Solar
Ciertas razones
Frecuentemente, cuando los historiadores dan algunas razones de su práctica, nos vemos enfrentados a varios problemas articulados entre sí.
En primer lugar, algunos de ellos, particularmente los universitarios, tienden a prestigiar un grado de objetividad en su obra, logrado, según afirman, por la fidelidad a los documentos, esto es, a las fuentes objetivas en que esos relatos históricos se sustentan.
En esta posición, la objetividad del historiador está en reducir al mínimo sus comentarios subjetivos, particularmente los juicios de valor que, como todo el mundo sabe, se encuentran teñidos de particularidades personales.
De este modo el relato histórico se despliega como una narración neutra, una sucesión de fechas y acontecimientos cuya explicación brota por sí misma, con una naturalidad que a algunos les parece tranquilizadora, pero quien escribe estas líneas considera cuanto menos, inquietante.
Se pretende, de este modo, borrar las huellas de aquello que resulta decisivo para producir un texto, una obra, unas palabras de amor, o un trabajo cualquiera. Es decir, del deseo que habita a cada investigador y que, aun a costa de los esfuerzos realizados por su yo, se filtra incesante en muchas de sus producciones.
Y esto sucede sin que se atiendan a los contenidos de los trabajos en cuestión. Que sea complejo determinarlo en trabajos relativos a la física, la química o la biología, no es inusual toda vez que en esas ciencias se eluden con mayor fortuna los caracteres propios del deseo, que se considera tan particular que haría imposible ofrecer un saber universal, tal como aspira a serlo la ciencia.
Pero, en los trabajos de las que han sido llamadas (cómicamente, a mi entender) las ciencias humanas, esta supresión de las condiciones subjetivas que se realiza es fatal para la constitución del saber que allí se expresa.
Porque el saber, como lo señaló J. Lacan, se encuentra ligado al deseo inconsciente, toda vez que es el sujeto del mismo quien lo produce, como una defensa frente a su goce o más bien como una solución a las antinomias a las que esta satisfacción inconsciente lo introduce. Solución que siempre es precaria y siempre sujeta a revisión.
En la historia se produce, además, la singularidad que estamos reconstruyendo el pasado, a partir naturalmente de datos, fuentes, documentos, cartas, papers, pero esta apoyatura empírica, no puede eliminar el grado de interpretación, de conjetura que aplicamos a esos datos. La hipótesis que hoy presentamos está fundada en la seguridad que esas conjeturas e interpretaciones tienen una raíz en el deseo del investigador, y desde ese punto de vista la investigación histórica se sostiene, indirectamente, en cierta posición deseante que, a veces, pasa desapercibida para el escritor y, lo que es más grave, se intenta hacer pasar desapercibida para los lectores del mismo.
Como afirmaba Marc Bloch en un hermoso ensayo: “Sin embargo, no hay sólo psicología de la conciencia clara. Leyendo ciertos libros de historia se creería que la humanidad está compuesta únicamente de voluntades regidas por la lógica, para quienes sus razones de obrar no tuvieran jamás el menor secreto” (Bloch, p.187) dando así la pista para una investigación que despejara algo de la causa de un escrito histórico, mas allá de la ley a la que podemos considerarlo sujeto.
Debemos aclarar que cuando decimos deseo inconsciente, no estamos intentando ni un psicoanálisis de quien escribió el texto, ni tampoco explicar ese texto por esa localización. Los escritos de historia deben juzgarse por los elementos críticos de la historiografía, sus métodos y sus fundamentos. Lo que nos interesa, por el contrario, es poner en evidencia algo que las ciencias eluden y, en la medida en que la historia, en ciertas orientaciones, ha preferido mimetizarse con la ciencia, ignora algo de su causa, y de las razones de estructura que llevan a producir un texto, una investigación en ese terreno.
No es posible escribir historia del psicoanálisis sin aludir al deseo que lo produce, toda vez que la teoría psicoanalítica se encuentra no sólo conceptualizando el deseo como uno de sus conceptos, sino porque ella misma está causada por un deseo, el de Freud, al cual Lacan interpretó y constituyó como su motor ineludible.
Del mismo modo, la historia de la psicología y la psiquiatría se encuentran atravesadas también por deseos de las más variadas procedencias. Esos deseos constituyen una materialidad lingüística que teje una amplia red de instituciones, lugares, centros de poder y determinaciones que muchas veces permanecen veladas en los trabajos en cuestión, impidiendo al interlocutor situar el lugar simbólico desde donde esas producciones son emitidas.
Como se ha afirmado con justeza, “Freud no confiaba en los médicos, los norteamericanos temían que los psicoanalistas profanos desvirtuasen el psicoanálisis. La historia del psicoanálisis en los Estados Unidos muestra que ellos temían… lo que deseaban” (García, p.25). Esta cita de Germán García, que proviene de una polémica librada en 1972, muestra que ignorar lo que permanece latente en los textos permite producir los peores efectos y coloca a muchos de esos textos en el estado de una belle indiference, cuyos resultados suelen ser tragicómicos, por lo menos.
Una ilustración
Si ciertas marcas metonímicas del deseo inconsciente que producen un trabajo de historia se encuentran en el texto mismo, bastará situarlas empíricamente para que se revelen sus efectos. Para ello, tomaremos dos trabajos producidos recientemente, para indicar en ellos esas trazas que los vuelven muy distintos, a pesar de estar (al menos parcialmente) dirigidos hacia el mismo objeto. Se trata de un trabajo denominado “Los trastornos del lenguaje en la psiquiatría clásica”, firmado por Emilio Vaschetto como “prólogo” a una compilación denominada Lenguaje y Psicopatología (Polemos, 2012), y otro llamado “Las novelas que nos contamos de Lacan”, elaborado por Jorge Baños Orellana y publicado en un libro denominado Inconsciente e historia después de Freud (Prometeo, 2010). Los dos tienen objetivos diferentes, pero lo que me interesa es que ambos abordan, por supuesto que de manera distinta, un texto del Lacan temprano denominado Escritos “insipirados”, cuya autoría se encuentra compartida con Joseph Lévy-Valensí y Pierre Migault.
En el primero de ellos (Vaschetto, 2012), la indicación del texto se encuentra colocada en torno a una serie que pertenece a una colección de artículos iniciales que muestran que la psiquiatría clásica tenía un interés genuino en los trastornos del lenguaje y, como se afirma en el mismo, “el interés por el lenguaje por parte de los alienistas, es un hecho a destacar” (Vaschetto, p. XI). En el segundo (Baños Orellana, 2010), el interés es otro: se trata de definir cuándo Lacan se volvió Lacan, cuándo abandonó la psiquiatría para enrolarse en el psicoanálisis, hecho que Baños Orellana sitúa en 1931, cuando publica el texto comentado. La precisión no carece de consecuencias, ya que como se afirma en el texto “las novelas que se cuentan de Lacan no valen todas lo mismo” (Baños Orellana, 170).
Según Baños Orellana “la originalidad de Lacan es una creatio ex nihilo (algo surgido como de la nada, un corpus sin precedente digno de tal nombre) o bien es una creatio ex principim (porque su radicalidad habría consistido en la manera que Lacan reorganizó, resignificó lo preexistente)” (Baños Orellana, 172). Vaschetto, en cambio, afirma que “Para tener una visión panorámica de los trastornos del lenguaje es preciso reconocer cuales son las referencias de la época en la que estamos trabajando. En este sentido, la lingüística saussureana nos servirá de pivote entre las producciones citadas (Seglas, Giraud, Chaslin, Meyerson y Quercy, Migault, Lévy Valensi, Lacan)” (Vaschetto, XII), con lo cual el interés estructural del texto comentado es evidente.
En este sentido su texto caería dentro de la crítica que Baños Orellana desliza a J.A. Miller al imputarle un modo bíblico en su manera de contar la historia de Lacan: “Como las edades de David, la narración avanzará a saltos, las transiciones serán elididas, las figuras (de Lacan, de los tres registros o del goce) mudarán de ropaje y entonación, no se sabrá cómo llegaron al nuevo destino, los parlamentos dirán lo esencial, no habrá Odisea geográfica ni interior” (Baños Orellana, 174)
En este punto me parece que el deseo implícito en el texto es claro: se trata no sólo de situar el origen, sino también de arrebatárselo a otro, el aire de denuncia establece aquí un punto en que se afirma que la lectura definitiva es la dada por la narración misma. Al situar el comienzo, se sabe la verdad de las cosas, aunque el comienzo sea, como lo demuestra la cita de Lacan que hay en el texto, demasiado problemático para historizarlo rápidamente.
“Al comienzo era el Verbo, lo que quiere decir, el significante. Sin el significante al comienzo, es imposible articular la pulsión como histórica. Y esto es lo que basta para introducir la dimensión del ex nihilo en la estructura del campo analítico” (Lacan, 1988) Esta cita que Baños Orellana coloca al comienzo de un apartado de su trabajo, ¿no desmiente su tesis central dando la razón a Miller?
En Vaschetto, por el contrario, la preocupación es también clínica (a pesar del tono estructural de su escrito) cuando afirma que el texto de Lacan de 1931 está escrito “en virtud de que muchos enfermos solamente presentan este tipo de trastornos, los autores se ocupan de un caso (Mlle. C) en el cual la actividad lúdica de la lengua se combina con una parte de automatismo psicológico” (Vaschetto, X).
El deseo que anima este texto también me parece claro: el origen está perdido y sólo puede situárselo en función de una estructura que determina lo que se cuenta como punto de partida. No importa de manera esencial (sólo para los eruditos y para los historiadores ensimismados en sus propias elucubraciones) el comienzo, lo que sí importa es el giro de las ideas, la ruptura que provoca en un determinado campo de saber y, agreguemos, una dirección en torno a cierto modo de operación del psiquiatra y del psicoanalista.
Lo que quiero hacer notar es que, en ambos textos, tenemos metonimias de un deseo que lo vivifican y vuelven creíble. Que, en ambos, también se notan las omisiones, los vacíos y los datos eludidos, todo ello organizado por ese deseo que los transita. Y que, finalmente, para determinar ese deseo hay que atender a lo no dicho, en función de lo dicho, es decir indicar (en la medida de lo posible) qué relación hay entre la enunciación y los enunciados.
Este pequeño e incompleto esbozo de un análisis del deseo implícito en un texto, me parece que, por precario que sea, basta para indicar que la historia, en la medida en que su tema privilegiado son las obras, pensamientos y acciones de los hombres, vale más que un mero amontonamiento de fechas, y tiene una importancia decisiva en el campo que nos ocupa: la historia del psicoanálisis.
La histeria de los investigadores
Todo historiador (profesional o amateur, poco importa) se sitúa como un sujeto ante sus producciones. Así lo ha afirmado Carl Schorske: “La historia”, observó Burckhardt alguna vez, “es lo que una época considera digno de comentario acerca de otra” (Schorske, p.22); para agregar más adelante que “Es mi deseo que, como en un ciclo de canciones, la idea central sirva para establecer un campo coherente en el que las diferentes partes echen luz unas sobre otras e iluminen el todo” (Schorske, 25). Comparar a la historia de las ideas culturales con un ciclo de canciones indica con claridad el lugar del deseante en ese escrito.
Ante ese “ciclo”, el sujeto que lo “canta” debe dejar sus rastros en el texto. No abrumaremos aquí con los elementos con los cuales esos rastros de la enunciación se hacen presentes.
Bastará indicar que condiciones de tiempo, lugar, circunstancias de la enunciación, tonos emocionales en la misma, omisiones, exclamaciones, comparaciones, juegos de palabras, son indicaciones suficientes para localizar a ese sujeto. Libros como El decir y lo dicho (1994) de Oswald Ducrot o La Transparencia y la enunciación (1981) de Francois Recanati, bastarán para orientarnos en esta dirección.
Indiquemos también que el sujeto historiador frecuentemente es recuperado en los prólogos, las notas al pie y los anexos de un artículo o libro, sobre todo cuando el esfuerzo erudito no ha sobrecargado de manera excesiva los textos históricos.
Lo que importa es determinar la histeria presente en el investigador. Puesto que, como afirmó Lacan: “El hecho de haber enunciado la palabra inconsciente no es nada más que la poesía con la que se hace la historia. Pero la historia, como lo digo algunas veces, la historia es la histeria” (Lacan, 1976-77, 20-12-77) con lo cual otorga a la histeria, en tanto discurso, la capacidad (y el límite) de producir historia, de construir concatenaciones de hechos que, de algún modo, intentan explicar (equívocamente) lo real en juego en los devenires de los hombres y de los pueblos.
En este sentido es que planteábamos una cierta “histerización” del investigador histórico, en tanto es el discurso que más le conviene, para hacer que sus relatos construidos a partir de ciertos rasgos reales (documentos, fechas, monumentos) se constituyan en historias capaces de interpelar algo de los saberes sedimentados.
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Este trabajo fue presentado en el XV Encuentro Argentino de Historia de la Psiquiatría, la Psicología y el Psicoanálisis, realizado en La Plata en el 2014.
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Bibliografía:
– Bloch, M.: Introducción a la Historia. Fondo de Cultura Económica, México, 2012
– García, Germán: “Respuesta a G. Baremblit”, en Polémica: Psicoanálisis y Política en la Argentina, Asociación de Amigos de la Fundación Descartes, Buenos Aires, Marzo de 2010.
– Vaschetto, Emilio: “Los trastornos del lenguaje en la psiquiatría clásica” en Lenguaje y Psicopatología, Polemos, Bs. As., 2012.
– Baños Orellana, Jorge: “Las novelas que nos contamos de Lacan” en Inconsciente e historia después de Freud, Prometeo, Bs. As., 2010.
– Schorske, C. La viena de fin de siglo, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2011.
– Lacan, J.: El seminario, libro 25 “El momento de concluir” (1977-78), inédito.