Una vocación lacaniana
Escritor, sociólogo y consultor. Participó en la dirección de la revista La Ballena Blanca y El Murciélago. Publicó ensayos y textos literarios en Pasajes, Anamorfosis, Conceptual, Deriva, Cuarta Prosa. Tiene dos libros de poemas: Los demonios familiares y Casa de tolerancia (inédito). Miembro de la red AAPP. Miembro del staff de Analytica del sur- Psicoanálisis y Crítica-
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Las intervenciones, en este terreno, están dominadas por ese género que nos hace difícil escapar al patetismo: el testimonio. Hay que tener mucho patrimonio para que esto pueda ser revertido, al menos parcialmente. El lector adivinará, fácilmente, mi elíptica referencia, bastante telúrica sin duda. De todas maneras, sí es imposible escapar a la redundancia: como uno se encontró con Enrique Acuña y qué derivó de ese encuentro. Algunos se analizaron con él, otros fueron amigos personales. Para otros es la dimensión de enseñante de Enrique la que domina su contingente hallazgo.
Para todos existió un encuentro, cualquiera fuese el carácter que éste tuviera. Pero no es lo mismo analizarse que escuchar. El que habla cambia de lugar aunque Enrique nunca fue uno de esos analistas que hacen del mutismo una defensa contra la exposición. Nunca rehuyó a la conversa ni a la confrontación. Todos tienen un modo de encuentro con la verdad de alguien, ya sea en el análisis propio o en la escucha de una política de transmisión del psicoanálisis. Una redoblada exposición de patetismo estará dada si aquellos que mantuvieron un trato amistoso pretendieran poseer un acceso privilegiado a la verdad de este alguien. La propuesta de esta reunión –tomar una cita de un texto de Enrique Acuña- es una táctica adecuada para sortear parcialmente estos problemas.
La cita que elegí es del texto sobre Oscar Masotta que está en Resonancia y silencio:
“Muchos aún se preguntan por qué este hombre seguía fundando pequeñeces; bibliotecas, sociedades, grupos. Esos mínimos actos que se oponen a las grandes acciones de lo real no se resuelven en acciones de guerra, obligan a otra sociedad, aquella que Masotta esperaba en su acto de fundación que le otorga autoridad en el campo del psicoanálisis. Es el fracaso del héroe trágico y el nacimiento de un sujeto atópico: aquel que frente al valor del sacrificio ofrece la validez de su deseo cuando logra inventarse un discurso que insiste en realizarse”. (1)
En este fragmento se pueden apreciar varias entradas simultáneas: el registro de la historia particular de una transmisión del psicoanálisis que obtuvo una curiosa transversalidad en la lengua castellana, la invención propiamente analítica (a medias fallida, a medias lograda) y el camino de la vocación por el psicoanálisis en relación a su diferencia con otras prácticas. De allí la contraposición que señala Enrique entre el héroe trágico y el sujeto atópico. Si bien Lacan utilizó, de manera táctica probablemente, el paralelo entre el psicoanálisis y el género trágico, codificado según Aristóteles, posteriormente revirtió este movimiento, encontrando un saber cuantitativamente más afín al psicoanálisis en la comedia. El sujeto atópico postulado es opuesto al yo, necesariamente espacial, y es resultado de los efectos de la estructura del lenguaje. Tanto en lo referido al trayecto particular de Oscar Masotta como a cualquier otro que se sitúe en el plano de una vocación lacaniana se le aparece la decisión que solamente ese alguien puede tomar y servir a un discurso, eligiendo también la parodia a una exigencia de originalidad, de origen puramente yoica. La apuesta de Enrique Acuña en el psicoanálisis se ubica en estas coordenadas.
Enrique se recibió, como es sabido, de médico y se especializó en psiquiatría. Desde allí se dirigió al psicoanálisis y, tras una serie de exploraciones razonables encontró en Lacan su manera de entrar al discurso analítico. De ninguna manera sería posible dejar de mencionar a Germán García en ese paso. De hecho, para introducir un matiz caprichosamente biográfico, nos conocimos en los cursos de Germán, en el ámbito de la vieja BIP (2). Pero vuelvo a lo que estaba diciendo. De una vocación por curar órganos y tejidos Enrique Acuña dio un viraje hacia intervenir en los modos en que el significante muerde el goce del cuerpo e inclina la cancha en que se actúa esa pasión que llamamos destino. Entiendo que existe un vínculo, una relación semi-secreta entre el gusto por la risa (3) y el saber de la comedia y su viraje de la medicina al psicoanálisis. Hay algo bastante evidente. Ser médico es investir el discurso del amo mientras que el psicoanálisis le permitió jugar con las máscaras sin dejar de lado aquello que nos golpea en lo más hondo.
Me gustaría dejar sentado una ceguera particular que padecimos sus amigos. Una obnubilación particular de esta especie, que consistió en no darnos cuenta del verdadero valor de Enrique en tanto analista y agente de la transmisión del psicoanálisis. Para no excluirme de esto, confesaré (un poco pornográficamente como toda confesión) que de los grandes méritos de Enrique Acuña como enseñante fue algo de lo que me percaté en los últimos diez años. La amistad engaña por el lado del semejante y nos oculta lo que de prójimo tiene ese otro, que mentamos tan próximo y descifrable. Una cualidad reconocida en Enrique es que supo dirigir, que en el psicoanálisis no es sólo mandar (aunque haya que decir qué es lo que hay que hacer) sino despertar en cada uno alguna forma de transferencia de trabajo.
De una manera rara, el discurso analítico mantuvo parte importante de nuestra amistad, aun cuando yo había abandonado el campo del psicoanálisis. En el momento en que nos encontramos, él era un médico residente en el Hospital Belgrano que iniciaba su práctica analítica. O por lo menos la compartía con su trabajo en el Hospital. Una vez me invitó allí para hablar sobre psicoanálisis y educación. No fui muy original: tomé las referencias freudianas que aporta Catherine Millot en su Freud antipedagogo y poco más. Tiempo después Enrique da otro viraje: abandona la segura y nutrida remuneración del Hospital Belgrano, funda Perspectiva Lacaniana (reorganizada a posteriori como Biblioteca Freudiana- Asociación de Psicoanálisis de La Plata) y apuesta por su ser analítico. Esa decisión -arriesgada en lo profesional- lo salvó de ser un médico correctamente lacanizado, como los que uno conoce, y quizás aprecia en la medida en que eso es apreciable.
Resta a nosotros una labor de clasificación para una posterior utilización de un ingente número de artículos, intervenciones, clases y otra clase de insumos para que esta política de transmisión del psicoanálisis quede a disposición del porvenir. Y de testimonio de esa singular vocación lacaniana de Enrique Acuña y del resto enigmático que, necesariamente, se desprende de ésta.
Notas:
(1) Acuña, Enrique: “Oscar Masotta y lo tragicómico: una versión del exilio”. La Plata. EdULP. 2009. Pags. 11-118. Ponencia para unas jornadas del Centro Descartes en marzo de 2002.
(2) Biblioteca Internacional de Psicoanálisis, institución creada por Germán García al retornar de Barcelona.
(3) Siempre me hizo acordar al inicio de Scaramouche: “Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese era todo su patrimonio”. Indudablemente Enrique Acuña generó un patrimonio bastante más nutrido que la del protagonista de la novela de Sabatini pero a fin de cuentas él también era un espadachín como Scaramouche.