Maldición del genio.
Psiquiatra. Jefa de Guardia Hospital de Emergencias Psiquiátricas T. De Alvear C.A.B.A. Colaboradora y coordinadora del Comité de redacción Revista de poesía, narrativa y ensayo El desierto (1994-97) y de la revista del Ateneo Psicoanalítico.
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«El genio es la mayor maldición con la cual Dios puede bendecir a un hombre»
Fernando Pessoa
De los 30.000 papeles escritos, casi todos sin firmar, hallados en un baúl después de la muerte de Fernando Pessoa, la Biblioteca Nacional de Portugal reunió unos 200 bajo el título “Ensayo sobre la degeneración”, que Jerónimo Pizarro, traductor y refinado estudioso del poeta lusitano, ordenó pacientemente bajo el título Escritos sobre Genio y Locura.
Escritos sobre Genio y Locura no es exactamente un libro. Es el resultado de un esfuerzo editorial por encajar a lo largo de doce disímiles apartados algunas de las abundantes notas y fragmentos que Pessoa escribiera sobre la relación entre creatividad artística y enfermedad mental. Tampoco es fácil de entender: de ese montón de escritos no surgen significados, sino más bien una lógica.
Los primeros papeles están agrupados en torno a dos motivaciones fundamentales. Una, literaria y de época, porque el dúo genio y locura eran el lado oscuro del romanticismo privilegiado por la literatura simbolista francesa, a la que Pessoa adscribía. Otra, psicopatológica y muy personal: despegar de una tara hereditaria o “degeneración” sus enormes dotes de escritor.
En su carta de 1935 a Adolfo Casais Monteiro -uno de sus tantos heterónimos- justifica: “puse en Caeiro todo mi poder de despersonalización dramática, puse en Ricardo Reis toda mi disciplina mental, vestida de la música que le es propia, puse en Álvaro de Campos toda la emoción que no doy ni a mí ni a la vida.”
Recién llegado a Lisboa en 1907 y con 17 años, Fernando Pessoa vivió junto a su abuela loca, Dionisia. Dionisia representaría para él un estigma degenerativo a la vez que inspirador; la locura era un aguijón que lo acicateaba desde los genes. Mientras comienza el Curso Superior en Letras, el poeta se zambulle en la Biblioteca Nacional de Portugal con un propósito: “A partir de ahora, estoy determinado a leer por lo menos dos libros cada día: uno de poesía o de belles lettres, otro de ciencia o filosofía” [1] dirá.
Aparece entonces en él un investigador “científico” aunque no divorciado del literario [2], al punto que el poeta, o mejor, toda esa generación de poetas portugueses creada de sí mismo, jamás hubiera emergido sin sus lecturas ni sus apuntes de psicopatología: nacieron juntos.
Pessoa le encargará indagar el sistema nervioso y la decadencia mental a Alexander Search, uno de sus preheterónimos familiarizado con la obra de Max Nordau, crítico, escritor y médico evolucionista cuyo libro Degeneración influyó notablemente en la cultura de la época. Allí, Nordau trataba las corrientes artísticas y culturales de fin de siglo como decadentes, obras de locos o degenerados, proclamando el triunfo de la enfermedad y la locura en el arte y la literatura. Pero no será ésta exactamente la hipótesis que sostendrá Pessoa sobre el genio.
A lo largo de 30 obsesionados años, él irá deconstruyendo literariamente su locura y construyendo su genio de escritor según una desproporción o desarmonía entre inteligencia, voluntad y sentimientos, resultado de la degeneración hereditaria.
“…la parte creadora del genio es la locura” aunque perfectamente coherente, asegurará.
Junto con Shelley, Shakespeare, Keats, Poe, Goethe, Nietzsche y otros, su pre-heterónimo Alexander Search consume una psicopatología fatalmente biologista mientras elabora una “nosografía” que segrega la degeneración de lo que para él funcionará como el par complementario genio/locura: no hay uno sin la otra.
“…el hombre de genio es por definición una apartación de la norma… es un inadaptado, pero un inadaptado que crea”…”Hay distintos tipos de genio: del sentimiento, son los poetas; del pensamiento, son los filósofos; de la voluntad: Cristo, Napoleón.” Se hace manifiesto que para Pessoa no habrá disyunción entre genio y locura; le es imposible separarlas, pues el genio surgiría a consecuencia de una degeneración inicial, causa que se destila en un producto excepcional. Y concluye que “…el genio es una enfermedad, pero una enfermedad grande y gloriosa”.
En esta conjunción de genio y locura el otro como absoluto queda tachado, herido desde el vamos por la locura; ya nada ni nadie será intocable. No existirá para Pessoa -en el sentido lacaniano- lo unario, aunque el poeta intente generarlo cuantas veces le sean necesarias mediante una invención “literaria”, sus heterónimos, poetas otros nacidos de su genio de escritor por la desagregación de ciertos rasgos de su identidad.
Fragmentos, precisamente, conforman ese mundo al que su poesía cantó con una manera de sentir pensada, tan absolutista y plural como el universo post romántico al que adhirió, diverso e ilusorio… ¡como sus heterónimos!
El esoterismo, la caballah, lo oculto, elementos post-románticos que también abundan en estos escritos, fueron quizás otro intento pessoano de abarcar un universo simbólico tan astillado que para ser verdadero requería contener todas sus partes.
Así, en Escritos sobre genio y locura junto al Pessoa científico, hay un Pessoa esotérico, iniciado en la masonería e interesado por el conocimiento ocultista; un Pessoa político, con proyectos francamente anacrónicos; y, en unos fragmentos de 1912 titulados «Bandarra», aparece un Pessoa arcaico, místico del alma perdida de Portugal [3]. Hay incluso un Pessoa astrólogo, que en su afán de abarcar lo inabarcable confecciona cartas astrales para sus heterónimos, por ejemplo la de Alvaro de Campos.
Multiplicar las herramientas simbólicas parecería entonces la fórmula del genial poeta para desterrar de la locura la degeneración.
Esa pluralización inagotable le dará una diversidad de identidades literarias, cada una con rasgos bien diferenciados y desagregados de él mismo mediante una escritura que bordea cada vez sin eficacia el vacío de su identidad: “Con una ausencia tal de literatura ¿qué puede hacer un hombre de genio salvo transformarse, él sólo, en literatura?” dirá. Como sujeto singular, aparece también repartido: un montón de papeles y rasgos que pertenecen a otros poetas se desgajan de él. “La gran conciencia de los genios conscientes no es más que una espantosa y enorme conciencia lúcida”. De allí que “Pessoa, él mismo” sea casi un nombre vacío, que es como él se siente casi siempre.
Las notas reunidas bajo el último apartado de este libro, «Autopsicografía», evidencian el padecimiento de este enorme poeta. Enorme en el número y la extraordinaria calidad de su producción, que en sentido estricto no llega a conformar una obra pues nunca fue ordenada ni reunida por el autor -como si sus heterónimos fueran sujetos escindidos, embajadores subjetivos y plenipotenciarios de un genio así a salvo de la degeneración-. Fernando Pessoa es un poeta grande y solitario, pero jamás pudo ser Uno: imposible reunir en un solo nombre el brutal desequilibrio existente entre “Pessoa-él mismo”, ese asténico y calificado escribiente de oficina, y su extraordinaria producción poética dispersa entre los más de 170 heterónimos que a su muerte ha quedado guardada en un baúl del cuarto alquilado en Lisboa, sin publicarse ni lograr espesura bajo un nombre propio.
Ni los heterónimos ni las disquisiciones sobre genio y locura bastaron al poeta para circunscribir su “espacio interior” bajo una identidad. Si bien el Pessoa científico y el poeta nacieron juntos, mientras el racional deconstruía la locura, el genial fue construyendo su literatura. Ninguno de sus heterónimos fue enteramente él, ni él pudo reconocerse siquiera en la suma de todos ellos, como si la escritura no hubiera alcanzado a producir un sujeto sino apenas otros, otros de él-otro: semejantes y múltiples otros fallidos, parciales cohabitantes apenas, en un mare magnum de papeles. Precisamente, Message, único libro que pudo finalizar y publicar como Fernando Pessoa, fue para él su escrito menos representativo.
Así, las notas reunidas en Escritos sobre genio y locura ponen al descubierto que en la dramaturgia de Fernando Pessoa la desagregación pluralizante de la identidad no obedeció a una postura intelectual, sino a la imposibilidad de sintetizar en uno, en la unidad, a sí mismo o al otro. No en vano el poeta concluye en su ensayo «El hombre de Porlock» (1934): «Y así de lo que podría haber sido, sólo queda lo que es-del poema, o de los opera omnia, sólo el principio y el fin de algo perdido-, disjecta membra [4] que, como dijo Carlyle, es lo que queda de cualquier poeta, o de cualquier hombre». [5]
(*)- Comentario realizado para el Seminario de Enrique Acuña ”Identidad, vacío, identificación” (C.A.B.A. 2018).-
-Pessoa, Fernando: Escritos sobre genio y locura. Edición, introducción y traducción de Jerónimo Pizarro. Ed. Acantilado. Barcelona 2013.
Notas:
[1] (13A-55r; Cuadernos, 2009, vol. 1, p. 262)
[2] Guimarães, Fernando: “Fernando Pessoa, le symbolisme français et Max Nordau”, Europe, n.º 710-711, 1988
[3] Soler, Colette: «Pessoa, la esfinge». En Uno por Uno, Rev. Mundial de Psicoanálisis, nº44, 1997, pág. 102
[4] Locución latina que significa literalmente miembros dispersos.
[5] Pág. 9 introducción de Pizarro a Genio y locura.