Dar forma al presente. Archivos vitales sobre la experiencia del Covid
Licenciada y Doctora en Filosofía (Universidad de Buenos Aires). Docente e Investigadora en la Universidad Nacional del Comahue y en la Universidad Nacional de Río Negro, Patagonia, Argentina. Sus publicaciones e investigaciones versan sobre el pensamiento filosófico y su relación con el arte contemporáneo, el presente y la memoria.
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Todavía hoy, recuerdo el impacto de la primera lectura de Nietzsche: su estilo. Hace ya tiempo, a las y los estudiantes de filosofía se nos advertía de la autorreferencialidad como impronta filosófica del autor, dado que éste utilizaba la primera persona para dar forma a lo que devendría su modo intempestivo -fuera de lugar para sus contemporáneos- un filósofo póstumo, usando sus propias palabras.
Fotografía: Carolina Sanguinetti; @hornero.urbano
Se trataba de algo inusual en la filosofía, porque él se refería a sí mismo, no a la manera en que otros pensadores lo habían hecho, Descartes, por ejemplo, en las Meditaciones metafísicas, en una primera persona casi poética, pero a la vez impersonal en su generalidad, sino para hablar del torbellino que delimitaba sus relaciones interpersonales, o para hacer acusaciones, para autocriticarse como en el Ecce Homo.
Nietzsche instaló lo que parecía impensable: dar lugar a lo considerado banal, dejó que lo vital se filtrara en el métier de la filosofía. Desde entonces, cobró más y más fuerza la necesidad de desmarcar un relato instalado respecto a lo que se esperaba de la filosofía: dar respuestas, tomar distancia, ocuparse de “lo importante”. Tal autocrítica permitió a ésta arrimarse a lo inmanente.
Este estallar un modo de autocomprensión y de crítica de la actividad filosófica para apropiarlo en una indagación sobre el acontecer es el que encuentro inspirador y sobre el que voy a referirme para pensar lo contemporáneo y sus cruces con lo inédito y lo no homologable en referencia a alguno de los múltiples relatos producidos sobre el COVID.
El término inédito es sinónimo de algo nuevo, desconocido. En marzo de 2020, el Coronavirus (COVID) era ambas cosas; se produjo un nuevo comienzo en un tiempo que comenzó a medirse de otras maneras, ante un virus que alcanzó una espacialidad literalmente global.
Nuestra cotidianeidad asumió formas antes no imaginadas, “nueva normalidad”, como se denominó al encierro no elegido o al celo por medidas de sanitización respetadas con igual dosis de obsesión y temor, “nueva normalidad” que era transitada al mismo tiempo que nombrada.
Lo vital, por fuerza mayor, por situación de excepción, entró a configurar el pensamiento. El encierro, la incertidumbre, el miedo, marcaron coincidencias en la centralidad que adquirió el oikos, lo doméstico, como lo único que parecía real.
Y allí, en aquel tiempo espectral, pausado, la filosofía recuperó esa impronta nietzscheana de abrazar lo vital, de hablar en primera persona, de reaccionar ante lo vertiginoso, de pensar el transcurrir, aun bajo el riesgo de hacerlo con vaticinios desmentidos por los hechos, como le ocurrió al pensador Giorgio Agamben, quien reticente a las medidas de encierro dispuestas por el gobierno italiano inicialmente minimizó el virus y desencadenó una polémica que se volvió “viral”.
No es mi intención reparar en los pormenores de los enfoques y lecturas que ofrecieron variados pensadores. Circularon en la virtualidad un aluvión de diagnósticos, miradas, compilaciones, que buscaban -como en espasmos- transitar el acontecimiento pensándolo. Así, la pandemia generó una plataforma de reflexión de distintos alcances y aristas sobre la crisis del actual sistema capitalista; sobre sus desigualdades y precarizaciones y sobre el mapa geopolítico de estas desigualdades -que el COVID visibilizó y la distribución y accesibilidad a la vacuna ejemplificó-; sobre la posibilidad de dar con refugios ante un planeta al borde del colapso ecológico; sobre los modos en que la matriz económica y cultural opera en el escenario pandémico y la hiperproductividad aparece como el horizonte a seguir; sobre la angustia por el vacío del tiempo no productivo.
Encuentro fundamental atender al presente mientras este ocurre, no alzar el vuelo al caer la tarde como el búho de Minerva, sino que, al igual que el búho, encuentro valioso tener los ojos bien abiertos y abrazar el gerundio, aun bajo el riesgo de resultar extemporáneos.
Propongo aquí ajustar la mirada en relación con las distintas formas en que se pensó el tiempo del COVID como acontecimiento y se lo intentó asir, representar, narrar desde lo indisciplinado de la no disciplina.
La tarea es entonces, cartografiar una serie de experiencias que recurrieron al archivo experiencial como un modo de construcción. Tal vez lo que busco es desplegar un pensamiento que al remitir al archivo construye uno. Para ello -y aun cuando lo haya planteado para remitir a otro escenario- recupero la noción de “archivo vital” de la investigadora Nelly Richard[1], para acentuar la irrupción decisiva, fundamental, de lo afectivo en lo que se acopia, en lo que se registra al mismo tiempo que se intenta iluminar. Pódcast, cortometrajes, crónicas, cuentos, obras de arte y la filosofía propusieron archivos.
Recupero también la referencia de la escritora Dolores Reyes (Reyes, 2020) quien compartió un sentir con sus colegas referido a que la pandemia instaló lo que ella llamó la urgencia por los “balances vitales”. Balances vitales configuran archivos que también lo son.
Lo inédito
“He leído a muchxs pensadores en estos días. Ensayos, diarios, crónicas, incluso manifiestos, sosteniendo posiciones, tonos y lugares de enunciación contrapuestos. No quiero sumar nada a ese coro, no tengo nada que decir -ninguna certidumbre, ninguna convicción- ni siento que mi percepción pueda resultar una experiencia ejemplar, aleccionadora. Siento más bien consternación ante el presente y el futuro. Y sobre todo una sensación pantanosa de confusión, que asocio a la fiebre prolongada y a la falta de olfato. Y al encierro. El presentimiento ante un mundo que está cambiando vertiginosa y definitivamente mientras no nos enteramos de (casi) nada, aunque estemos hiperconectadxs y bombardeados de información día y noche.”
Ana Longoni
Jorge Carrión es escritor. Durante el primer tiempo de pandemia, encerrado con su familia en un departamento de Barcelona, escribió un diario que tituló Lo viral ; allí se evidencia la referencia al tiempo de pandemia a la vez que a sus intereses, que en su caso tienen que ver con las tecnologías y la viralidad virtual; ofrece una reconstrucción histórica de los acontecimientos del COVID, desde el primer contagio, las hipótesis que se barajaban, lo que era contado en los medios de comunicación, el impacto urbano, doméstico, afectivo generado por la propagación del virus, el modo en que se vivía encerrado en una metrópolis.
Según su mirada, la llamada “nueva normalidad” era un subgénero de la ciencia ficción.
El 5 de marzo de 2020 escribió en su diario:
“Una señora abre las dos ventanas del autobús, aunque hace frío. Una alumna extranjera de la universidad pulsa el botón del ascensor con el codo (…) en esta crisis se podrían ir registrando todos y cada uno de los nuevos gestos y la desaparición de los de siempre”.
Ahuyentar el miedo, jugar a distraerse. Tales son los verbos con los que la investigadora Ana Longoni [2]describía en su texto “No tener olfato” una sensación que intuía colectiva en la pandemia.
Del material que leí en 2020 durante los primeros meses de encierro, ese fue el primero que me conmovió intensamente. Longoni vivía en Madrid cuando comenzó la pandemia dado que hasta junio de 2021 se desempeñó como Directora de Actividades públicas del centro de estudios del Museo Reina Sofía. Enfermó de COVID cuando Europa pasaba por una situación caótica debido al alza en el número de casos y la saturación del sistema de salud.
Releo su relato y tomo conciencia de cómo aquellas palabras fueron vehículos para transitar lo que se estaba viviendo, registraban la urgencia de registrar y al mismo tiempo ordenar de algún modo esas emociones.
En su crónica, Longoni expresa:
“Hoy me desperté pensando en que perder el olfato era otro modo de encierro. Ya perdimos la posibilidad de tocarnos la piel y hundir los dedos, de hablarnos y escucharnos en vivo, de rozarnos, de mirarnos a la cara. Y ahora no puedo oler al otrx ni a mí misma, ni saber si me merezco una ducha o si estoy desatando un incendio. El cuerpo ensimismado, aletargado, reducido. Sin papilas dispuestas al deleite o al peligro. Sin afuera.”
Allí, cuenta que por indicación de la médica que le hacía “el seguimiento” debía ir al hospital al día siguiente.
“Esa noche tuve pesadillas con Ifema. Me resisto todo lo que puedo a ir a Arco, la feria de arte que ocurre allí, pero pasar la noche en ese predio ferial devenido hospital de campaña, y su mar de camas y tubos de oxígeno, de gente sola en medio de una multitud de enfermxs, se me hace aterrador”.
De su paso por el hospital registra:
“Solo puedo verles los ojos, afiebrados, tristes, preocupados. Le sonrío a una anciana y me doy cuenta que no ve mi sonrisa ni tampoco la adivina: tengo el rostro semicubierto, tengo también los ojos tristes y afiebrados. El único barbijo (mascarilla dicen acá) casero, made at home, es el mío, cosido a torpes puntadas, con la tela gris brillante que encontró Gloria anoche en su taller. En las farmacias del barrio no se consigue ni alcohol, ni termómetro, ni guantes, ni mascarillas”.
Hoy, hay cosas que el relato arroja con profunda precisión desde la construcción de imágenes alrededor de aquel presente: la magnitud de la experiencia vivida; mirar sin poder leer la expresión del rostro cubierto, pero sí, leer el pavor de aquellos ojos que el miedo hacía brillar.
Archivos vitales como los que se crearon hoy cobran otros sentidos, ayudan a visualizar la escala de lo vivido, eso que la inmediatez no permitía procesar.
Tal vez no se trate de una disyunción excluyente en referencia a modalidad de acceso al presente: entre el pensamiento situado, que reacciona, o, en contraposición, aquel que se apoya en la mediación temporal, sino de abordar el presente y también, de tomar distancia para verlo con más intensidad, precisamente, gracias a tal distanciamiento.
Longoni refiere a una entrevista que se hace a sí misma Svetlana Alexiévich, en la que reflexiona sobre esa compulsión inmediata a pensar, a dar respuesta sobre lo que supone un suceso tan cruento y definitivo como la catástrofe nuclear ocurrida en 1986 en Chernóbil, la ciudad donde ella vivía. Cita este fragmento:
“Podía haber escrito un libro rápidamente. (…) Pero había algo que me detenía. Que me sujetaba la mano. ¿Qué? La sensación de misterio. Esta impresión, que se instaló como un rayo en nuestro fuero interno, lo impregnaba todo: nuestras conversaciones, nuestras acciones, nuestros temores, y marchaba tras los pasos de los acontecimientos. Era un suceso que más bien se parecía a un monstruo. En todos nosotros se instaló, explícito o no, el sentimiento de que habíamos alcanzando lo nunca visto”.
En similar dirección, el 10 de marzo de 2020 Jorge Carrión escribió que volvió a leer La peste de Albert Camus y que allí se encontró:
“Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras, y sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas.”
¿Cómo enfrentar el desafío de lo inédito?; ¿Cómo aludirlo, expresarlo, procesarlo, atravesarlo, representarlo?
Tal vez la enunciabilidad de esas experiencias cede por intermedio del/los lenguajes que van dejándolas ver, disolviendo resistencias.
Lo no homologable[3]
“La prensa da cuenta de rituales mortuorios a distancia, de velorios virtuales por skype o zoom, de entierros transmitidos desde lejos, a distancia prudencial, por el teléfono móvil, de morgues atiborradas e improvisadas y de ataúdes que parten con destino incierto, de cadáveres abandonados en las calles durante días, de cuerpos que nadie cuenta ni reconoce. ¿Adónde quedarán esos muertxs, nuestros muertxs? ¿Adónde quedaremos los vivxs? ¿Adónde?”
Ana Longoni
“No tuve miedo de morir. Tuve miedo de hacerlo solo.”
Paul Preciado
Durante el tiempo del encierro, a través de nuestras pantallas se escenificaba lo inédito. En los medios de comunicación solo se hablaba de cifras: curva de contagios, casos confirmados; en nuestro país era constante la referencia a la disponibilidad de camas en las Unidades de Terapia Intensiva que aprendimos a llamar “UTI”, el número de muertos.
Carrión escribe en su diario el 18 de marzo que:
“los crematorios en Madrid funcionan las 24 hs del día, después del colapso sanitario llegó el colapso funerario y ante la imposibilidad de despedirte las redes sociales se transformaron en cementerios, en espacios de despedida y duelo”. [4]
El COVID nos acercó una experiencia dolorosa y acaso inhumana a quien tocó de cerca: la imposibilidad de despedir a los seres queridos. [5]
Por su parte, la vastedad de la cifra dificultaba asir la devastación implicada en cada vida interrumpida.
En marzo de 2021, la investigadora Rita Segato[6] inició su conferencia en la Universidad de Cuyo, en Mendoza, proyectando una intervención realizada por Fernanda Laguna desde el colectivo Ni una menos en la que se exhibían tarjetas y cada una indicaba el nombre, la edad, la provincia de residencia de las víctimas de femicidio desde que comenzó el 2021 hasta la fecha de la presentación de Segato. Sin pausas, nombre tras nombre. En tiempos de coronavirus la violencia de género mostró cifras alarmantes. Cabe recuperar la pregunta que se hace Segato para abordar la reflexión sobre las cifras y las pérdidas, sobre las vidas que se interrumpen. Reconoce que su mirada en torno a los femicidios fue desde lo que llamó el “escafandro de la ciencia” mientras que ahora considera central recuperar lo “no homologable” de esas muertes como clave para vincular lo afectivo a lo intelectual.
En relación con lo aporético de abarcar, comprender la magnitud en su no homologabilidad durante el COVID, rescato también un sensible ensayo publicado por Vir Cano (2021b) en la revista Anfibia que resulta él también anfibio: porque es pensamiento y a la vez registro fotográfico, realizado por Cano desde 2019 de su abuela materna, el cual fue interrumpido con su muerte. Su relato transita la línea que une lo personal y lo colectivo, la palabra y la imagen, la muerte: su comprensión, su duelo. Cano advierte:
“Comienzo a escribir este texto cuando, en nuestro país, se registran 92.568 muertes, de un total de 4.005.247 de casos de personas con covid. En todo el mundo, según indica una de las enciclopedias libres y virtuales más consultadas, las cifras alcanzan los 3,92 M de muertes y un total de 181M de casos positivos. Tengo la certeza cruel de que estos números se quedarán cortos cuando estas líneas lleguen al lectorx, también sé que no hay cuantificación que nos permita dar cuenta de la magnitud del corte ni de las tesituras de la herida que nos atraviesa. Para quienes integran los mundos afectivos cotidianos de lxs que murieron, esas pérdidas serán ausencias constitutivas, dolores itinerantes, el don amargo de una vida -y una compañía- que no fue y podría haber sido.”
Y continúa en la dirección del rescate de lo intrasferible, a la vez que en la del empeño por ensayar traducibilidades posibles:
“La lengua de las matemáticas no es capaz de narrar lo insustituible de quienes ya no están, tampoco puede acercar mucho del desborde subjetivo y afectivo que provocan en nosotrxs nuestros muertxs y los momentos donde nos confrontamos con esa fragilidad que no se nos quita y que nos liga irremediablemente a lxs otrxs. Pero quizás ese idioma cuantificado sí tenga la potencia de señalar ese lugar donde la pérdida y el proceso de duelo no pueden ser de nadie en particular, sino algo colectivo, un trabajo que nos vincula a (y crea) un mundo en común. Desprivatizar el duelo y colectivizar la herida, tal vez sean las maneras de hacerle algo de justicia a lo inmenso del corte, así como a lo que esa laceración es capaz de ligar, unir y entrelazar”.
En vinculación con lo no homologable como categoría para recorrer la condición desbordada de la comprensión de las muertes por COVID y la potencia de lo colectivo para la escenificación de lo que resulta individual y colectivo, quisiera hacer referencia al proyecto Insuflación de una muerte crónica realizado por el colectivo de artistas Mujeres en Cuarentena en 2020 en Sao Paulo que inicialmente se dio a conocer en las redes sociales[7]. En la acción performática cuatro mujeres, dentro de un departamento llenaron globos negros durante 24 horas sin parar hasta lograr el número equivalente a los muertos en Brasil durante aquel periodo, a lo largo 15 días seguidos: inflaron 100 mil globos. En ese tiempo las participantes convivieron en el ambiente doméstico mientras concretaban la acción. Al finalizar, vaciaron los globos que fueron utilizados por un colectivo de madres en la periferia de Sao Paulo para ser transformados en una tela-manto. Mientras el gobierno de Bolsonaro relativizaba la dramática crisis sanitaria que atravesaba el país, la acción artística instalaba una posible vía de abordar la vastedad de la cifra, proponiendo representar el volumen que ocupa cada una de las muertes por COVID: su no homologabilidad cristaliza en la tensión entre la singularidad del objeto escogido y la espacialidad de la escala con la que se articula el número y el volumen.
Asimismo, la noción de lo no homologable puede ser desplegada para contemplar las tensiones entre los arribas y los abajos, los nortes y los sures, las vidas y muertes que el sistema mira con distracción, que “no importaban” en la normalidad y tampoco importan en “la nueva normalidad”. En su texto “Nunca estuvimos más cerca” Dolores Reyes lo pone en palabras sin atajos:
“La solidaridad, ante todo, va a requerir empatía. Mandar a su casa a un niño y sus cuidadores requiere saber en qué consiste eso que con tanta liviandad estás llamando casa. Sé que muchos de nuestros alumnos no se van a lavar las manos hoy porque nunca en su vida tuvieron un hogar con agua corriente y que ante esta emergencia van a necesitar todo tipo de asistencia para poder hacer lo que vienen haciendo desde al menos dos generaciones, sobrevivir”.[8]
El encierro asumió el curso de desigualdades de aquella normalidad en suspenso. “Lo que estalla con esta pandemia es la precariedad en todas sus formas. Las redes barriales se están articulando pero todavía no alcanza, y ese es el mayor desafío ante una plaga que se ríe de nuestras distancias y de nuestras jerarquías. Si viviste toda tu vida ignorando a quienes ranchan de este lado de la General Paz, ha llegado una peste que te obliga a mirar para acá y conocernos.”
Por su parte, en su contribución al proyecto colectivo del Centro Cultural Kirchner Diarios, Ana Longoni escribe sobre su amiga Thelma, migrante precarizada a quien la pandemia encontró en Madrid, y de la que comparte sus propias palabras:
“Como migrante, estas son las condiciones a las que te enfrentas cuando comprendes que sin capital social tus habilidades adquiridas y estudios pierden su significado y pasas a ser tan solo un cuerpo: su potencia, su resistencia, su capacidad de asumir esfuerzo para que otros no tengan que hacerlo, y ahorrarles futuros dolores, hacer los trabajos mecánicos, pero también cuidar y dar placer. Hemos sido los y las extranjeras quienes hemos levantado las piedras más pesadas de la economía de este país”.
El desafío se planteaba en cómo pensar, narrar, cartografiar la pandemia más allá del ensimismamiento del lugar habitado.
Va una referencia más para este archivo abierto que he comenzado a esbozar. Se trata del último libro del cronista Cristian Alarcón: El tercer paraíso, publicado en marzo de 2022, novela que se enmarca en la autoficción y que fue pensada y concretada durante la pandemia. Desarrolla varias temporalidades que se inscriben en la historia de la familia del escritor en Chile y en su propia infancia de desarraigo, cuando su familia emigró forzosamente a Argentina por la dictadura de Pinochet; también emerge el tiempo presente y la decisión de trasladarse a las afueras de Buenos Aires y aprender a cultivar un jardín con distintas flores. Es un libro que aborda múltiples cuestiones entre ellas, la botánica y su historia colonial; un texto bellísimo y conmovedor por muchas razones; aquí quisiera hacer hincapié sólo en una de ellas: el modo como la situación de pandemia desencadenó un balance vital en la narración y lo embarcó al protagonista en un proyecto de jardinería. Emprender dicho proyecto lo instó a reparar en el tiempo denso y palpable de la espera, en lo inexorable de la aceptación de lo inesperado pero también, en que la palabra esperanza puede asumir texturas y colores inesperados.
En una de las últimas páginas Alarcón escribió:
“La pandemia rebrota con una velocidad impresionante. Nuevas cepas llegan al país y son más contagiosas, más voraces. Nos vuelven a encerrar en las casas. La ceremonia Plantae es imposible, al menos como la imaginamos. La música, las bebidas, los platos exquisitos, el taller de huerta, las invitaciones. La pandemia nos ha enseñado a cambiar de planes sin pesar.”
“El invierno es cruel. Me contagio con la nueva cepa del virus. Tengo miedo de morir. Me falta el aire. Vivo sin saber si es el día o la noche. Ruego, pido por favor salvarme. Tengo miedo de dejar solo a mi hijo. (…) Tengo terror de ser entubado, dormido, de no resistir con mis defensas el ataque. Muy lentamente me recupero y en esa recuperación el campo, la huerta, las flores sembradas, los pájaros y los árboles, todo lo que atesoro en mi jardín y en los jardines aledaños que siento también míos es indispensable. Así termino de sanar. Con la primavera permiten los encuentros al aire libre. Esta tarde es la fiesta. Ya no es una ceremonia de plantar. Es una ceremonia de agradecimiento.”
“Con el pudor de los sobrevivientes, podemos decir que somos felices”.
El COVID enfrentó a las filosofías, a las artes, a las literaturas, al mandato de ser contemporáneos, de mirar el presente a contraluz y no olvidar ni por un instante lo precarios, dolientes, temerosos, temerarios -sobrevivientes- según el decir de Alarcón, que podemos ser.
Retomo lo que fue planteado al comienzo de este trabajo respecto a la fisonomía que puede asumir el pensamiento crítico. Suele atribuirse a la filosofía el poder de encontrar el intersticio, de desarmar lo que el filósofo Amador Fernández Savater llama «situaciones saturadas», agujerar las existencias anestesiadas por el compás de lo cotidiano, desnaturalizar.
Las disciplinas se desarmaron para producir registros alrededor de aquel tiempo inédito del COVID; respondieron a su vertiginosidad, materializaron el extrañamiento de una experiencia antes no nombrada; archivos vitales que hoy laten, aguardan.
Una primera versión de este trabajo fue presentada en el V Simposio «Pensar los afectos: miradas interdisciplinarias ante un desafío común», Facultad de Filosofía y Letras, U.B.A., Buenos Aires, 23 y 24 de junio de 2022.
Notas:
[1] Nelly Richard (2020) utiliza el concepto para referirse a un conjunto de diversas inscripciones, huellas, marcas que quedan latentes y que pueden volver a activarse si el presente lo requiere. Remite para su análisis al estallido chileno y a las diversas capas que asumió aquel despertar en octubre de 2019.
[2] Los textos citados aquí de Longoni junto a otros, fueron agrupados por la autora en el libro Parir/Partir, publicado en junio de 2022.
[3] Quisiera agradecer a mi compañera en la Red de Políticas y Estéticas de la memoria, Janaina Carrer la referencia al proyecto «Insuflación de una muerte crónica» al que hago mención. Resultó esencial lo discutido en la sesión de la red de estudios destinada a pensar lo no homologable en el marco del COVID. La Red de Políticas y Estéticas de la Memoria, es un espacio de reflexión e investigación transdisciplinar que conecta a investigadorxs, pensadorxs, activistas y artistas de distintos territorios iberoamericanos en torno a las políticas y estéticas de la memoria. Nace en el año 2019, como Grupo de Estudio en Políticas y Estéticas de la memoria dirigido por Nelly Richard y coordinado por Ana Longoni, en el Centro de Estudios del Museo Reina Sofía, en Madrid, España.
[4] Resulta interesante la mirada de Agamben en relación a cómo las medidas de distanciamiento por el pavor ante el virus y la centralidad que tiene el mantener la “nuda vida”, no solo abolieron al otro vivo sino al otro que muere. “Los demás seres humanos (…) ahora son vistos solo como potenciales contagiadores (…) Los muertos-nuestros muertos no tienen derecho a un funeral y no queda claro qué sucederá con los cadáveres de las personas que amamos.” (Agamben, 2020: 24)
[5] Luis Ignacio García (2021) reflexiona agudamente acerca de tal imposibilidad y de la angustia que permanece latente sin apaciguarse ante la dificultad de dar inicio al duelo. “Porque esa es la primera enseñanza de eso que solemos llamar duelo, y quizá la definitiva: somos sobrevivientes de una muerte que, por ahora, es la del otro, y por eso podemos volvernos testigos, tanto de su ausencia como de nuestra fragilidad”.
[6] https://www.youtube.com/watch?v=ARd_xdFLUw0
[7] https://www.facebook.com/mulheresemquarentena
[8] En similar dirección Vir Cano (2020a) puntualiza que “desde que se decretó la pandemia, las políticas comunicacionales en torno a los (urgentes y necesarios) cuidados colectivos tuvieron en el centro de su imaginación discursiva a “la casa” (asociada a la idea de un lugar seguro) y a la reducción de la circulación a lo estrictamente necesario (mayormente vinculado a la familia y el trabajo). Si bien siempre se apeló al sentido común de la responsabilidad y los cuidados (“nadie se salva solo”, resumiría el presidente), el eslogan “quedate en casa” fue el protagonista simbólico del imaginario en torno a los cuidados comunitarios y la legitimidad del contacto estrecho (y físico); incluso cuando fácticamente, sabemos, muchxs no tenían una casa donde quedarse, otrxs no podían quedarse en ella porque tenían que salir a trabajar, para otrxs la casa no era un lugar seguro, y podríamos seguir”.
Bibliografía:
– Agamben, Giorgio: “¿Qué es lo contemporáneo?” https://19bienal.fundacionpaiz.org.gt/wp-content/uploads/2014/02/agamben-que-es-lo-contemporaneo.pdf
– Agamben, Giorgio: ¿En qué punto estamos? La epidemia como política, Adriana Hidalgo, Bs. As, 2020.
– Alarcón, Cristian: El tercer paraíso, Alfaguara, Bs. As, 2022.
– Cano, Vir: Revista Anfibia, «El cuerpo que teníamos”, 28 de mayo, https://www.revistaanfibia.com/el-cuerpo-que-teniamos/. 2021a .
– Cano, Vir: Revista Anfibia, “Las muertes que compartimos”, 15 de julio, https://www.revistaanfibia.com/duelos-covid-las-muertes-que-compartimos/ .2021b.
– Carrión, Jorge: Lo viral, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2020.
– Fernández Savater, Amador: “Pensar para poder respirar”. Recuperado de: https://www.eldiario.es/interferencias/pensar-poder-respirar_132_1200397.html 2019.
– García, Luis Ignacio: Conferencia “La comunidad de la pérdida”, Cátedra Políticas y estéticas de la memoria, Seminarios y conferencias «Violencias, miedos y afectos», Mesa sobre violencia política, 2021.
– Longoni, Ana: Revista Anfibia, “No tener olfato”, 17 de abril, https://www.revistaanfibia.com/no-tener-olfato/2021a
– Longoni, Ana: Diarios: narrativas desde el aislamiento,“Thelma” . Recuperado de https://www.cck.gob.ar/episodio-2-thelma-por-ana-longoni/8541/, 22 de septiembre, 2020b.
– Longoni, Ana: Parir/Partir, Tren en movimiento, Buenos Aires, 2022.
– Preciado, Paul: “Aprendiendo del virus” en Diario El país, https://elpais.com/elpais/2020/03/27/opinion/1585316952_026489.html
– Preciado, Paul: “La conjura de los perdedores” en Diario Página 12, 3 de abril: https://www.pagina12.com.ar/256540-paul-b-preciado-en-cuatentena-la-conjura-de-los-perdedores
– Reyes, Dolores: “Nunca estuvimos más cerca”, 31 de marzo de 2020. Recuperado de: https://www.revistaanfibia.com/nunca-estuvimos-mas-cerca
– Reyes, Dolores: “El trabajo y los días en cuarentena” en Pódcast Transmisión de pensamiento, entrevista de Gabriela Borrelli, Centro Cultural Kirchner, enero de 2021: https://www.cck.gob.ar/transmision-de-pensamiento-232/9540/
– Richard, Nelly: “¡Chile despertó! Las complejidades de un devenir interrumpido por la pandemia”. [conferencia]. Museo Reina Sofía, Madrid, España. Recuperado de https://www.museoreinasofia.es/multimedia/chile-despertocomplejidades-devenir-interrumpido-pandemia.21 de septiembre.2020a
– Richard, Nelly: “El arte en tiempos de emergencia” [conferencia]. Museo Reina Sofía, Madrid, España. Recuperado de https://www.museoreinasofia.es/multimedia/arte-tiempos-emergencia.28 de septiembre.2020b