Analyticas del Sur. Revista de psicoanlisis en la crtica cultural

Edición Nº 10 • Octubre de 2020 •

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Extrañezas –Macedonio, Borges–

Christian Gómez

Director de Enseñanzas del Instituto Sigmund Freud-Asociación de Psicoanálisis de Misiones-ISF, APM-. Miembro del Consejo de Enseñanzas de la Red de Asociaciones Analíticas y Publicaciones Periódicas-AAPP-. Director de la revista Fri(x)iones-entre el psicoanálisis y la cultura-. Integrante del Comité de Edición de Analytica del Sur-psicoanálisis y crítica-. Miembro de la Asociación Amigos Guaraníes-AAGua-

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Andrea Mac Micking. @andremacmickingphoto

 

¿Qué puede decir aquel que atraviesa la experiencia analítica de ese encuentro inefable con un real que se escabulle por imposible de decir pero que, a la vez, deviene causa del deseo?

Siguiendo esa inversión propuesta por Jacques Lacan según la cual el poeta le lleva la delantera al psicoanalista y, sin olvidar la tensión irreductible señalada por Oscar Masotta entre poesía y psicoanálisis, voy a referirme a dos modos donde la creación poética dice acerca de esa extrañeza conectada a la angustia, como ese instante fuera de tiempo –eterno e infinito-.

Se trata, por un lado, de un “Episodio” en la vida de Macedonio Fernández ocurrido a la siesta, esa hora sin tiempo donde en vez de dormir–ese goce casi sagrado del habitante de provincia-, ocurre más bien el inquietante despertar ante lo extraño de un encuentro atemporal con la voz del padre.

Por otro, de aquello que le fue dado ver a Jorge Luis Borges en el sótano de la casa de la Calle Garay, apenas antes de su demolición, invadido a la vez por el recuerdo y el olvido de Beatriz Viterbo, la mujer amada: el infinito aleph.

Modos alusivos de referirse a la inquietante familiaridad que habita la casa del Otro. ¿Es eso lo que enseña el poeta al psicoanálisis?

 

Macedonio: La siesta inquietante

Voy a detenerme en esta primera parte en un episodio alucinatorio en la vida de Macedonio Fernández al que refiere Ana Camblong, estudiosa del pensar-escribiendo macedoniano en un libro titulado Ensayos Macedonianos. Esta referencia es mencionada por Enrique Acuña en un artículo publicado en la revista virtual Analytica del Sur-Psicoanálisis y Crítica- “Joyce visita a Macedonio: el cuerpo cáscara y el sobretodo”, donde retoma la cuestión de cómo es posible curarse del lenguaje con el lenguaje.

Escribe Ana Camblong sobre el discurso de Macedonio Fernández: “Las apariciones, las alucinaciones, las prácticas metafísicas, el rapto místico, el delirio fantástico, el contacto con las abstracciones intelectivas, el pensamiento lanzado en inconcebibles contradicciones paradójicas, configuran un territorio de alto riesgo en el campo intelectual y en la hegemonía ideológica del proyecto moderno, racionalista, empirista y de pruebas positivas. Para comprender desde el punto de vista socio-cultural hasta qué punto el discurso de Macedonio, tanto poético como ensayístico, resultaba y resulta, aún, insoportable, hay que ponderar los discursos políticos, académicos y periodísticos cuyas coordenadas respondían con vigor a las consignas: orden, progreso, control racional, disciplina, categorías rigurosamente definidas en metalenguajes especializados”. Una escritura inviable según el canon, algo que Macedonio sabía, dice, con “trágica lucidez” al recibir obtusas lecturas de sus manuscritos o publicaciones en vida. ¿Qué escribe ese hombrecito que recorre las pensiones de Buenos Aires con libros de actas foliados escritos hasta en los márgenes?

Se trata de la Siesta (con mayúsculas) macedoniana, tema recurrente: “Para leer los textos de Macedonio -dice la autora- hay que instalarse en su universo excéntrico y, desde adentro, entablar una interminable e intermitente conversación” (“Con Macedonio, a la siesta”). Desde adentro – y no como si fuera un objeto de estudio al que se trata de clasificar según un saber previo- instalándose en ese universo según el arte de la conversación, en ese sin tiempo de la siesta (con minúsculas) enigmático que aún hoy se puebla de fantasmagorías, apariciones, erotismo y misterio en las provincias y que persiste en ciudades como Posadas, por ejemplo. En Posadas escribe Macedonio uno de los textos más raros sobre la siesta, dice Ana Camblong, al cual titula “Episodio”.

Cuenta Macedonio:

“Caminaba yo quietamente con un alma ligeramente fantaseadora, como quien a un tiempo levemente piensa y vive, en las inmediaciones de Posadas, por un sendero que afluye a la población en terreno alto desde el cual se ve marchar las aguas del Paraná bajo las sombras y agitarse las espesuras de las costas y se siente sed de la frescura de esas umbrías: eran las dos de la tarde de un día cálido en el claro misterio de la siesta.

El luminoso ambiente, poblado de calientes hálitos y olores de la tierra, se vertía en mi interior y me inquietaba ya cuando en la luz del camino alzóse una figura inefablemente conocida de mi alma. Era el dios humano de mi pasado, mi padre, tal como mi infancia lo vio, pues veinte años hacía que nuestra familia había asistido a su muerte.

Nada más cierto para mí que su muerte; nada más cierto que estaba frente a mí, que me abrazaba y besaba y empezó prontamente a hablarme”.

¿Qué escribe Macedonio? Para comentar este episodio no recurriré a la cuestión diagnóstica (psicosis, melancolía a partir de la muerte de su mujer, Elena Bellamuerte del Museo de la novela de la Eterna) sino por el contrario a lo que enseña del uso del lenguaje como artefacto. Del mismo modo que ante la pregunta de si Joyce estaba loco Lacan responde invitando a la lectura, aquí se trata de la escritura como solución, cuando lo que aparece es un vacío al que responde una particular manera de habitar el lenguaje.

La alucinación del “episodio” es así literaria, deviene escritura. Se entreteje entre otros poemas para dar lugar a lo que más arriba mencioné: la Siesta (con mayúsculas) como un universo donde habita la invención lenguajera de Macedonio.

“Lejos, los trémulos ámbitos. La siesta omnipresente gravita donde el Tiempo fulminado se detiene”, escribe. (Última estrofa del poema Siesta). Ese tiempo fulminado que se detiene como en una eternidad es un hueco a partir del cual emerge no tanto el humor macedoniano, sus juegos con las palabras sino más bien las invenciones lexicales que a veces van a parar al neologismo: Beldad, Bellamuerte.

Ana Camblong escribe: “Una escritura que habla de experiencias y existencias imposibles de convertir en una mera información. De ahí lo intricado del texto, el fraseo discontinuo, la sintaxis retorcida, el vocabulario insólito y, al mismo tiempo, repetido, como un niño que balbucea y experimenta con su lenguaje, en actitud inaugural de perplejidad”. El goce de lalengua como solución, agregamos con Lacan.

 

Borges: el infinito aleph

Si el pensar-escribiendo es el nombre del estilo macedoniano, en Jorge Luis Borges se trata, según Enrique Acuña, de la refutación como estilo (“Borges y la extimidad en El aleph”). Aquello que se dice de nuevo, pero de manera diferente ante la imposibilidad de pensar la repetición sin la diferencia. De esas conversaciones entre Borges y quien fuera su precursor, a quien le copió hasta llegar al más devoto plagio, entre el cronos como la insoportable sucesión y la eternidad escandida en una historia hay un vacío, más que la detención de un instante fuera de tiempo (el gaucho recostado contra el mostrador que vuelve a lo sucesivo y empuja a Dallman a una pelea desigual en El sur) o el museo de la Eterna, atrapado en una letra: Aleph, la primera del alfabeto de la lengua sagrada, pero también la ilimitada divinidad en la Cábala, aquella que tiene la forma de un hombre que señala el cielo y la tierra, y el símbolo de los números transfinitos.

No se trata aquí de hacer un comentario del cuento sino de señalar las vías a partir de las cuales su autor produce una letra que está en el lugar donde tiempo y espacio se vuelven inaprehensibles. Una cartelera de un aviso de cigarrillos se renueva, el universo sigue su curso ya sin la presencia de Beatriz, amada con exasperante devoción. Muerta, sus múltiples retratos recorren el pensamiento entre memoria y olvido mientras Carlos Argentino Daneri intenta escribir el poema que describa la tierra en su extensión temporo-espacial: todos los instantes en todos los espacios, para lo cual necesita el Aleph, descubierto en su infancia al escuchar que alguien dijo: “hay un mundo” en el sótano de la casa de la calle Garay.

Podemos decir que la burla aquí radica, no en el adjetivo de falso Aleph con que, en el cuento, Borges se ríe de la pedantesca empresa, sino de la solución de aquello que aparece como inconcebible y a partir del cual la literatura no es sino falsedad. Es ese punto imposible el que queda atrapado en una letra y no en el interminable poema que sigue acaso la imposible empresa del memorioso Funes.

“Arribo ahora al inefable centro de mi relato; empieza aquí mi desesperación de escritor. ¿Cómo trasmitir a los otros el infinito Aleph que mi memoria apenas abarca? Quizá los dioses no me negarían el hallazgo de una imagen equivalente, pero mi informe quedaría contaminado de literatura, de falsedad. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo, lo que trasmitiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño”.

Si el infinito Aleph contiene el espacio cósmico en una eternidad, entonces debería incluir ese momento, de ahí que Borges diga que se trata de uno falso. De donde ese espacio-tiempo queda reducido a una letra. Según Enrique Acuña se trata de una fórmula: t x e = a (que leemos: tiempo por espacio igual a aleph).

 

El infinito se detiene: en el límite

¿Locura o creación poética? Dice Borges: “Me asombró no haber comprendido hasta ese momento que Carlos Argentino era un loco. Todos esos Viterbo, Beatriz, era una mujer, una niña de una clarividencia casi impecable, pero había en ella negligencias, distracciones, desdenes, verdaderas crueldades que acaso reclamaban una explicación patológica”. Del mismo modo, cuando se refiere a Alejandro Xul Solar, a quien no duda en calificar de místico, no deja de destacar un fragmento de la conversación que mantiene con la viuda de Xul donde ésta le cuenta que en algún momento creyó que el artista estaba afectado por alguna falla moral. Sin embargo, la salida a la extrañeza es más bien un modo de dar cuenta de las invenciones posibles vía el lenguaje.

Germán García en Macedonio Fernández, la escritura en objeto, dice (refiriéndose a “Episodio”): “Lo real se opone, para el padre, a lo terrenal: lo mismo le ocurrirá a Macedonio, capturado en su vagar por una realidad imposible de ubicar en el territorio de la verosimilitud. La locura-ser expulsado de un lugar, quedar sin lugar- encuentra su cordura en el espacio utópico de la palabra que la sustituye y que la exorciza”.

Volviendo a la pregunta inicial, y a los fines de sostenerla: si el poeta enseña al psicoanálisis a cerca de estos modos particulares en que el sujeto se exilia en el Otro del lenguaje, justamente allí donde está como en casa (Sigmund Freud llamó a esto “la inquietante familiaridad”), es para señalar que es en tanto efecto, poema más que poeta, una letra, una cifra. Fórmula que señala ese encuentro singular del cual cada quien puede contar según el deseo causado.

Para finalizar, tal vez puede leerse en este sentido aquello que Oscar Masotta eligió contar a la salida de esa extrañeza a la que llamó locura o enfermedad mental:

“Pero las cosas estaban así: mi padre había muerto y yo había “hecho” una enfermedad en ocasión de esa muerte. Y desde que caí enfermo me tuve que olvidar de golpe de Merleau Ponty y de Sartre, de las ideas y de la política, del compromiso y de las ideas que había forjado sobre mí mismo. Tuve que buscarme un psicoanalista, y me pasé un año discutiendo con él sobre si mi enfermedad era una histeria o una esquizofrenia. (…)

A mi vuelta de los infiernos, mientras de modo paulatino iba reintegrándome a la vida y a mi trabajo, a medios que pagan mi trabajo y me permiten seguir escribiendo y leyendo, volvía a encontrarme con mis amigos. (…) En lo que se refiere al saber: en estos años he descubierto a Levi-Strauss, a la lingüística estructural, a Jacques Lacan (…) A la alternativa ¿o conciencia o estructura? Hay que responder, pienso, optando por la estructura. Pero no es tan fácil, y es preciso al mismo tiempo no rescindir de la conciencia (esto es, del fundamento del acto moral y del compromiso histórico y político)” (Oscar Masotta. “Roberto Arlt, yo mismo”. En Conciencia y estructura)

Se trata, en Oscar Masotta, de los modos de contar con Jacques Lacan y con el psicoanálisis al modo de lo que, años después, Eric Laurent llamará “el analista ciudadano”.

 

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Escrito a partir del trabajo presentado en la III Jornada de la Red de Asociaciones Analíticas y Publicaciones Periódicas-A.A.P.P.- Buenos Aires, 7 de septiembre de 2019.

Bibliografía:

-Borges, Jorge Luis: El Aleph. Emecé editores, Bs. As., 2003.

-Borges, Jorge Luis: Jorge L. Borges recuerda a Xul Solar. Prólogos y conferencias, 1949-1980. Fundación Internacional Jorge Luis Borges, Fundación Pan Klub y Museo Xul Solar, Bs. As., 2013.

-Fernández, Macedonio: “Miscelaneas”. En Textos seleccionados, Corregidor, Bs. As., 2012.

-Fernández, Macedonio: Museo de la novela de la eterna, CEAL, Bs. As., 1967.

-Acuña, Enrique (compilador): Curarse del lenguaje-locuras y psicosis-, El Ruiseñor del Plata, Bs. As., 2016.

-Acuña Enrique: “Borges y la extimidad en El aleph” en: Resonancia y silencio-psicoanálisis y otras poéticas– Edulp, La Plata, 2007.

-Acuña, Enrique: “Joyce visita Macedonio: el cuerpo cáscara y el sobretodo”. En Analytica del Sur Nº 6, julio de 2017.www.analyticadelsur.com.ar.

-Lacan, Jacques: El Seminario, libro 23 El sinthome, Paidós, Bs. As., 2006.

-Lacan, Jacques: El seminario, libro 7 La ética del psicoanálisis, Paidós, Bs. As., 1997.

-Freud, Sigmund: “Lo ominoso”. En Obras Completas,  Amorrortu, Bs. As., 1995.

-Masotta, Oscar: “Roberto Arlt, yo mismo”. En Conciencia y estructura, Eterna cadencia, Bs. As.

-García, Germán: Macedonio Fernández-la escritura en objeto, Siglo XXI, Bs. As., 1975.

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