Contar una vida: ese minuto de luz deslumbrante
Profesora de Letras, UNLP. Escritora. Ganadora del 9no. Concurso de novela Aurora Venturini de la ciudad de La Plata en 2010 con La sangre derramada. Copista y colaboradora de Aurora Venturini.
Entusiasmo y generosidad
Fotografía digital, toma directa
63 x 83 cm
2007
Intervenciones con cúmulos de tierra, piedras y arena sobre imágenes de catálogos de decoración de interiores.
“La biografía cuestionada”, es el título de una mesa redonda que se llevó a cabo en diciembre de 2013, en la Jornada anual “B(y)ografías –desierto real y sed de sentido-”, organizada por la Asociación de Psicoanálisis de La Plata. El rasgo distintivo de este encuentro, coordinado por Fátima Alemán, fue la puesta en diálogo de distintos discursos que atraviesan la cultura –Guillermo Ranea proveniente de la filosofía, María Laura Fernández Berro desde la literatura, y Enrique Acuña por el psicoanálisis- sobre este género particular, la biografía.
El debate cultural da lugar a encuentros y desencuentros necesarios. Claro está que si bien hay diferencias en el modo que tiene el psicoanálisis de concebir la historia, y por ende la biografía, respecto de la ciencia, la filosofía y la literatura, en ese diálogo el psicoanálisis también se enriquece y obtiene recursos.
La biografía cuestionada, puesta en cuestión. De eso podría tratarse un análisis. El preciso momento en que la vida se hace relato implica ya una división entre aquel que habla y aquel otro de quien se habla, rompiendo con toda linealidad y cronología histórica. El tiempo parece darse vuelta, se presentifica un pasado y se historiza desde el presente.
¿Qué se pone en juego en una b(y)ografía? Esa (y) implica que el biógrafo está habitado por un deseo, se autoriza y estampa a su relato un estilo singular. Dado que no se puede contar una vida toda, lo cual se tornaría tedioso y hasta aburrido, biografiar conlleva una selección, combinación e interpretación de hechos que están sujetos al capricho del biógrafo. Y muchas veces, ello no se lleva a cabo sin la puesta en escena de las pasiones. En definitiva, algo de esto se juega en la experiencia de ese historizar(se).
El texto de María Laura Fernández Berro que a continuación presentamos da cuenta de esa experiencia.
Sebastián Ferrante
Agradezco… (*) Hace quince años que comencé a escribir biografías, por encargo, suena fea la expresión. La primera biografía que se me encomendó fue la del padre Esteban Uriburu, un sacerdote muy porteño, muy Uriburu, portador de apellido; que muere a los 64 años de una enfermedad autoinmune.
Escribió doce libros, se manejó muy libremente por todo el mundo, muy querido y reconocido a nivel nacional. No sé bien por qué me pidieron que escribiera. Y como en ese momento era muy inconsciente, dije que sí. Cuando fui a Florencio Varela a buscar sus libros, sus pertenencias y sus cuadernos personales, me dieron bolsos inmensos con setenta cuadernos Rivadavia de cien hojas escritos en manuscrita en formato de diario, todos referidos a la virgen, donde contaba paso a paso su vida, de oración, de duda, de ausencia de fe, y fundamentalmente su angustia.
Monseñor me dijo: “Fíjese, y si ve algo improcedente nos dice, pero confiamos en Ud.” Entonces me llevé los doce libros escritos, y las crónicas, ya que era muy buen cronista, tenía un periódico interesantísimo. Fue biógrafo además de un cura que estuvo tres años y medio en un campo de concentración en Dachau, y catorce años de exilio en Milwaukee. Con el padre Esteban nos conocíamos sólo por teléfono. Me hacía consultas de tipo ortográficas y estilísticas. Cuando murió, sinceramente no me dio mucha lástima. Creo que por eso pude escribir una vida más o menos distanciada del dolor, de la pena de haberlo perdido, de la cuestión de la fe. Me situé en otro lugar. En ese momento me interesé por el género biografía. Leí una biografía muy buena sobre Picasso. El propio Picasso aconsejaba a un biógrafo “describir a un hombre como si se lo estuviera pintando, intentar mantenerse anónimo, más allá del odio y del respeto. Eso es darse por vencido”, decía. “Cuanto más permaneces siendo tu mismo, más te aproximas a la verdad. Únicamente entonces podrás producir algo. La mirada es el sujeto”.
Una biografía para mi es atravesar ideas, tiempos, sueños, obstáculos, enfermedad, música, todo el espíritu, si es que hay espíritu de esa persona. Luego de haber escrito seis biografías, escribir una biografía tal vez sea, tomando una expresión de Halperín Donghi, “narrar la historia sin sus problemas, lejos de dudosas idealizaciones que conducen al tedio y la desconfianza”.
Pensando seriamente, tal vez las biografías sean imaginarias. Es siempre una mirada. Porque vamos recogiendo restos, marcas, fisuras que deja o que constituye una vida. Y ahí vamos, como podemos, desde el oficio, armando y dando cuenta de esa vida.
Me tocaron varios, además del sacerdote que me llevó mucho tiempo por una cuestión de lectura. Después seguí con una mujer, Ana Mon, que fue nominada a Premio Nobel de la Paz. Fueron dos libros que salieron. Después me metí, uno se mete como puede y hasta donde te dejan, en la vida de dos dramaturgos, creadores de teatro comunitario, Ricardo Talento y Adhemar Bianchi. Son las personas más sanas que conocí, no vi registros de la post dictadura en ellos, me llamó la atención y supongo que tiene mucho que ver el teatro en esta cuestión. A ambos les interesó que escribiera sobre sus vidas, su obra, lo que habían creado, la cuestión de la participación, la memoria, la construcción colectiva post dictadura. Tuve que meterme en lo que ellos mismos habían guardado desde hacía treinta y pico de años, en los que no pudieron ser dramaturgos, sino que pintaban paredes y otro tipo de cosas.
Después, desde mi lugar de trabajo me tocó escribir la biografía de Dardo Rocha, el fundador de la ciudad de La Plata. Ahí hubo una relación, no de odio, pero sí de rechazo a la generación del 80, me peleé bastante con Rocha pero no estaba. Hay una relación de amor-odio, porque trabajo en el Museo Dardo Rocha, y desde ahí no me pude limitar a escribir sobre su vida, porque además me aburría muchísimo, porque ya fue escrita muchas veces. Leí todas las biografías, son tres, alguna muy académica. Y después tuve que elegir qué es lo que quería contar yo, más allá de cuándo nació y qué hizo. Me interesó contar qué ciudad somos y constituimos después de Rocha, que pensó y proyectó esa ciudad mandada a hacer, cuadrada, tan perfectita, cada 6 cuadras una plaza, el Río allá tan lejos cuando en su origen fue pensado más cerca, la universidad, la forestación. Su biografía me llevó a pensar, y en ese sentido aprendí muchísimo.
Era ambicioso, desmedidamente ambicioso hasta rechazarlo realmente. Entre Roca y Rocha, una H muda, son idénticos. Pero Roca le ganó por cansancio, porque era Presidente de la Nación. Toda esa cuestión de ambición desmedida de la Generación del 80, que viajaba para gobernar y escribir, y escribía para gobernar y viajar, y gobernaba para… bueno. Tuve mis encontronazos y me enojé un poco.
Creo que se convirtió en mejor persona cuando Roca lo desplaza y se acerca más a los hermanos Hernández. Hernández fue escritor de una biografía maravillosa, la de Chacho Peñaloza. ¿Por qué no interactuar en las escuelas, en la universidad misma y más allá, y preguntarnos quiénes somos? Es una buena oportunidad de aprendizaje, de confrontar, de vernos ahí reflejados en ese proyecto de ciudad que hoy cambió bastante. Como dice Aurora Venturini, está construida sobre el agua.
En la biografía de Rocha hablo también de la ciudad que escribe, de Benito Lynch, de Walsh, de Aurora Venturini. Al entrevistarla, le pregunto si todas sus novelas y sus cuentos transcurren acá, en la ciudad. Es muy local, muy Saer. Me dijo: “lo que yo le preguntaría es: ¿a quién carajo se le ocurrió construir una ciudad sobre el agua?”. Y tenía razón: después nos hundimos casi. Y no es chiste, y supongo que será cada vez peor si seguimos así.
Con Almafuerte la pasé mejor, aunque siendo absolutamente sincera me costó también su obra, muchos poemas no me gustaron y no me gustan. No los hubiera corregido, hubiera eliminado algunos. Otros, en cambio, forman parte de mi memoria. Si yo les pregunto si recuerdan algún poema de Guido Spano o de Rafael Obligado, que son contemporáneos, supongo que no nos acordamos de ninguno. Pero de Almafuerte sí. Y eso es lo que tuvo Almafuerte, fuerza, arraigo, con su chusma, como decía él, solitario, casi un viejo Vizcacha. También por su sabiduría, terriblemente misógino.
Y ahí uno empieza a indagar. Su mamá se murió cuando era muy chiquito, el padre salió corriendo y quedó a cargo de una tía jovencita y hermosa, un día descubre a esa tía haciendo el amor con el novio, se enoja mucho y se convierte en un pibe de la calle, un chico errante. En la calle va aprendiendo y desaprendiendo, pero ahí queda una marca. Esa es mi mirada, no lo subrayo mucho pero lo tuve en cuenta a la hora de leer su obra y ver por qué a veces nos da con un hacha.
Yo entiendo que la literatura argentina tiene esta cuestión del hacha, Bayer, Venturini, Walsh, Roberto Arlt, Sarmiento, Echeverría han escrito de ese modo, como esa fuerza que a veces nos divide, pero también con la fuerza del compromiso y de la denuncia. Eso fue Almafuerte, tal vez una de las biografías que más me gustó escribir, quedar admirada por semejante monstruo. Era monstruoso, sobre todo su aspecto, y los hombres lo admiraban muchísimo por esa cuestión ajena absolutamente a lo estándar, a lo que debía hacerse.
Si hoy tuviera que escribir una biografía y ser más neutral elegiría a Antonio Machado. Se escribió mucho sobre él, pero ¿cómo comenzaría? Ahí está, cuando uno escribe sobre alguien tiene que interrogarse permanentemente, ¿cómo comenzaría a contar la vida de Machado? No podría empezar jamás por el principio. Comenzaría por el exilio, por ejemplo, ese dejar en 1939 su tierra, irse a pie, con cientos y cientos de españoles a Francia, de Barcelona a Collioure. Era enero, hacía mucho frío y llovía. Él se enferma, y al cruzar la frontera, muere. A los tres días muere su madre, que también iba en el exilio. Su hermano José que los acompañaba, en el bolsillo del gabán de Antonio Machado encuentra un poema, posiblemente el primer verso de su último poema, que dice “estos días azules y este sol de la infancia”. Yo empezaría por ahí, porque es atravesar la historia de España.
Insisto, con respecto a la revelación del arte como un eje transformador. Me quedo con las biografías de los dos dramaturgos, ahí aprendí que el arte de alguna manera nos puede cambiar. Mas si hablamos de memoria, de lo colectivo, de eso como herramienta de cambio, y de recuperación del sentido de la esperanza, aunque no sea una palabra muy utilizada hoy. Sí la utilizan ellos, y subrayan ser optimista a prueba de balas, “creyendo en lo que hago”, “me hace feliz el oficio”. Se me ocurrió pensar en ese verso tan lindo del flaco Spinetta, que dice: “quién resistirá cuando el arte ataque”.
De eso se trata, y ahí no somos ilusos, estamos siendo bien locos al depositar en el arte, no sé si fanáticamente, pero resulta movilizador apostar a un cambio a partir del arte y a ser felices en ese sentido.
Ahora me han encomendado, y me preocupa bastante, la vida de Aurora. Vamos a escribirla entre ella y yo, no sé cómo voy a hacer, seguramente salga herida de ese relato. Porque cuando todos los sábados, además de dictarme los cuentos, me dicta parte de su biografía, me dice: “Nena, vos copiá”, y me cuenta de amores y de cosas bastante interesantes.
Le leo un fragmento: “Decadencia de la década infame”, y ella me dicta: “pienso a veces que las palabras de Jorge en la Plazoleta de la fuente de cerámica ‘nacimos en la misma cronología pero siempre estuve enamorado de vos’, resultaron decisivas y determinaron que me abstuviera de otros apasionamientos que no fueran dirigidos a la persona de Jorge Luis Hirsch. Se debe lo antes escrito a las actitudes tomadas por él, cuando se veía derrumbar la época de las urnas llenas. Se notaba gran ebullición en las calles. Llegó la intervención al gobierno de Rodolfo Moreno. Ya se gestaba un nuevo partido con intervención populista que devendría al sobresalir la personalidad de Juan Domingo Perón. Aún no había sido dejado fuera de su mandato Jorge, que era conservador, que seguía desempeñándose en su cargo. Supe que se mostraba junto a su hijo más tarde, junto a su esposa, yo dictaba clase en un instituto de minoridad, pero no en calidad de psicóloga…”. Lo que hace ella es ir dictándome, diciendo “yo dicté esto a María Laura Fernández Berro, que va a contar…”. Pausa. Ella me dicta, y de golpe, “ahora dejá. Ahora escribís vos. ¿Estarás a la altura?”. Digo: “seguramente no, me vas a tener que ayudar”.
Llama a su hermana por teléfono, actúa, se pone en personaje. Ella es un personaje. “¿Hola Peti?, sí querida, vos tenés que hacer introspección…, que ¿dónde dan eso? Ay, qué mujer simple que sos. A las talentosas no las quieren los maridos. Mirá, María Laura se hace la buena pero le pega a la hija. Yo maté a dos, y con desprecio y como eran inertes, murieron. Les di insecticida. No hay dos sin tres. Por ahí agarro a otro. Vos decís que estás mal, pero ¿qué buscás Peti? ¿Médicos de tu época? No hay más. Yo quedo, un poquito más. No mariconees Peti, lo único que tenés que hacer es levantar una pata y casar a un hombre. A María Laura le dicto haciéndola poner de rodillas. No le duele. Ay Peti, qué risa. Éramos personas de malvivir, y al cura, la sotana con los dientes, yo lo agarraba, tiraba y no caía. ¿Viste que estás bien? Ahora te reís, ya caminás, dejame de joder. Bueno, un día te la presento a María Laura. Tenés razón, voy a seguir escribiendo porquerías. Es lo que se lee”.
Eso es Aurora. Paralelamente a lo que ella me dicta, mucho de historia y mucho de amor, soy testigo de estas cuestiones que también son representadas, pero hay seguramente bastante verdad y da miedo (risas).
Quiero terminar con un pensamiento de Haroldo Conti, que dice con respecto a la vida de un hombre: “La vida de un hombre es un miserable borrador, un puñadito de tristeza que cabe en unas cuantas líneas. Pero a veces, así como hay años enteros de una larga y espesa oscuridad, un minuto en la vida de un hombre es una luz deslumbrante”. Con esta frase, que lo retrata muy bien a Conti, pensé en el desierto de lo real. Tal vez la vida de alguien para él sea esa cuestión desértica, ese desierto que hay que transitar. Pero hay un instante de luz, yo creo que hay más, que hay que contar. Un biógrafo no puede perderse ese instante de luz. Creo que de eso se trata cuando escribimos la vida de alguien. Me pasó con el cura, no entendía el ritmo de su escritura, no lo podía seguir porque él ponía hora, minuto, muy obsesivamente. Y de golpe desaparecía meses enteros y volvía de nuevo con esa obstinación y esa obsesión. Tuve que consultar con su médico psiquiatra qué le pasaba al Padre Esteban, por qué no dormía, por ejemplo. Primero se enojó bastante. Pero a mí me interesaba saber qué le pasaba, por qué desaparecía. Me explicó muy bien, hace doce años, qué era la bipolaridad. Ahí entendí, pero más allá del diagnóstico médico. Fue terrible contar esa angustia porque en esos escritos y esos cuadernos la angustia estaba, la pérdida de fe, los intentos de suicidio no los conté porque nadie los contó pero estaban. Y también la necesidad… impresiona de no morirse de eso. De hecho se murió de otra cosa. Su deseo era: “si me muero, que no sea deprimido”. Eso era no reconocerse en ese padre brillante en todo, sino ese hombre que no creía, que no rezaba.
Contar sobre alguien es también meterse en esas tristezas, en esas patologías, a veces con muchísimo respeto y también admiración. Me gusta la ficción, pero me doy cuenta que es cierto entrenamiento acercarse a alguien y preguntarle. Si está, es mucho más difícil. Supongo que ahora me toca la tarea más difícil: enfrentarme a Aurora y demostrarle que estoy a su nivel, a su altura. En los rieles.
Notas:
(*) Intervención en la mesa “La biografía cuestionada”, junto a Guillermo Ranea y Enrique Acuña, en la XIX Jornada Anual de la Asociación de Psicoanálisis de La Plata “B(y)ografías –desierto real y sed de sentido-”. Viernes 6 de diciembre de 2013, Biblioteca Central de la Provincia de Buenos Aires.
Transcripción: Sebastián Ferrante con corrección de la autora.