Analyticas del Sur. Revista de psicoanlisis en la crtica cultural

Edición Nº 2 • Diciembre de 2014 •

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Lacan con Sellin

Inés García Urcola

Psicoanalista. Miembro del Instituto Pragma- APLP. Miembro de la Red AAPP (Asociaciones Analíticas y Publicaciones Periódicas). Actual coordinadora de Consecuencias de la clínica, del Instituto Pragma. Autora de diversos artículos publicados en libros y revistas de psicoanálisis.

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Sergio San Martín
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¿Por qué Moisés?

Esta pregunta hace referencia al texto freudiano “Moisés y la religión monoteísta”, texto que según señala Jacques Alain Miller en Punto cenit (1), fue el último mensaje de Freud. Ultimo mensaje en tanto si ponemos en serie los textos de Freud sobre la religión (“Tótem y Tabú”, “El porvenir de una ilusión” y “Moisés y la religión monoteísta”) es el último escrito, en los años 30, en el contexto del nazismo y de su partida a Londres.

A su vez, la figura freudiana de Moisés puede ser puesta en la serie de figuras del padre en Freud, junto al padre del Edipo y de Tótem y Tabú, como lo hace Lacan en El seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis. Es decir que cuando hablamos de psicoanálisis y religión el padre tiene un lugar central.

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La hipótesis freudiana que se mantiene a lo largo de toda su obra es que la cultura conlleva una renuncia a las pulsiones, a la satisfacción o goce pulsional. Esta renuncia, que inicialmente es adjudicada a la prohibición de gozar que instaura el padre, y que se fundamenta en un sacrificio del goce en pos del amor del padre, será regulada por la instancia del superyó como heredero del padre, con sus dos caras, la pacificadora por la instauración de la ley, y la que exige gozar a través de una satisfacción sustitutiva, satisfacción en la renuncia misma. Para Freud, la renuncia pulsional es la clave de la instauración de la religión en tanto sistema de creencias y ritos, y de una moral que organiza una vida.

Lo que señala Miller es que la tesis freudiana, que toda cultura se edifica sobre la base de la obligación y renuncia pulsional, “exige situar la influencia de individuos ejemplares, vehículos de la interdicción (…) No alcanza la renuncia pulsional si no hay alguien, una personalidad (…) Esto es por otra parte, el presupuesto para que pueda haber lo que él llama el asesinato.” Y en este punto es en el que Moisés, en tanto personalidad o gran hombre, le sirve a Freud para confirmar su tesis.

El gran hombre

En “Moisés y la religión monoteísta” Freud se vale de diversas obras escritas por estudiosos de la religión y de la Biblia para ubicar la figura de Moisés como el hombre que instauró el monoteísmo. A través de dichas obras Freud va a situar al personaje Moisés como un egipcio, que profesaba el monoteísmo siguiendo la religión instaurada por el faraón Ikhnatón, quien había impuesto dicha religión, aunque ésta duró solo el tiempo de su reinado. Al morir el faraón el pueblo egipcio volvió a sus antiguos dioses, pero Moisés, “allegado al faraón, era un partidario convencido de la religión nueva, cuyas ideas fundamentales había hecho suyas.” “Era acorde a la naturaleza enérgica de Moisés fundar un nuevo reino, hallar un nuevo pueblo a quien donarle la religión que los egipcios desdeñaron”.

A lo largo del texto podemos leer diversos modos en que Freud se refiere al gran hombre Moisés: de naturaleza enérgica, hombre ambicioso que aspiraba a la grandeza, gran señor, e incluso en un pasaje leemos: “No debemos olvidar que Moisés no fue solo el caudillo político de los judíos establecidos en Egipto, sino también su legislador, su educador, y los compelió a servir a una religión que todavía hoy es llamada, a causa de él, ´mosaica”. Es decir que Moisés le permite a Freud ubicar la figura del hombre ejemplar que necesita para desarrollar su teoría del padre interdictor.

Así mismo, como señalaba Enrique Acuña en la última clase de su curso anual “Psicoanálisis y herejía científica -entre ciencia y religión”, Moisés se presenta como un personaje humanizado, no solo por su rol político sino porque en él encontramos el encuentro con una mujer y la imputación del rito de prostitución a partir del cual es asesinado. (2)

El asesinato

El asesinato de Moisés es la hipótesis de la que se vale Freud a partir del texto de Ernst Sellin Moisés y su significación para la historia israelita y judía, que, como dice Lacan en el seminario 17, “le vino como anillo al dedo a Freud para poder sostener la temática de una muerte de Moisés que habría sido un asesinato”.

Freud ya había hablado del asesinato del padre del Edipo y del padre de la Horda. Aquí propone el asesinato de Moisés como un hecho acontecido o al menos verosímil: “No se puede llamar fantástica a la tesis de Sellin; es bastante verosímil. (…) Moisés, como Ikhnatón, hallaron el destino que aguarda a todos los déspotas ilustrados. El pueblo judío de Moisés era tan incapaz como el egipcio (…) para tolerar una religión tan espiritualizada, para hallar en su programa una satisfacción a sus necesidades”.

En El reverso del psicoanálisis Lacan dedica una clase al texto de Sellin, en la que invita al señor Caquot, Profesor de Religiones semíticas comparadas, quien se refiere al libro de Sellin y dice: “El libro es claro y riguroso. Es falso, pero claro.” Es decir que todo indica que no se puede afirmar que a partir de la interpretación que hace Sellin de la Biblia, más específicamente de Oseas, se pueda deducir el asesinato de Moisés. En este punto podemos localizar, como señala Miller, la interpretación que hace Lacan a Freud: “Lacan no puede soportar ver como Freud se remite al padre eterno, a la ficción forjada por él de un padre originario, que le es necesaria como fundamento de la prohibición y la censura”.

El padre como trauma

La ficción de un padre originario se enlaza en el Moisés de Freud con un acontecimiento traumático. En sus desarrollos se refiere al Moisés egipcio asesinado por un pueblo incapaz de tolerar una religión tan espiritualizada, el monoteísmo, y la censura que recae sobre el asesinato. Es decir que lo intolerable, lo traumático, lo ubica en la religión monoteísta. Freud cita a Sellin: “con que sus ideas no hayan muerto, sino que, calladamente, influyan aquí o allí sobre la fe y la costumbre, hasta que en algún momento, bajo el influjo de particulares vivencias o de personalidades cautivadas por el espíritu de él, irrumpan de nuevo con fuerza y cobren influjo sobre vastas masas del pueblo.” Como en su teoría del trauma, se trata de dos tiempos, el primero en el que opera la represión, la censura, y un segundo tiempo en el que particulares vivencias hacen que aquello reprimido retorne con fuerza.

Dirá Miller: “El Moisés es la escenografía del traumatismo y de la repetición. Cuando Freud considera el Uno del monoteísmo, el Un-Dios, se ve llevado a hacerlo advenir como traumatismo, es decir como acontecimiento surgido del exterior. Por eso hace de Moisés un egipcio. El Uno viene del exterior, viene del Otro.”

Del padre idealizado a la estructura

Se trata del padre que prohíbe en un primer tiempo, y en un segundo tiempo es introyectado en la instancia del superyó, donde habría una prevalencia del amor sobre la pulsión. La renuncia al goce en pos de su amor. Esto mismo es lo que cuestionará Lacan en el mismo Seminario 17. Ya no se trata de las figuras del padre cuando se refiere al pasaje del mito a la estructura. El trauma inicial no está en relación al padre, a la prohibición. La prohibición es el sentido imaginario al imposible del goce. La pérdida de goce que se imputa al padre en Freud, es concebida en términos de estructura. No es la ley lo que impide el acceso al goce; Lacan sustituye la prohibición por un imposible de goce que en su enseñanza se desplazará a lo imposible de la relación sexual.

Notas:

(1) Miller, Jacques-Alain: Punto cenit: política, religión y el psicoanálisis, Colección Diva, Buenos Aires, 2012.

(2) Esta es la interpretación que se encontrará en el texto de Sellin, quien se vale del profeta Oseas para la misma.

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Analytica del Sur Número 1. Aparición en web: julio 2014.

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