Analyticas del Sur. Revista de psicoanlisis en la crtica cultural

Edición Nº 13 • Diciembre de 2023 •

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Inconsciente y memoria, una lectura crítica desde la Historia

Marcelo Scotti

Profesor de historia en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), en la facultad de Humanidades y Ciencias de la educación. Docente especialista en Ciencias Sociales con mención en psicoanálisis y prácticas socioeducativas por FLACSO.

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Entre tungales y araucarias, Zygmunt Kowalski, IG: @centenariokowalski

 

Falta de Timing

Pensar la memoria hoy, en este momento, es un desafío que se plantea en una articulación histórica que hace espacio a lo que, desde nuestra perspectiva se presenta como perplejidad. Me propongo y les propongo pensar esta falta de timing entonces para indagar en aquello que se nos presenta como sorprendente o más allá de nuestras expectativas o marcos de legibilidad o posibilidad histórica.

Creo que, en esta imagen, la del jugador que llega a destiempo y queda descolocado -la pelota ya pasó, el rival llegó antes, dudó entre salir o quedarse…- podemos situar una cierta reflexión entre pasado, presente y porvenir en este contexto particular. Al menos es lo que me convoca personalmente ante esta invitación: poner a trabajar lo que, según alcanzo a ver, está en la base y en derredor de este estado de perplejidad en el que asoman imágenes y sentidos sociales contrarios a los que defendemos como pertenencia a una cierta comunidad de ideales, proyectos, expectativas y valores. En esta coyuntura, además, se exponen, no sin cierta ironía de la historia, los sentidos en disputa en relación con los cuarenta años de democracia, sus promesas, sus logros, sus horizontes de posibilidad y sus límites.

¿Contra cuántas cosas se votó? ¿Cuarenta años de democracia se plebiscitaron en las elecciones de ayer? ¿El “consenso democrático”? ¿La elección más importante en cien años? ¿Si lo que estaba en juego es la democracia entonces un 55% dio un “autogolpe”? Somos inflacionarios por naturaleza. Pero acá podríamos, más que desdramatizar, como dijo un viejo amigo: “mojar el gato para ver el tamaño real”. La parte extorsiva de la campaña mezclaba hacer pasar esta elección por un plebiscito de la democracia. ¿Y ahora qué tenemos que decir sobre esto? Lo que pasó ayer se podría decir así: este peronismo habló con la democracia y la sociedad le contestó con la crisis. Ni más ni menos. Propuso un bosque de temas, llenos de imágenes de glorias pasadas y derechos universales y la sociedad siguió agarrada al árbol vital de la economía. A Milei lo votó mucha gente que quedó sola y rota.[1]

¿Cómo leemos, cómo interpretamos desde la Historia este giro de la democracia sobre sí misma? Un amplio apoyo electoral a un candidato que no habla la lengua de la democracia y a su vicepresidenta, que trasciende en su discurso el negacionismo y propone, en su lugar, la reivindicación de aquello que ella misma, contra el consenso político establecido y la propia legalidad, desconoce como terrorismo de estado. Conversamos en la previa de este encuentro sobre algo que “estaba en el aire” incluso antes del ballotage: la memoria histórica como problema, y, sobre todo, como un problema de nuestro aquí y ahora. Sin pretender elaboraciones concluyentes ni cerradas sobre una cuestión que, de todos modos, no las admite, les propongo algunos rodeos en tiempo y en espacio en la convicción de que sólo una cierta distancia o la búsqueda de posibles distanciamientos nos pueden ofrecer caminos al tratamiento más amplio y tal vez más preciso al problema.

En las últimas décadas del siglo XX empezaron a cobrar relevancia en el campo de la historiografía los estudios basados en la memoria. Esta novedad articulaba las experiencias de los sobrevivientes de la segunda guerra mundial, en especial del holocausto, con otros procesos diversos de visibilización de ciertas minorías o colectivos usualmente marginados u ocultos en las narrativas históricas oficiales: las historias de las mujeres a la luz de las luchas feministas que se acrecientan en los años sesenta, las de los pueblos colonizados que se organizaban como nuevas naciones en el marco del proceso de descolonización en África y en Asia  y las de ciertos colectivos segregados, como los negros en Estados Unidos, cada vez más organizados en torno de sus demandas de igualdad. De a poco va configurándose una tendencia cada vez más influyente, que luego, en nuestra región, se articulará con la experiencia de las víctimas, sobrevivientes o sus familiares, de las dictaduras latinoamericanas de los años setenta. La memoria entra en la Historia desde sus márgenes, desborda las historias oficiales, las denuncia, las cuestiona. Representa narrativas reprimidas, elididas o silenciadas por los poderes establecidos, se constituye como una contra narrativa en relación con las historias aceptadas y, también, con los sentidos comunes circulantes en amplias mayorías sociales en una época determinada. En el origen y por largos años, su filo político es el de la resistencia o el de la lucha contracultural.

Pionero en los estudios sobre la memoria, el historiador francés Pierre Nora delineaba tempranamente esta perspectiva:

La memoria es la vida. Siempre reside en grupos de personas que viven y, por tanto, se halla en permanente transformación. Está sometida a la dialéctica del recuerdo y el olvido, ignorante de sus deformaciones sucesivas, abiertas a todo tipo de uso y manipulación. [2]

Andreas Huyssen, en En busca del futuro perdido, cultura y memoria en tiempos de globalización [3] vincula el giro hacia los estudios de memoria en las últimas décadas con una crisis de las representaciones clásicas que la modernidad portaba sobre el futuro: la utopía liberal de un presunto progreso indefinido, de la evolución lineal de la Historia hacia adelante y de las promesas futuristas que encarnaba la ilustración en su faz burguesa positiva o en su revés marxista revolucionario. En la base de este giro suspicaz hacia el pasado se entrevé también una desconfianza o una mirada sombría sobre el porvenir. Una idea para llevarnos en lo que sigue: las nociones sociales más o menos generales sobre la temporalidad exponen un cierto nosotros en sus posibles proyecciones hacia atrás y hacia adelante en un presente que es, siempre, de una u otra manera, un campo de fuerzas en disputa.

Me interesa retomar estos dos posibles puntos de partida -la dialéctica entre recuerdo y olvido y la desilusión futurista- para pensar la memoria aquí y ahora, en esta perplejidad a destiempo, en un campo de tensiones históricas, temporales, políticas y sociales dinámicas. Por definición, si la memoria es un conjunto de sentidos sobre el pasado más o menos próximo socialmente formulables en una época determinada entre lo que se recuerda y lo que se olvida, no puede ser entendida en ningún caso como un sentido conquistado. homogéneo ni definitivo.

 

Algunas referencias pertinentes

Francia, 1969, Marcel Ophüls realiza el documental La pena y la piedad. El film recibe una medida de censura oficial preventiva para que no fuera estrenado en la tv nacional. ¿Qué contaba la película documental? En la ciudad de Clermont Ferrand, franceses que recuerdan con nostalgia los buenos tiempos de la ocupación nazi durante la segunda guerra mundial. Algunos que incluso se enrolaron para pelear del lado alemán en la guerra, no conocen y no recuerdan deportaciones de vecinas o vecinos judíos o militantes resistentes La película se estrena fuera de Francia y la TV nacional francesa que la había encargado decide no hacerla pública. El mismísimo De Gaulle rechazó su estreno por sus “verdades desagradables”, dictaminando que “Francia no necesita sus verdades, Francia necesita esperanza”.[4]

Una de las paradojas del episodio reside en que la gloria y la autoridad de De Gaulle provenía de su reconocimiento general como máximo líder de la resistencia clandestina francesa durante la ocupación alemana. El gran héroe nacional de la resistencia se aviene a manipular o elidir parte de su propia biografía en pos de su actualidad y de lo que propone como el interés nacional y la proyección hacia el futuro de una Francia unida en la identificación con la resistencia presuntamente colectiva y mayoritaria o, en verdad, con el mito que unifica a la nación de posguerra. No hay memoria sin olvido, viene a decir De Gaulle, o, dicho de otro modo, nuestra memoria, aquello que debemos retener del pasado y con lo que debemos identificarnos no es una verdad definida sino una selección cuidadosa del pasado que debe servir a nuestro presente en función de una idea de destino común. Por tanto, se encuentra doblemente abierta a los mecanismos sociales y culturales de identificación: a la fórmula de un “nosotros” -siempre inestable- y a las estrategias históricas -es decir, dinámicas- de selección consciente e inconsciente del pasado que la constituyen.

Una cierta articulación entre pasado, presente y futuro prevalece entonces en esta política de la memoria que omite todo trazo del colaboracionismo y deja sin contar una parte importante del pasado de la nación. Un recorte interesado que se legitima en el presunto bien común; sabemos que toda familia tiene su secreto y que cada generación se orienta o se enfrenta en relación con ese secreto. A su sombra quedan numerosos agentes y otras tantas víctimas de ese colaboracionismo que, sólo por mencionar un ejemplo conocido, condujo a la escritora Irène Némirovsky a su asesinato en Auschwitz, entregada por vecinos y autoridades policiales francesas por su condición de judía de origen ruso.

(Nota no tan al margen, que agrega otros sentidos a este sendero de encrucijadas. En la década de 1990 se descubrieron los manuscritos de Suite francesa, la novela inconclusa que la escritora redactaba al ser detenida y deportada en 1943 y en la que los alemanes ocupantes quedan mejor retratados que los propios franceses).

¿Por qué traer aquí este episodio aparentemente lejano? Creo que se expone con claridad el problema en torno de qué debemos recordar y qué debemos olvidar del pasado. No se trata de la verdad, o de una memoria histórica enfocada en la verdad, se trata de la preocupación por el presente y el futuro que organiza y propone desde el estado y desde su autoridad una cierta memoria colectiva que distingue desde arriba lo que debe recordarse y lo que debe ser silenciado. Esta forma política de la represión no libera a la sociedad de su pasado, justifica el silenciamiento en presuntos intereses colectivos ligados al presente y a su proyección sobre el futuro. Las prácticas de los indultos y de las amnistías en diferentes momentos de la Historia, en diversos países y en distintos momentos dan cuenta de esta estrategia que es, también, una forma política de la memoria: no supone un borramiento del pasado ni la posibilidad del olvido, despliegan en una trama de fuerzas en tensión una cierta posición actual sobre “lo que nos pasó” que estará sujeta a los vaivenes de los presentes sucesivos. El intento de clausura de una zona del pasado se incorpora entonces a esta trama: lo que ahora debe ser ocultado en relación con una determinada relación de fuerzas, saldrá a la luz cuando esas relaciones se modifiquen. El olvido y la política que lo pretendió serán entonces otro hilo más en esta trama de memoria.

Si pensamos las políticas del punto final y la obediencia debida y la posterior profundización con los indultos en la Argentina de los años ‘90, nos encontramos con esta estrategia que, lejos de resolver el problema, lo dejó del lado de la resistencia civil. Se abrió entonces un terreno de intensa disputa en relación con las políticas del olvido y del perdón, en el que se cimentó una parte muy importante de la resistencia contra el arrasamiento social y económico de los años del menemismo. Madres, abuelas, hijos, organizaciones de derechos humanos en un arco muy amplio que serían luego acompañadas por el activismo popular en vísperas de la crisis de 2001 y, más recientemente, con las luchas del feminismo en torno del “Ni una menos” y de la campaña en demanda de la legalización del aborto.  Hay aquí un trazo claro de la democracia argentina: resistencia, lucha, movilización popular. Este balance de la democracia no es una memoria oficial, se puede trazar siguiendo una línea de acciones de la sociedad civil en relación con protestas y demandas al estado: es una memoria democrática de las calles en esta historia de cuarenta años.

 

Dos pequeñas referencias cinematográficas

Año 2008: Lucrecia Martel plantea en La mujer sin cabeza la problematicidad de toda memoria subjetiva y social en torno de determinados hechos traumáticos: hay algo con lo que, en tanto sujetos o colectivos sociales definidos no nos podemos enfrentar, una imagen de nosotros -como víctimas y como victimarios- que ya no está y que no cesa de perseguirnos. ¿Cómo nos situamos en relación con esa imagen? La sociedad argentina se ha desplazado hacia diferentes posiciones en relación con su lugar histórico ante la dictadura y sus crímenes. Su memoria es aún un drama que no cesa de escribirse. “ Solo lo que no cesa de doler permanece en la memoria.” [5]

Lo que nos lleva a la otra referencia: el estreno el año pasado de Argentina 1985 reavivó un conjunto de cuestiones que parecían saldadas. De pronto, los profesores de Historia nos encontramos con que las nuevas generaciones no sabían qué era la teoría de los dos demonios y mucho menos porque debía ser cuestionada. Incluso entre quienes compartimos las banderas de memoria, verdad y justicia, se replantearon disputas en torno de la democracia alfonsinista y del valor de aquel juicio a las juntas que ahora narrado por el cine traía a la vez el aire de una luminosa gesta nacional y una revisión de ciertos consensos sobre la memoria oficializados a partir de las políticas del kirchnerismo. Una película de tono clásico, más bien convencional, generaba en radicales y peronistas, en víctimas, en familiares y en sectores ligados a las fuerzas represivas, críticas intensas en las que se traslucía una cierta fragilidad de los consensos.

Última referencia: Bahía Blanca 2021. El concejo deliberante local decide rebautizar un parque emblemático de la cuidad llamado Campaña del desierto, en procura de adecuar el nombre a una cierta idea de la no violencia o de la no reivindicación de la violencia histórica sobre las sociedades indígenas. El nuevo nombre se somete a votación ciudadana por medio de las redes sociales del concejo, los vecinos eligen llamarlo Julio Argentino Roca, se suspende la votación, el parque conserva su nombre original. Detrás de la ironía caben toda clase de lecturas sobre el acto político bien intencionado y la respuesta democrática del sentido común. ¿Cómo leemos en esta escena de comedia política lo oficial y lo reprimido? ¿No hay aquí un desplazamiento de la memoria en el que la resistencia al discurso oficial se expresa en un acto de contenido reaccionario?

En los últimos años, sin que sea muy fácil trazar un punto de partida, otros discursos sobre el pasado empezaron a circular en la arena pública. Primero de forma asordinada, luego, tal vez desde 2015, de forma más abierta: “no fueron treinta mil”, “el curro de los derechos humanos”, “memoria completa” y otros. Se intensificaron a la par de la crisis política y económica que nos trajo a esta escena. Permanecieron en el aire sin prevalecer, en disputa con una cierta “corrección política” de la hora y emergieron con violencia en el marco de la pandemia y de la crisis actual. ¿Podemos pensar en esta discursividad que se articula entre la negación y la reivindicación del terrorismo de estado como el retorno de algo reprimido en la cultura de un progresismo aparentemente hegemónico? ¿Como aquello que quedaba segregado en el consenso progresista en torno de memoria verdad y justicia como enunciado estatal? Dejo abierta la pregunta, por lo pronto, me parece que forma parte de una resistencia más amplia contra ciertos significantes del progresismo cada vez más alejados de las realidades de las mayorías. Se constituye, como en su momento lo fueron las rebeliones extendidas contra las cuarentenas, en la expresión de un límite social en contra de ciertos consensos que, legitimados en su momento por la articulación virtuosa entre un presente de crecimiento y una expectativa social de progreso traía del pasado y fortalecía los sentidos del Nunca más. Desgastados por años de crisis y rotos en el marco de la pandemia, una parte grande la de sociedad parece desconocer o menospreciar ahora el valor esa memoria. La coyuntura puede ser engañosa, habrá que dejar que este proceso decante; pero tenemos en un extremo la reivindicación abierta de los crímenes de lesa humanidad, acompañada a veces con la tétrica simbología de los falcon verdes y, del otro, una cierta indiferencia respecto de ese pasado y de ese consenso que juzgábamos constitutivo de la convivencia democrática. La pandemia produjo una ruptura aún por indagar en relación con los lazos sociales y los históricos y construyó una escena pública para el aislamiento, la hostilidad, la agresividad y la manifestación del hartazgo contra un poder que sólo parecía responder con fórmulas discursivas repetidas y cada vez más vacías. En esa operación contra el discurso oficial en la que se inscribe ahora también la memoria sobre el terrorismo de estado, una vez más, el presente pone en disputa los sentidos del pasado: una deslegitimación empuja y explica a la otra.

Tal vez podamos leer aquí los efectos de una cierta inversión discursiva: si la memoria -de los otros, de las víctimas, de las minorías- se desplaza de la contracultura a la prédica oficial, queda vacante el lugar de la resistencia y estará disponible para otros discursos en los que, eventualmente, se pueda expresar una reacción en la que se anudan los malestares de la hora. Asociada a una discursividad progresista sin efectos visibles en la estructura social, la justicia sobre el pasado se deslegitima en las injusticias del ahora. La memoria vuelve a estar en disputa en un tiempo en el que se ha intensificado la presión del presente sobre el cuerpo de lo social. Entendida como una evocación compartida que nos unía en una actualidad de bonanza y un porvenir de promesas de mayor igualdad e inclusión, la memoria trabajosamente incorporada a las políticas públicas no resiste idéntica a la crisis de lo que había posibilitado aquel consenso. Vuelve a estar en disputa y, tal vez, deba ser reconstruida ya no desde el discurso oficial sino desde la resistencia.

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Texto presentado en la actividad Pragma Crítica: “Inconsciente y Memoria -una lectura crítica”-del Instituto Pragma- APLP, realizada el 24 de noviembre del 2023. Participaron Marcelo Scotti, Fátima Alemán y coordinó Ezequiel Rueda.

Notas:

[1] Martín Rodríguez, en: https://panamarevista.com/inflacion-civica/

[2] Nora, Pierre: Lugares de la memoria. Citado por Hobsbawm, Eric: La era del imperio, Barcelona, Crítica. 1987.

[3] Huyssen, Andreas: En busca del futuro perdido. México. 2006. Fondo de Cultura Económica.

[4] Schwarz, Geraldine: Los amnésicos, Barcelona, Tusquets. 2019.

[5] Nietzsche, Friedrich: La genealogía de la moral. Madrid, Alianza editorial. 1999.

 

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