Analyticas del Sur. Revista de psicoanlisis en la crtica cultural

Edición Nº 6 • Julio de 2017 •

universales
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La pesadilla de Hegel

Carolina Roa

Miembro de la Asociación Psicoanalítica Paraguaya Arandu (APPA)

Marcel Duchamp
Hat rack
1917. Madera, 46 x 46 x 29 cm. El original realizado en Nueva York en 1917 se ha perdido. La réplica ha sido realizada en 1964 bajo la dirección de M. Duchamp por la Galería Schwarz de Milan.

La dialéctica hegeliana explica el continuo fluir de la terna tesis, antítesis, síntesis. Siendo la contradicción el motor del devenir donde en la afirmación está implícita la negación de la misma.

Para Hegel las ideas prevalecen sobre la dimensión material. La dialéctica es movimiento para alcanzar una síntesis última llamada “el espíritu absoluto”. El espíritu se enajena en aras del autoconocimiento, así lo único real es la idea a la que nos conduce, por ejemplo, el arte o la filosofía.

La discontinuidad en el establishment ha sido siempre el común denominador de la historia de las sociedades occidentales. El motor de los conflictos de clases siempre se ha caracterizado por perseguir un ideal de libertad. La disconformidad de los oprimidos alimentaba el ferviente impulso de morir libres antes que vivir como esclavos, algunos alcanzando con la inmolación la trascendencia.

Esta iracunda búsqueda de ideales de las clases dominadas ha ido modificando las políticas de Estado. No podía ser de otra forma, era la clase trabajadora la que sostenía los privilegios de las dominantes. Así las democracias fueron abriéndose paso en relevo de las monarquías, y sistemas absolutos de gobierno fueron reemplazados por instituciones creadas para servir a la sociedad.

Con el fin de la segunda guerra mundial devino la creación de la ONU. La humanidad celebraba lo que parecía ser la victoria de la libertad sobre la opresión. Las nuevas disposiciones auguraban un futuro exento de guerras. Por fin la humanidad escribiría en su historia el testimonio de su superioridad de espíritu: la libertad como la expresión de los valores humanos más elevados.

La cosmovisión de tipo globalista se instauró como nuevo orden a través de la cooperación de las grandes potencias. Se dio sentido a la frase socrática “no soy ateniense, ni un griego, soy ciudadano del mundo”. Tantas eran las ansias de un orbe renovado, de una era de paz, que se viralizaron improntas en perfiles de redes sociales con la mentada frase. No solo era un ideal, también era tendencia: la diversidad cultural como fuente de sabiduría.

Ahora hagamos una revisión de estos hechos con la dialéctica hegeliana antes expuesta. Si decimos que la libertad es ausencia de opresión, debe estar implícita también en ella su contradicción. La ingenua humanidad no pudo identificar las sombras que acarreaba el nuevo orden. La libertad es portadora de la opresión. Y los llamados libres de hoy serán ineludiblemente sumisos mañana.

La mónada social está regida por factores psicológicos que intervienen en fenómenos culturales. El psicoanálisis revela que el hombre debe resignar, transformar, desviar las pulsiones agresivas atisbando valores más elevados.

En efecto, en un pasaje de “¿Por qué la guerra?” (Einstein y Freud) (1933 [1932]) Freud explica respecto de las pulsiones agresivas que “no se trata de eliminar por completo la inclinación de los hombres a agredir; puede intentarse desviarla lo bastante para que no deba encontrar su expresión en la guerra”. A pocas décadas de completar un siglo de las declaraciones vertidas en esas cartas, su vigencia abruma y aterra puesto que, en oposición a los valores de la ONU, la realidad actual descubre la inminencia de un conflicto mundial.

El escenario global revela con desparpajo que el ideal del espíritu absoluto dista mucho de ser alcanzado. La historia evidencia que la cultura sigue sentando su base en la represión de pulsiones. En la correspondencia con Einstein antes señalada, Freud menciona: “Muchas veces, cuando nos enteramos de los hechos crueles de la historia, tenemos la impresión de que los motivos ideales sólo sirvieron de pretexto a las apetencias destructivas; y otras veces, por ejemplo ante las crueldades de la Santa Inquisición, nos parece como si los motivos ideales se hubieran esforzado hacia adelante, hasta la conciencia, aportándoles los destructivos un refuerzo inconsciente.”.

La pulsión destructiva revestida de propósitos de enjundia confunde a la humanidad, que con la cofradía de los avances en las tecnologías de guerra comprometen la vida misma del planeta tal y como la conocemos.

Pero entonces ¿dónde están los “ciudadanos del mundo”? Pues, alienados al sistema. Aquí debemos separarnos de Hegel. No hablamos ya de una alienación de objeto, sino de la alienación del sujeto a una subjetividad producida por el contexto social de donde emerge su historia.

Hoy los seres humanos en su imaginario son seres libres, en igualdad de condiciones. El individuo contemporáneo se cree autónomo. Los smartphones y demás avances tecnológicos permiten la inmediatez de la información, el ciudadano promedio está al tanto de los eventos mundiales y cotidianos. Así, está a un clic de poder ver cuántas veces le plazca y compartir con el mundo el proceso de decapitación al que los yihadistas someten a los cristianos en el oriente medio. Puede ver la violación sexual de una niña de 16 años en el Brasil. Puede ver el cuerpo de un niño de tres años en las costas griegas, muerto, ahogado en el intento de escapar de la guerra que vive el pueblo sirio. Para mitigar el morbo también está a un clic de un video de autoayuda que promete fórmulas para alcanzar la paz interior, la felicidad plena, cómo convivir con los fantasmas del pasado. Algunos hasta prometen milagros si se los comparte con X cantidad de personas. Pero la realidad arrogante se infiltra en los boquetes de la negación. Ante ella recitar formulas optimistas es tan efectivo como un ritual étnico para invocar a la lluvia.

¿A qué vamos con esto? A que la aclamada libertad no es otra cosa que un producto que fue vendido como ideal. Los inconformes la ansiaban. Entonces, es puesta como producto cerrado y empaquetado y colocado en la puerta de la casa para su uso y abuso. “La libertad de elegir cómo vivir, la libertad que nos llena, completa y nos da felicidad”. En esta vorágine de sueños e ideales se originaron ventas masivas de un producto mucho más poderoso y esclavizante que cualquiera: ya no la promesa de felicidad, si no la certeza de poder alcanzarla. El sistema capitalista aparece como respuesta a esta debilidad. Bien decía Khalil Gibran que quienes nos comprenden esclavizan una parte de nuestro ser.

Las leyes sirven a los que las crean, y el sistema capitalista no es otra cosa que la consecuencia de este argumento. Creado por hombres para dominar hombres.

Esto no termina ahí, el capitalismo ha dejado descendencia, el engendro es el neoliberalismo. Un sistema productor de reglas, de formas de vida, que convierte a las instituciones dedicadas (en el sentido manifiesto) a servir a la sociedad, actuando (en sentido latente) tal cual el discurso del Amo. Crea individuos institucionalizados que se precian de ser libres en su accionar. Mas, para pertenecer, deben someterse compulsivamente a sus reglas. Existe así una ilusión de alternativas, una ilusión de felicidad, una ilusión de plenitud.

Lacan argumenta que la falta es constituyente en el sujeto, el sujeto es efecto de lo que cojea. Por más promesas de objetos a que proponga este modelo neoliberal, por más que intente producir subjetividad y construir un sujeto al cual el trabajo lo lleve al éxito, el éxito a la felicidad, la felicidad a la plenitud, dicha plenitud sin embargo es mítica, es imposible, no es inherente al “mico parlante”.

El sistema actual conduce al hombre a un onanismo psíquico. Crea ilusión de que las almas gemelas existen, que hay alguien en el planeta que llena y completa por el solo hecho de existir. Que la psicología behaviorista (conductista) puede ayudarnos a vivir felices. Intenta adaptar el yo a las exigencias del mercado, sin reconocer que el individuo posee dinamismo propio. Así condena la existencia a la sombra de los cambios culturales. Aun cuando el humano es producto de un desarrollo histórico, posee mecanismos y leyes inconscientes que le son inherentes y que el psicoanálisis describe pertinazmente.

El neoliberalismo se presenta como la evolución del capitalismo en el sentido que transforma la característica laissez faire en un sistema con reglas. Pero definitivamente no es un sistema que dirige hacia fuerzas racionales que promueven la autoconciencia, como aspiraba Hegel, sino que moviliza al sujeto a estar siempre desenfocado de sus aspiraciones, a ser un onanista aturdido con su propio goce. Desenfoque tal, que no hace más que echar por tierra el discurso cuidadosamente cerrado “falto de faltas” del neoliberalismo.

La propia teoría psicoanalista con su espíritu revolucionario, es la oposición de un discurso totalitario pues pregona la castración simbólica y los objetos perdidos, como el motor de vida. Mella el narcisismo teorizando que la falta es constitutiva en tanto somos seres del lenguaje. Por esto está perdiendo espacio ya que no comulga con las direcciones del sistema.

A pesar de ello, el ideal hegeliano del espíritu absoluto tal vez pueda ser alcanzado por la vía que Freud propone en su correspondencia con Einstein, donde será la racionalización de las pulsiones, el entendimiento de la propia naturaleza, lo que podría salvar a la humanidad de su autoeliminación. Y por qué no, lograr la autoconciencia para revelar sus fantasmas y por fin vivir en un equilibrio inestable de libertad, la precaria libertad que le es dada alcanzar al hombre. Ante estas cavilaciones se tiene a bien citar a Freud en su trabajo “El malestar en la cultura”: “Más… ¿quién podría augurar el desenlace final?”.

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Este trabajo fue presentado en el marco de las XII Jornadas anuales de la Asociación de Psicoanálisis de Misiones, “La angustia contemporánea -el psicoanálisis ante las tecnologías del yo-” los días 17 y 18 de marzo de 2017 en Puerto Iguazú.

Bibliografía:

• Freud, S.: Sigmund Freud. Obras completas, “¿Por qué la guerra?”, (J. L. Etcheverry, Trad., Vol. XXII), Amorrortu editores, Bs. As, 1979.

• Freud, S.: Sigmund Freud. Obras completas, “El malestar en la cultura”, (J. L. Etcheverry, Trad., Vol. XXI), Amorrortu editores, Bs. As., 1979.

• Freud, S.: Sigmund Freud. Obras completas,“Psicologia de las masas” (L. L. Ballesteros, Trad.), Alianza Editorial, Bs. As.

• Kojève, A.: La dialéctica del amo y del esclavo, (1991 ed.), La Pléyade, España.

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