La a-medida
Lic. en Psicología (U.B.A.). Miembro del Comité editorial de Analytica del sur- Psicoanálisis y crítica. Miembro de Red AAPP (Asociaciones Analíticas y Publicaciones Periódicas)
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El magnífico peñon, Zygmunt Kowalski, IG: @centenariokowalski
I
En el psicoanálisis sabemos algunas cosas acerca de la repetición, en especial de aquella que hace sufrir. Y apuntamos a una repetición diferente, del “goza con tu síntoma” al “saber hacer con el síntoma”. Es que hay también una repetición gozosa, en el sentido del gusto de cada quien. En mi caso, por ejemplo, nunca me canso de releer esa clasificación borgiana y, a pesar de que sé que la mayoría de ustedes la conoce, me permito hacerlo una vez más hoy. Y no por puro gusto, si bien no sin él.
En “cierta enciclopedia china”- citada por Borges en el texto “El idioma analítico de John Wilkins”- leemos que según dicha clasificación, los animales se dividen en: “(a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas.”
Jacques Lacan afirmaba que en la escritura de James Joyce había cierta disolución de la lengua inglesa. En la multiplicidad de las lenguas convocadas, el inglés resultaba agujereado, pluralizado por la semántica y la sintaxis de las otras lenguas. A través del método que llamaba dislocución, el escritor dislocaba de cierta manera el sentido. Pues bien, escribiendo su propuesta clasificatoria, Borges disloca, esta vez, la noción misma de clasificación, demostrando lúdicamente que hay lo imposible de clasificar.
Un traje hecho a medida es, justamente, lo que no es un traje prêt-à-porter. Existe una clínica de la así llamada “salud mental” (aunque, con Germán García podríamos objetar que si hubiese tal cosa no necesitaríamos de ella); existe esa clínica y existe una práctica: la analítica. La primera es ecléctica, un campo variopinto que se extiende desde las tecnologías del yo hasta el ideal de una espiritualidad de cuño oriental inserta en el hipercapitalismo contemporáneo. A pesar de su número y su variedad, estas clínicas pueden englobarse del siguiente modo: aun si anuncian lo contrario, tienden a un universal. Ese universal puede ser explícito: la salud mental, la adaptación a la realidad, el fortalecimiento del yo, la recuperación de la autoestima, el retorno al trabajo, a la familia, al amor, etc. O puede funcionar como horizonte implícito -no dicho, tal vez ni siquiera conocido- cada vez que, también ciertas prácticas que se denominan a sí mismas analíticas se orientan por los ideales del terapeuta, sin que éste lo advierta.
Otro punto importante en estas clínicas es su tendencia a la clasificación en síndromes y trastornos y el intento de hacer entrar el padecimiento del sujeto en una clase prêt-à-porter, ya constituida. Sabemos que dar ser, nombrar el ser a través de un diagnóstico puede tranquilizar al consultante: “Usted es un TOC”. Podemos preguntarnos en este punto quién se calma más con esto, si el paciente o el terapeuta. Es que la falta en ser, al comienzo y el resto de ser, al final, no son cosas fáciles de soportar.
En ocasiones en estas clínicas se habla también de singularidad. Se ha captado el individualismo actual o el deseo histérico de ser una excepción. Los cognitivismos contemporáneos, por ejemplo, también hablan de “singularidad del sujeto” y suenan bastante convincentes. Por ejemplo: “El modelo cognitivo cuenta con manuales o protocolos de tratamiento y esto puede llevar a la confusión de que se implementa con cualquier paciente las mismas intervenciones. Ante esto sería pertinente aclarar que se trata de tratamientos específicos para trastornos específicos, con lo cual el modelo que se utiliza con un paciente con pánico no es el mismo que se utiliza con un paciente deprimido. Incluso dentro de los pacientes con depresión, por ejemplo, no hay un tratamiento igual a otro. Las estrategias suelen seguir una secuencia lógica pero el contenido de la sesión rara vez es el mismo entre distintos pacientes. Por otro lado, tal vez sea más preciso decir que las TCC tienen una noción diferente de singularidad; la cual se relaciona con la manera más íntima y particular que tiene cada ser humano de construir su mundo. Es decir, que la TCC respeta la singularidad del paciente, entendiendo por ésta a la forma única e irrepetible que tiene cada persona de adscribir significados.”
Es la práctica analítica la única que le da al concepto singularidad todo su peso. No se trata únicamente de las dimensiones simbólicas e imaginarias, de adscribir significados. El peso de lo real, marca de goce, rubrica nuestra entrada en el lenguaje. Es universal en cuanto nadie escapa a ella como ser que habla, pero única, singular en el sentido fuerte del término, en tanto el goce, el modo de satisfacerse en el sufrimiento, siempre está en infracción con el universal.
Éric Laurent establece con claridad la postura (término que puede tomarse en el sentido que le da Pascal): “Nuestra práctica del caso es muy extraña. No se trata para nosotros de ir a la búsqueda del caso que contradiría la coherencia de la clase clínica. Tampoco intentamos adoptar una postura popperiana. Partimos de la inscripción de un sujeto en una clase de tipos de síntomas, por ejemplo, la neurosis obsesiva, para obtener lo más singular de
su síntoma. En el mejor de los casos, partimos de una neurosis para obtener al final ‘el Hombre de las Ratas’. Es una extraña práctica que termina por cuestionar la consistencia de las clases clínicas.” (1)
También el artículo de Enrique Acuña “Desclasificar. Un destino para lo singular» (2) resulta muy esclarecedor al respecto. Allí enseña que en la discusión sobre Los inclasificables de la clínica analítica J.-A. Miller presenta la posibilidad de una clínica continuista centrada en la pragmática de las estabilizaciones y una discontinuista donde se observan los cortes de un caso. La continuista sería aquella que no hace tanto caso al realismo de las estructuras, sino que se inclina a ubicar un detalle de arreglo o anudamiento en una suerte de nominalismo de lo particular. Entonces uno podría decir: realismo de las estructuras versus nominalismo del síntoma, pero también un movimiento dialéctico entre lo universal y lo particular. En el medio está el problema del objeto a clasificar que se resiste a ser identificado. Una (x).
-Universal: realismo de la estructura (lenguaje-discontinuo) –Particular: nominalismo del síntoma (anudamiento-continuo) –Singular: (x)
II
Demos una vuelta más a esta metáfora masottiana del traje analítico. Habría también, podemos pensar, un aspecto prêt-à-porter. Cuando Lacan explica la transferencia analítica como suposición de saber, hace hincapié en “el significante cualquiera” del lado del analista con el que se engancha el sujeto. Aunque puede suceder que después de numerosas vueltas dichas el analizante sepa reconocerlo al final del recorrido y descubrir que, precisamente, no era cualquiera. Estaba hecho a medida.
Asimismo, el ofrecerse del analista puede asemejarse -en el comienzo de cada cura- a un prêt-à-porter, a un «para todo uso». Como señaló Lacan, éste paga con su persona en la transferencia y se atiene a una posición de “docta ignorancia”. Sin embargo, esta aparente abstinencia, este vacío tiene, como en la pintura china, una función y constituye, a su vez, el resultado del análisis del analista ya que es con su singular que opera, con lo que extrajo de su experiencia, saldo llamado deseo del analista. No sin ese resto pondrá a disposición del analizante hilo y aguja para la hechura del traje hecho a la medida de quien lo consulta.
III
El artículo “Un traje a medida”, que causó el trabajo de estas jornadas, condensa en un par de páginas el recorrido analítico. Cada párrafo puede ser tomado en detalle. Por mi parte recorto uno: el “epílogo escénico prolongado, último capítulo de la novela neurótica donde es posible escribir una diferencia”. Tal vez no se trate de uno sino de varios últimos capítulos… De hecho, en el texto se los menciona; las vueltas dichas en el automatismo de repetición: tiempo, historia, experiencia, transferencia.
A modo de breve testimonio, un escrito que envié al analista en ocasión de una frase soñada con posterioridad a la muerte de mi padre: WHOLE IS HOLE. [El todo, lo completo, WHOLE es/está agujero HOLE]
“Me pregunté, luego de haber contado el sueño Whole is hole si, después de todo, no era eso la histeria, descompletar el todo con la caída de la inicial del nombre de mi padre (W). Me lo volví a preguntar cuando, en el seminario, hablabas del amo moderno (Ⱥ) como distinto del amo antiguo (A). Pero pienso que son cosas distintas porque, a mi parecer, la histeria arma el todo para poder descompletarlo. Pero, una vez sabido que ese todo está agujereado, ¿para qué volver a armarlo? Whole is hole es una constatación. Ya no es necesario ir por la vida armando todos, me puedo librar de ese trabajo.”
Esto último es ya una elucubración de saber acerca del real de la muerte de mi padre. Pero lo que llamo ahí “constatación” es una certeza que acompaña las interpretaciones del inconsciente en los tramos finales de un análisis. Un inconsciente que ya casi no sueña imágenes sino frases, único modo ese, lo escrito- hole y whole suenan igual, son homofónicos-, en el que resulta posible escribir una diferencia.
(Algo similar sucedió más adelante con una ocurrencia chistosa, con un Witz, también entre lenguas, que agujereó esta vez un significante amo. Solo escribiendo una fracción de palabra de tres modos diferentes en tres lenguas diferentes se produciría ese efecto.)
IV
“Tenemos que ser inolvidables”, proponía Éric Laurent como solución a los problemas técnicos de la práctica analítica. ¿Inolvidables? Sabemos que la función olvido opera necesariamente en todo análisis y que este “inolvidable” no alude tampoco a ninguna inflación del ego del analista. “En la medida en que el artefacto de las categorías produce categorías olvidables, hay que saber formarse suficientemente para dirigirse al sujeto de manera inolvidable.” Esto tiene como consecuencia, me parece a mí, que no hablemos de “liquidación de la transferencia” al final de un análisis. No hay tal cosa. Con la caída de los significantes amos, el agotamiento de las identificaciones en juego en el fantasma y la extracción de cierto saber acerca del propio nombre de goce, resta, por el lado del analizante el deseo del analista y por el lado del analista, no la liquidación de la transferencia sino la transferencia de trabajo.
Continúo con la cita de Laurent: “Encontrar un analista no consiste en encontrar un funcionario del dispositivo; se trata más bien de que sea alguien que pueda decir a un sujeto, en un momento crucial de su vida, algo que permanecerá inolvidable.”
Agradezco a Enrique Acuña por haber sido aquel que, con su deseo de analista, vacío organizador de su decir, hecho de dichos y silencios, con su presencia en acto, ha estado ahí para mí. Muchas cosas cayeron bajo su gesto iconoclasta y otras restan, inolvidables.
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*Texto escrito a partir de la intervención en las VII Jornadas Anuales de la Red AAPP, tituladas: “La experiencia Analítica -un traje a medida-”. El viernes 15 y sábado 16 de septiembre del año 2023, en Posadas.
Notas:
(1) Laurent, Éric.: Psicoanálisis y salud mental, Tres Haches, Bs. As., 2000.
(2) Acuña, Enrique.: «Desclasificar. Un destino para lo singular». En: Resonancia y silencio- Psicoanálisis y otras poéticas, EdULP, La Plata, 2009.