El verdadero nombre de Pierre Menard
No existe peor intolerancia que la de la razón
Miguel de Unamuno y Jugo
Psicólogo clínico (U.N.L.P.). Psicoanalista en Mar del Plata y Miramar. Miembro de la RED AAPP y corresponsal de la Revista Conceptual.-
El drama de Victoria
Fotografía analógica, impresión digital
Medidas variables
2004/5
Intervención en imágenes de revistas de decoración.
Argumento
Hay una dimensión visual de la que se vale Jaques Lacan para trasmitir el psicoanálisis y hacer pasar sus conceptos. Son modelos, esquemas, grafos, nudos, que hay que diferenciar. Y hay modalidades de su uso cuando los aborda. Las referencias a la literatura, la perspectiva, la topología, la matemática, son saberes que acompañan lo visual de dichos esquemas. Articulación, en la que muchas veces naufragan nuestros esfuerzos por seguir al maestro y otras donde nos detenemos, cuando suponemos que entendimos. Hay también la vía del ejemplo, la viñeta, el caso y paradigma.
Al intentar trasmitir también nosotros alguno de los conceptos del psicoanálisis nos encontramos con estos medios y entonces nos convertimos en verdaderos malabaristas de semblanzas y ensambladuras, semblantes. La salida más común es parasitar referencias y balizar con algunos nombres, para citar su autoridad como si ello fuera una garantía de saber, un orden. A veces abarcar los textos nos extravía pero insistimos y si se nos cuestiona, respondemos con más citas… La sentencia de Baltasar Gracián se nos hace entonces cierta: “El primer paso de la ignorancia es presumir saber.” No siempre avanzamos por el error. ¡Que no toquen nuestro universo simbólico!
“Este uso reaccionario del psicoanálisis es triste, pero también es divertido. Ya que es un uso absolutamente irrisorio para detener este poderoso movimiento histórico, que de hecho esta mucho más informado de las manipulaciones de los semblantes que están en juego. A esto se opone la inercia tradicional, cuyo ordenamiento no tiene por qué sacralizarse. Salvo para los que están en el negocio de la sacralización, lo que también existe. Precisamente porque los semblantes solo son semblantes hubo que desarrollar en la historia una poderosa sacralización para evitar que se desmoronen. Pero como diría el “ultimísimo” Lacan, es delirante.”[1]
Quisiera articular aquí algunas referencias para abordar el inconsciente escrito.
Este inconsciente tiene que ver con la escritura, pero cuando ella no es la palabra lo que escribe. Escritos, no para ser leídos así de fácil…
La referencia capital es James Joyce. Pero no encontramos muchos casos más que muestren esa dimensión de lo escrito. El inconsciente real, es… escritura pura, “el puro «trazo escrito»” [2], por fuera del sentido y fuera del saber. ¿Cómo es eso? Por ejemplo, nos defendemos de la realidad suponiendo que hay saber en lo real. (¿Suponemos entonces, también que no es un sujeto?). Es la ciencia y funciona, no nos quejamos, pero: “Que lo real no hable, implica una primacía de la escritura sobre la palabra.” [3]
“Por otra parte, hablar lo escrito fue por mucho tiempo necesario para que la escritura significara algo, tanto más necesario cuanto que al comienzo, los rollos y también los códices no estaban puntuados y las palabras no estaban separadas entre sí. El pasaje de lo escrito a la voz era entonces una condición de legibilidad de lo escrito. Lo escrito debía ser hablado para devenir, si me permiten, hablante.” [4]
El inconsciente escrito: “No es matemática, no es lógica, no es gramática, no es tampoco poesía pero pese a todo está escrito, lo que significa que no es palabra.” [5] Tenemos alguna idea de eso por lo que hizo Joyce en The Finnegan’s Wake.[6]
Se nos habla de la macrounidad del sinthome como categoría clínica, como aquella que cuando se realiza toca lo simbólico y conmueve los semblantes. ¿Pero hay algún ejemplo más de esto?
Observamos algún desprendimiento, efectos sutiles del orden de la une-bévue. (Juego de palabras con Unbewusst = inconsciente en alemán. En francés une= una y bévue = fracaso, gran error, estupidez, cagada…).
Aquellos indicios que permiten pensar que esos santos hombres capaces de valer como un real, esos fuera de serie, también estaban locos, locos-no-de-atar [7]. El ejemplo es raro, bien podría ser el de Lacan mismo elaborando sus nudos, dibujando cuerdas y redondeles de colores en la pizarra. Es Jacques–Alain Miller quien nos da la categoría de microunidad respecto de esa otra, excepcional: el sinthome, que sería entonces la categoría superior. La une-bévue como microunidad, son esos tropiezos del orden simbólico en cuanto tal. Que están por fuera de la palabra, del sentido, subproductos: la letra del inconsciente escrito.
Testimonio
El ejemplo que propongo no alcanzó la sacralización, fugó en el registro ligero del significante al significante, ese que adquiere formas insólitas llamadas récord, o información, esel intento vano de captura por el yo. Pero si la información nunca alcanza, es que hay: sujeto, y sabemos que éste sólo representa un significante para Otro.
Para la historia de la escritura, si la escritura fuese un género y el libro una especie, nuestro hombre marca la diferencia específica que hoy falta. Su acto también quiso borrar su nombre. No es un autor, tampoco un simple copista o trascriptor. Su hazaña fue realizar lo imposible para la imprenta de Gutemberg y sus tipos móviles: comprimir 72.000 caracteres en un libro del tamaño de la uña del dedo meñique.
Tal vez; en el trazo nimio de Don Hipólito Sánchez Ledesma [†2002] y su “letra de insecto”, haya que reconocer el cuarto anillo que anuda cual eslabón perdido: el texto portátil tipo e-books, una práctica medieval de la escritura y un lector improbable, inverosímil… borromeo.
Lo conocí en Mar del Sur (entonces, pueblo de 300 habitantes) como el dueño de La Canoa, almacén de ramos generales que atendía junto a su esposa. Vendían todo tipo de mercancías no perecederas, clasificadas según un orden velado incluso para él mismo -pero infalible- que bien hubiera sido la envidia de John Wilkins. Cosas que iban desde ladrillos a ropa interior, pasando por bulones, cucharitas, autopartes, alfileres, cuerdas de guitarra Merthiolate…. Era nuestro juego disimulado acertar pedirle algo que no tuviera, y perder siempre.
Su temple inclasificable escondía además un misterio, tan bien guardado como celosamente extraviado, la prueba de su secreto: la medalla de oro al Premio Cervantes entregada en mano por el Rey de España, que solo desenvainó ante Juan Manuel Fangio -accidental cliente- por ser como él: campeón del mundo.
Sí, campeón mundial de microescritura en 1948 por escribir el libro más pequeñito que jamás hubo, batiendo varias veces su propio récord. Las frágiles miniaturas, transcripciones todas de las obras inmortales de Miguel de Cervantes Saavedra fueron recreadas en su España natal para el IV centenario del autor.
En su juventud salmantina su interés por la práctica de la escritura medieval: el nimiado de códices[8], fue el esparcimiento que alternaba con el estudio de la filosofía junto a Miguel de Unamuno, quien café mediante supo imbuir de sentimiento y preguntas su vida[9]. Conservaba autografiada su Obra Completa, pero la Guerra Civil Española quiso hundirlo en las trincheras, de donde salvó su vida merced a su habilidad errante.
Aquella capacidad para nimiar[10] o miniar[11] le permitió zafar de una muerte casi segura por bayoneta. La espada y la pluma eran aun parientes cercanos… Oficiando de perito rotulador topográfico de mapas y planos, evitaría el cara a cara con el enemigo. Así pasó, fue a los cuarteles, a detallar con nombres pequeños montañas y ríos en la táctica de esos combates. Luego; sus reducciones eran microfilmadas, dotando a la milicia franquista del poder estratégico de trasladar pliegos del tamaño de una mesa, en rollitos que cabían en un puño. Política menor, pero política al fin.
Terminada la guerra civil supo de Don Antonio Montesinos Socanell y su récord, y de la microbibliografía a pedido, coleccionable. El que escribía -para los amigos- en una cerilla (el viejo fósforo tipo Fragata o Ranchera) el Padre Nuestro en el cabo y en el extremo combustible: el Ave María con firma y fecha… aquello de Montesinos le parecía -confesó en las entrevistas para el noticiero del cine o para el diario El Mundo– una empresa fácilmente superable… Él, que en un papelillo de rolar cigarros -en el tamaño de una tarjeta profesional- estampaba dos capítulos de El Quijote, aquello…
Comenzó a entrenar y enfrentó con el tesón de los grandes, miniaturas mayores. Se mandó traer las barras de tinta de China, que en soledad diluía dándose la fluidez adecuada. Y de Inglaterra los plumines de acero que afinaba durante semanas… Aquel estilete bífido, adquiriría gracias a su “Paciencia y arte” (como titula No-Do), un espesor diez veces menor al de una Rotring 0.1. Para luego lanzarse a escribir en papel especial, entelado, encerado, sin parar y sin mirar, hasta lograr: la instancia de la letra ceñida o la razón desde Liliputs.
Transcribió primero: La española inglesa, emplazándola en 20 x 15 milímetros de superficie. Las 72.000 letras pesaron 2,80 gramos. Luego fue: La gitanilla. Más tarde: La ilustre fregona. ¡Y con ilustraciones! Como se puede ver en las imágenes.
Ver: http://www.rtve.es/filmoteca/no-do/not-253/1467578/
La fuerza de la sangre de 37.840 letras, batió el record en 1947 con 1,97 gramos y midió 20 x 15 milímetros[12]. Escribía siempre libros de Cervantes: sin lupas, ni anteojos especiales, y sin cobrar un duro…
A excepción -parece que siempre la hay- del regalo de boda para la entonces princesa Margarita (Hermana de Isabel II, madre de Carlos). El ministro inglés en España, le realizó un encargo librado a su elección, como un obsequio que deseaba suyo, ofreciéndole un pago millonario. Don Hipólito rechazó el dinero y optó por una traducción castellana de Romeo y Julieta que le llevó 14 meses. Forrado en piel, ilustrado y bordado en oro, aquel librito fue su regalo personal. Me mostró -conservo una fotocopia- la carta de la hoy reina, quien agradecía The gift y el destino del objeto: Brithish Museum.
Contaba muy serio y sereno, pero alzando gradualmente el tono, cómo un amigo de su infancia, exhibía orgulloso un anillo en el que guardaba sus memorias, las que él le había copiado. Engarzado en un cofrecillo de oro, y dentro de éste aquel minilibro que llevaba consigo a todas partes repitiendo la frase: “¡Aquí están: mis memorias!” Me dijo qué decía, con clásico acento, señalando con el índice su sien y el anillo en dos actos de tiempos reversibles.
Un día Don Hipólito se desvaneció en la calle y por prescripción médica debió dejar su labor o quedaría ciego para siempre. Más tarde, dejando a su novia en España partió para la Argentina. Al llegar lo esperaba en misión secreta Ricardo Rubio (Ministro de Perón. El no lo esperaba, no se consideraba una celebridad) ofreciéndole tanto dinero como para no tener que trabajar de por vida si comprimía para Eva: La razón de mi vida. Se negó; nunca lo hizo por dinero y no podía. Consiguió trabajo de mozo en un bar de la avenida Corrientes y se juró nunca más hablar del tema. Desde aquí le escribía cartas de amor a su novia y futura esposa. Correspondencia única, hecha de sobres vacíos. En el ribete externo de sus bordes, las letras microscópicas traficaban confesiones de su amor incomparable escapando a la censura. Vole petite lettre, atraviesa el océano…
Reflexiones
¿Cómo ubicar la singularidad de su desprendimiento, su cervantina identificación o Einziger Zug (rasgo unario) sino como el verdadero Pierre Menard? ¿En el olvido de su nombre, venganza contra el pasado y su fue? ¿Por oposición al mercado, seriado, y uniforme…? ¿Por su genialidad efímera, lanzando hacia el futuro una escritura concentracionaria, sin autor y sin lector. Restos de una letra que es objeto: imagen de un mundo calculado por la voluntad de la representación, para imaginar la representación de la voluntad?[13]
A la manera del proyecto Google transformó sin scanner lo menos conocido -ese era su propósito- de Cervantes, para que se sepa con su hacer, de un imposible de leer en el deseo de (poseer) saber. Su paso no hizo historia, casi ni dejó huellas -como la titilante luz del cursor sin peso ni espesor- ya que no reducía a burlas la irrisión de su gesto significante. Mirándome muy serio me dijo lo importante, tocó su real: “-¡Ojo! ¡Hay que tener los pies en la tierra, esto ya pasó… y no vuelve más…!” Razón de su silencio.
¿Pero acaso no retorna en los buscadores de la web su supuesto nanolector, antes coleccionista y hoy encriptado autómata, lector ciego?
Como vidente de enigmática ironía Borges, lo personificó como un ficticio francés, en su Pierre Menard, autor del Quijote[14] que imita al nuestro, hombre de carne y hueso, cuando lo llama: “el simbolista de Nîmes” cuando habla de: “…la obra visible de Menard -dice- es fácilmente enumerable.” (en bastardilla en el original).Trascribo la última nota al pie de página del texto de Borges, como testigo y segundo Menard:“Recuerdo sus cuadernos cuadriculados, sus negras tachaduras, sus peculiares símbolos tipográficos y suletra de insecto. En los atardeceres gustaba salir por los arrabales de Nîmes; solía llevar consigo un cuaderno y hacer una alegre fogata.”[15]
Inflexiones
Que el texto de Borges sea de 1939 y que Sánchez Ledesma nunca haya trascripto el Quijote, es irrelevante, la cosa no está ahí. Los hechos que engendraron el texto de Borges son conocidos. Durante la Navidad de 1938, Borges se hirió la frente con el borde de una ventana abierta. La herida se infectó y durante varias semanas los médicos creyeron que moriría de septicemia. Dicen que deliraba. Cuando empezó a reponerse temió haber perdido sus capacidades mentales y dudó de si podría volver a escribir. El resultado fue el Pierre Menard.
“La eternidad como escritura oculta la hendidura de la nada (-ausencia de lo que fue-) y graba para siempre sus huellas: «el libro vacío y perfecto», es su perfecta ausencia. «¡Quien me mostrará que nunca existió, que solo lo leí, que yo mismo no soy sino una sombra, una silueta en páginas!»
La escritura suspende el tiempo en el espacio, así como la lectura transforma su espacio en tiempo. El lector pierde el tiempo en recorrer las huellas que la escritura ha sustraído al tiempo. La lectura que la escritura anuda en sus espacios.” (Las bastardillas son del original). [16]
Susan Sontag sostiene que antes de morir,Walter Benjamin estaba planeando escribir un ensayo sobre la miniaturización como herramienta de la fantasía. Su viejo proyecto, escribir sobre La nueva Melusina de Goethe, esa maravillosa historia insertada en Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister.[17] Susan Sontag esboza un paralelismo entre la imagen principal de la historia, ese mundo en miniatura dentro de un cofrecillo y el mundo de los libros que coleccionó y habitó a Benjamin, que rodea a cualquier lector apasionado. Al igual que el cofrecillo, cada uno de los libros que leemos no es solo un fragmento del mundo en que vivimos, sino un mundo en sí mismo. Un pequeño mundo dentro delmundo.“El libro es la miniaturización del mundo que el lector habita”, escribe Sontag.
Giorgio Agamben en Infancia e Historia, piensa la miniaturización como la cifra de la historia. Las reflexiones de Benjamin sobre el juguete (modelo ejemplar de la miniatura) le sirven para pensar la ilusión historiográfica de tener como objeto (que llama realia[18])el instante puntual de intersección de diacronía y sincronía. Obtener dos órdenes opuestos y concretos en el presente absoluto. Simplemente un mito, del que se vale la metafísica occidental para garantizar la concepción dúplice del tiempo.
Pero atentos ¡hay que tener los pies en la tierra! Un ejercicio más práctico y acorde al destino de lo escrito sería: el camión de la basura de juguete, tan poco frecuente hoy, y con el que mi hijo sueña… Si lo consigo tal vez algún día el problema estará en vías de ser resuelto.
Notas:
(1)- Miller, J-A.: El ultimísimo Lacan. Ed. Paidós, 2012. p 251
(2)- Idem. Nota 1. Pag. 236.
(3)- Miller, J-A.: El lugar y el lazo. Ed. Paidós, 2013. p. 146.
(4)- parlant significa también: elocuente, significativo y expresivo. Miller, J-A.: Piezas sueltas. La teoría del escabel. Discurso sin palabras. Ed. Paidos, 2013.
(5)- Idem. Nota 2.
(6)- ver: Teruggi, Mario: El Finnegan’s Wake por dentro, Ed. Tres Haches.
(7)- Juego de homofonías entre lire “leer” y lier “atar” en francés
(8)- Se llaman manuscritos miniados, a los códices caligráficos, o rollos de papiro y libros dibujados a mano, enriquecidos por los artistas con decoraciones y pinturas. El término se suele aplicar a los manuscritos miniados medievales que están adornados e ilustrados de diferentes maneras. Las iluminaciones se llaman también miniaturas.
(9)- Preguntas de la otra lengua de la razón y que le permitieron descubrir -con su vista de lince- en la Fachada Plateresca de la Universidad de Salamanca: la calavera dentro de la boca de la calavera, y dentro de la última calabera (une mise en abisme, dentro de la boca, de la boca…): a la pequeña rana. La tradición cuenta, según me dijo, que quien descubre la rana en la fachada del pórtico de Salamanca aprobará los exámenes.
(10)- El término procede del latín minium (minio: un óxido de plomo, cinabrio rojo, como que se empleaba en la edad media para la decoración de manuscritos). No se refiere al tamaño diminuto de la pintura. Las técnicas fueron aplicadas a la creación de pequeños retratos, que acabaron por ser llamados miniaturas.
(11)- Se llama también «tela de Nîmes» (deNim o mezclilla) a las tinturas de telas teñidas con azul sombrío, glasto (yerba pastel, Insatis tinctoria). Los miniadores, ejercían además la tarea de aclarar y citar interpretaciones; cuando hubiera letras borroneadas o ilegibles, éstas se consignaban en los márgenes de los códices trascriptos. De ese gusto son los apuntes de Fermat en el borde de las hojas de la Mathematica de Diofanto.
(12)- Reportaje de Jose Furquet, diario El Mundo, 1948.
(13)- “Cuando domina “el gigantismo” allí donde lo gigante coincide con lo más pequeño (…) todo se vuelve visible.” El porvenir del inconsciente, de Jorge Alemán. Ed. Grama. Seminario sobre la angustia y la ética Pag. 24. Ver: “Previo a la ética: un mundo incalculable.” y “Heidegger: el mundo de la modernidad como imagen.”
(14)- Borges, Jorge Luis: Pierre Menard, autor del Quijote. Obras Completas. Ed. Emecé, p. 444.
(15)- Idem. Nota 13.
(16)- García, Germán: Macedonio Fernández: La escritura en objeto. Ed. Siglo XXI, 1975. Pag. 147.
(17)- En alemán: Wilhelm Meisters Lehrjahre es la segunda novela de Johann Wolfgang von Goethe, publicada en 1795-96. Remite a la novela iniciática.
(18)- Agamben, Giorgio: Infancia e Historia. Adriana Hidalgo Editora, 4ta Edición aumentada. Pag:109.