Huésped
Psicólogo. Miembro de La Escola Brasileira de Psicanàlisis y de La Asociación Mundial de Psicoanálisis (EBP/AMP). Coordinador del Núcleo de Pesquisa del Instituto de Psicanálise da Bahia (IPB). Coordinador del Programa de Tratamiento de las Adicciones Generalizadas, Salvador de Bahia, Brasil. Miembro de la Red AAPP. Corresponsal de Analytica del sur -Psicoanálisis y Crítica-
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Andrea Mac Micking. @andremacmickingphoto
Cuando la coronada pandemia ancló en la bahía de todos los santos, no tardó en provocar la emergencia de las reglas de restricción de la circulación de los cuerpos y para evitar el contacto físico, así como la aplicación generalizada de protocolos de conducta, copiados de los países que nos antecedieron en la experiencia viral. La “cuarentena” recomendada por los gestores públicos fue asimilada al mejor estilo bahiano: fue tomada en serio… pero no tanto. Al final, la playa es la playa y “el virus aquí seguramente no tendrá la misma intensidad que en los países fríos”. “El Senhor do Bonfim nos protegerá”. ¡Que siga la fiesta!
Ante el implacable avance del pandemonio, los de holgada condición económica se refugiaron en casas de veraneo de playas remotas o en sus casas de campo, a salvo de los riesgos de la vida en la metrópolis y extendieron sus vacaciones por tiempo indeterminado. Por su parte, los subvencionados con la ayuda de emergencia continuaron la fiesta con derecho a aglomeraciones masivas que alimentaron la política, más o menos explícita, de la “inmunidad de rebaño”. Claro que también hubo aquellos que no pudieron dejar de trabajar por más que hubiesen preferido obedecer a la consigna “quédate en casa”; y tampoco faltaron los que obedecieron fielmente las reglas del “distanciamiento social, preventivo y obligatorio”.
Como en tantos otros locales del país del psicoanálisis, como respuesta a la catástrofe viral, en Bahía también fueron suspendidas las sesiones presenciales en consultorio, dando un lugar destacado a la sesión online; salvo en las internaciones psiquiátricas que, como en mi caso, no dejamos de atender presencialmente. Prácticamente de un día para el otro, lo real como “imposible” se extendió, por tiempo indeterminado, a la presencia de los cuerpos del analista y del analizante en el consultorio del primero.
Sin embargo, y a pesar de la adhesión generalizada al dispositivo digital, a seis meses de la suspensión de las sesiones presenciales y una semana después del retorno a las mismas, la respuesta de los pacientes, cada uno a su modo y con sus palabras, ha dejado muy claro la diferencia que implica para cada uno lo presencial. Aunque no se trata aquí de reducir “la presencia del analista” a su presencia física.
La cuestión es que esta experiencia viral nos ha provocado, en el contexto de la AMP, al punto de generar varios debates sobre hasta qué punto sería posible sostener “analíticamente” una sesión online; así como sobre el estatuto del cuerpo en la escena analítica y sobre el valor de sus extensiones pulsionales, objetos de la presencia del Otro: voz, mirada, olor, textura, en el quehacer del analista. ¿Sería suficiente para el “acto analítico” reducir la presencia del analista al objeto voz, por ejemplo? Entre otras cuestiones, para responder a estas preguntas, entre colegas, han surgido distinciones sobre el momento del análisis, si se trata del inicio o del final; así como la diferencia entre el trabajo de transferencia, que no es sin la presencia real y la transferencia de trabajo, que sería posible sin ella.
En medio del camino había una piedra
El surgimiento abrupto de este convidado de piedra en la escena analítica nos despertó de un sacudón al poner en cuestión el siguiente aforismo de la práctica lacaniana: sin estándares, pero no sin principios. La primera parte de dicho aforismo, sin estándares, se vio interrogada cuando, de pronto nuestras sesiones, por principio, presenciales se vieron obligadas, por fuerza mayor, a ser suspendidas y substituidas por las, por principio, cuestionadas sesiones online.
El virus y su carácter pandémico forzaron a rever los fundamentos que sostienen la presencia real como principio; pero especialmente llevaron a cuestionar la presencia física como condición estandarizada en nuestra práctica y, en consecuencia, a interrogar de qué se trata cuando hablamos de la presencia del analista; de su condición de encarnar el signo de lo vivo. Y correlativamente, hicieron surgir la pregunta sobre el estatuto del cuerpo en la experiencia analítica. ¿Por otro lado, por qué sería necesario el cuerpo si su condición es no usarlo?(1)
Pido disculpas de antemano si se trata de una obviedad para el lector, pero me resultó muy interesante descubrir, gracias a la pandemia, que no hay consenso científico sobre el status existencial de los virus en general. Circulan, como los zombis, entre la vida y la muerte, pero estrictamente no pertenecen ni al reino de Eros ni al de Thanatos. Si debido a esta situación, un virus tiene un carácter transpolítico, como las tecnologías con las cuales respondemos a su amenazante existencia; no lo tiene el uso que se le ha dado, al menos en Brasil, donde se ha hiperpolitizado hasta el hartazgo el modo de tratar su presencia entre nosotros y los incalculables efectos de su propagación masiva.
Dado que, en última instancia, se trata de huéspedes, tal vez la experiencia pueda servir para transmitir algo de los efectos producidos por otro virus, el de la peste analítica: aquel que Freud se jactó de llevar a los Estados Unidos, inadvertido de que tendrían las condiciones para inventar el antídoto de la “psicología del yo” para neutralizarlo. Me refiero al dispositivo de la transferencia, tal vez, única condición necesaria para el ejercicio de esa praxis llamada psicoanálisis. Pero, hablando de dispositivos, antivirales y otros recursos tecnológicos, se hace evidente que nuestra existencia está siendo transferida por entero al mundo digital (2), donde la distinción entre lo real y lo virtual tiende a desaparecer de la mano del cuerpo “natural”, como algo obsoleto.
Es un hecho que la tecnología no deja de elaborar modos de presencia inéditos hasta el momento. Si, por un lado, la presencia virtual en tiempo real nos aproxima; por otro lado nos separa, creando una barrera invisible, difícil, si no imposible, de atravesar. De este modo, la presencia real va convirtiéndose, cada vez más, en algo extraño; y cuando retorna en la escena, surge como algo invasivo. Por otra parte, a partir de esta transmutación, la presencia real en sí se vuelve cada vez más innecesaria; aunque no para todo el mundo, como ejemplifica una niña de ocho años que en medio de la pandemia, reclamaba con su madre por no poder abrazar a las personas, aquellas “personas nuevas” con las que no convive en su cotidiano familiar. Ya sea a través del recurso a la realidad virtual, a la realidad aumentada, o inclusive a la fantasía de reducir la presencia del analista a una realidad holográfica; lo que estas versiones tecnológicas dejan en evidencia es la condición humana de tener que recurrir siempre a un artificio para hacer más soportable su existencia. Pero la cuestión se complica cuando aquello que distingue la vida real de la vida virtual desaparece; cuando realmente ya no se sabe dónde se está parado.
Sopa de piedra
Lo que, como analistas, nos interesa de esta tendencia a la con-fusión de realidades –o “alienación digital”-, a partir de la discordancia entre la aplicación inmediata de los objetos técnicos y el efecto de retardo -del tiempo de comprender- para asimilar su función en la vida de cada uno, son las consecuencias sintomáticas, que no excluyen, necesariamente, que cada uno pueda hacer algún uso de estos recursos tecnológicos.
Puede leerse en Lacan una objeción al sueño que sostiene este empuje a la “transferencia de datos” o digitalización de la realidad, en el siguiente aforismo del Seminario 11: “La transferencia es la puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente” (3). Puesta en acto, no sin la presencia real, y lo sexual como realidad de esa hiancia, que produce el inconsciente. Datos aparte, se trata de la satisfacción de la pulsión que maniobra silenciosamente para obtener un complemento del otro. Pero este otro que la pulsión supone, precisa ser encarnado en alguien: “Te amo, pero porque, inexplicablemente, amo en tí algo más que tú –el objeto a minúscula, te mutilo”, recuerda Lacan en el mismo Seminario.
Esto quiere decir que, para que la transferencia “analítica” opere, del lado del analista se debe tener el objeto a como real; y para eso debe ubicarse de entrada, en la transferencia, un objeto real como inasimilable que será encarnado por el analista. Esta perspectiva de la transferencia destaca su aspecto tyche, de (des)encuentro; que no es sin la dimensión de lo imprevisible. Dicho de otro modo, la experiencia analítica no es una operación puramente epistémica, dado que incluye la presencia de un elemento libidinal –objeto a–, cuya incidencia perturba el trabajo interpretativo. El analista debe estar allí, de cuerpo presente, para encarnar el límite real de toda la elaboración de saber, de toda alienación posible (4), inclusive de la alienación digital como efecto de la aplicación a escala planetaria de los recursos tecnológicos.
J. -A. Miller se pregunta si la presencia virtual podrá tener un impacto fundamental en la sesión analítica. Y responde que no. Afirma que la copresencia, en carne y hueso, de analista y analizante es necesaria; aunque solo sea para hacer surgir la no-relación sexual. Considero que en este punto nos encontramos en el cierne de la cuestión: se trata de la función imprevisible del analista como soporte de una presencia “real”, que garantice alguna alteridad. Miller vaticina que todos los modos de presencia virtual, incluso los más sofisticados, tropezarán con esto. (5)
Si anteriormente habíamos destacado que, como consecuencia de la transferencia de nuestra existencia al mundo digital, cuanto más común se vuelve la presencia virtual, por un lado, más extraña se vuelve la presencia real, aquí afirmamos con Miller que, por otro lado, esta “presencia real” podrá tornarse cada vez más preciosa. Cuestión de dónde cada uno depositará su agalma.
Notas:
(1) Antelo, Marcela: “La Sesión Obsoleta”, El Caldero de la Escuela Nº 82, nov/dic. 2000.
(2) Dessal, Gustavo: “Inconsciente 3.0”, Lo que hacemos con las tecnologías y lo que las tecnologías hacen con nosotros, Xoroi, 2019, Ebook.
(3) Lacan, Jacques: El Seminario, Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Barcelona, Paidós, 1987, pág. 152.
(4) Miller, J.-A.: Seminarios en Caracas y Bogotá, Cap. IX, “Nuevas inquisiciones clínicas”, Paidós, Bs. As., 2015, pág. 535.