La inteligencia artificial (IA): una ilusión asubjetiva
Psicólogo clínico y psicoanalista miembro de la AMP y ELP. Profesor de la UOC. Colaborador docente de la UB. Autor, entre otros, de “¿Adictos o amantes? Claves para una salud mental digital en infancias y adolescencias” (2023) y “Adolescencias del siglo XXI: del frenesí al vértigo” (2024, en prensa).
» E-mail al autor
Ilustración: Sara Bosoer, IG: @srbsr_aoe
¿Puede la IA clonar un cuerpo hablante? ¿Podrían los algoritmos replicar el impacto del lenguaje en el cuerpo humano? ¿El lenguaje generativo sería equivalente a lalengua? ¿Sueñan los chatbots? ¿La IA reemplazará la inteligencia humana? ¿Puede la IA interpretar?
El neurocientífico argentino Rodrigo Quian Quiroga -profesor ICREA e investigador del grupo de Percepción y Memoria del Hospital del Mar Research Institute- señalaba la paradoja de que si bien el proceso de toma de decisiones -en su paradigma neuro- es determinista, resulta tan complejo que es como si no lo estuviera: “no hay nadie que lo pueda predecir porque es extremadamente complejo”. (Quian, 2024)
Los sueños, los lapsus, los olvidos, son manifestaciones del inconsciente y una IA no podría soñar puesto que una máquina no procesa la subjetividad, no tiene experiencias cotidianas de vida, no cuenta con un pasado ni con preocupaciones como los humanos.
Lo digital, con sus gadgets, sus mundos virtuales y sus programas de IA hay que leerlos como una respuesta actual a lo Real, una respuesta a la fuga de sentido que lo reinyecta vía los algoritmos. Es una repuesta en términos de no querer saber, de allí que no haya ninguna pregunta sobre la causalidad. En ese sentido, la llamada IA vela la debilidad mental suturando la dimensión inconsciente. Lo digital no incluye la pregunta por otra cosa – ¿y si hubiera pasado…? – ya que sólo cabe una respuesta programada. Lo contrafactual (en lógica modal se denomina contrafactual o contrafáctico a todo acontecimiento o a toda situación que no ha sucedido en el universo actualmente observable por la investigación humana, pero que podría haber ocurrido) no tiene lugar porque no se quiere saber sobre la causa.
Decía el filósofo Byung-Chul Han (2021) que la IA es incapaz de pensar porque es incapaz de “faire l’idiot” ya que es demasiado inteligente para ser un idiota. Podemos decirlo de otra manera: el inconsciente no se puede clonar. Las máquinas aprenden, pero no comprenden la ironía o el doble sentido (salvo que se trate de sintagmas ya establecidos e incorporados a su base de datos) ni cometen lapsus. Los modelos lingüísticos que se usan en la llamada IA generativa (GPT) calculan estadísticamente las probabilidades -patrones repetidos- de combinar el texto, lo que simplifica las decisiones. Saber es otra cosa porque saber implica gozar de la adquisición de ese saber y las máquinas no gozan, sus diseñadores sí.
La IA, como lo digital, tiene la ilusión -más bien- de domar el decir, programar el deseo y degradar la singularidad a una customización de la demanda. Todo ello no es sin consecuencias ya que lo excluido retorna como síntoma: fatiga zoom, errores, temores… Para ello, parte de una falacia: la inmersión sensorial es igual que la inmersión social (Ubieto, 2023). Su hype se basa en la idea de que real y virtual pueden superponerse. Tanto el Uno como el Otro pueden reducirse a emociones o sensaciones, sin palabras. Un ejemplo reciente nos lo ofrece el proyecto de una empresa española llamado Emotional Films. Basado en la IA ofrece la posibilidad de adaptar la película que vemos a nuestras emociones detectadas a través de una cámara de reconocimiento facial: «Creemos que un paso absolutamente natural es que la película que estás viendo pueda leer tus emociones y pueda adaptarse a ellas en un sentido u otro», señala el director, cuyo objetivo es generar historias ambientadas en «la realidad social, la hora del día en el que lo estás viendo, el clima del momento, si es de día o es de noche» (Bergera, 2023).
Este proyecto, como otros muchos, pretende externalizar la vida, aquello que nos hace propiamente humanos en tanto seres hablantes: la sexualidad, la fantasía, la creación, la decisión o las relaciones sociales. Propone encontrar la causa del deseo en el exterior: preferentemente gadgets, velando la nada del objeto, único existente que se materializa de diversas formas. Lo virtual y la IA son la memoria externa, en oposición a la dimensión del inconsciente. De allí que la pregunta interesante no es si la IA reemplazará la IH sino de los sesgos que perpetua por ese no querer saber en ese lenguaje del pensamiento que está separado del cuerpo (ilusión transhumanista).
Decía Lacan que el secreto del campo visual era la castración. La escultura griega es un claro ejemplo de la buena forma que enmascara lo real, presente en la anamorfosis del cuadro de Holbein que el propio Lacan nos enseñó a leer en su Seminario XI. La IA aspira a ese borramiento de la falta, reafirmando el fantasma -hacer y tener priman sobre el ser- evitando así la fuga de sentido y su angustia. Las escenas creadas virtualmente, y de manera infinita, colaboran a esa fijación del fantasma. Vemos ya aquí una oposición radical a la orientación analítica que propone atravesar el fantasma para cernir lo Real que incluye.
Esa apuesta por el reforzamiento del fantasma la encontramos en uno de los productos más conocidos de la IA, los llamados griefbots, artilugios de IA que permiten mantener el contacto con el ser querido como si siguiese vivo. Le otorgan -mediante pago de la suscripción- una nueva vida como en el programa Forever Life (https://somniumtimes.com/2023/04/06/why-somnium-spaces-live-forever-mode-just-makes-sense/). En los países asiáticos, especialmente en Japón, la religión sintoísta atribuye características anímicas a muchas cosas: árboles, rocas, personas, máquinas…, sustrato cultural que facilita o hace más natural la relación con los robots. A lo que hay que sumar que es una sociedad en la que domina la soledad y los robots pueden hacer compañía. La pregunta que nos surge es hasta qué punto la IA puede ayudar al proceso de elaboración del duelo o congelarlo. Aquí podremos encontrar usos muy diversos en función de los modos de goce del inconsciente de cada cual.
En la pulsión escópica -recordaba Lacan- el sujeto reencuentra el mundo como un espectáculo que lo posee y en el que goza. Su poder lo convierte en víctima de un señuelo: cree desear porque se ve como deseado -ese es el resorte del éxito de las RRSS- y no ve así que lo que el Otro quiere arrancarle es su mirada. Una de las características de la IA es su ambición por la transparencia total –si bien, luego, los algoritmos permanecen secretos- que ponga el saber y el conocimiento global al alcance de cualquiera. Este afán de visibilidad, en realidad, tapona la profundidad del ser, las conexiones de cada uno con lo más íntimo que por eso mismo deviene éxtimo. El sujeto, en su condición de ser hablante, en cambio, enredado en la proliferación de las imágenes, sensaciones y emociones queda desposeído y deslocalizado (al desconectarlo del lugar y el vínculo), reduciendo su síntoma a la única formalización posible bajo la forma de la adicción. Donde podría surgir la vergüenza como signo subjetivo aparece el acting-out a modo de masturbación compulsiva. Bruno es un adolescente atrapado, por el algoritmo y su fantasma, en la escena de porno en línea hasta que un día su amigo le sorprende y lo interroga con un « ¿pero qué mierda ves, tío?». Esa interpelación, a las pocas semanas de iniciar un trabajo analítico, suscita su vergüenza y pone limite a la compulsión.
El toque smart y de amistosidad que ofrece la IA -no en vano se habla de asistentes virtuales o de mayordomos para nombrar los programas- hace invisible su intención de dominio y eso nos lleva más fácilmente a consentir. Pero las preguntas que debemos hacernos -lo dejo como cuestiones abiertas- es ¿qué implica, subjetivamente, desprenderse del aquí (espacio) y el ahora (tiempo) sustituyéndolo por la sincronización y la interconexión? ¿Un vínculo y una conexión son el mismo tipo de lazo? ¿Cómo pensar una subjetividad sin experiencia vivida y sin cuerpo con el que interactuar? Esa nueva subjetividad algorítmica -programada a la carta- sueña con prescindir del cuerpo reducido a un organismo sensitivo. No por nada, algunos expertos ya pronostican que en pocos años el 80% de los contenidos en Internet los generará la IA y tendrán carácter sexual (porno-deepfakes o deepfuck). Hoy, ya existen unos 700 millones de páginas web porno -contando solo los 20 primeros países del ranking-, lo que supone 100.000 millones de dólares de beneficios anuales. Empresas como Pornhub -que al inicio del confinamiento ofertó por cortesía el acceso gratuito a sus todos sus contenidos-, atrae 3.500 millones de visitas al mes.
La apuesta del psicoanálisis
La apuesta del psicoanálisis es otra, radicalmente diferente. La indicación de Lacan al analista para que tome la subjetividad de su época como horizonte de su práctica implica hoy ofrecer una oferta que esté a la altura de los sujetos que se dirigen al analista. Por un lado, elucidar los síntomas contemporáneos (pensar el movimiento mientras se está produciendo) y por otro, adecuar la clínica, como señalaba recientemente Jacques-Alain Miller (2023) “sin nostalgia, amargura, ni espíritu de venganza”. El psicoanálisis aspira a producir los S1 solos -que han marcado el cuerpo-, liberando al sujeto de su ingenuidad y perplejidad. Para ello, le acompaña en el laberinto de su goce en el que anudan repetición, culpa, agresividad, depresión.
Ese trabajo requiere de la presencialidad, de los cuerpos presentes en la sesión analítica (no se excluye el uso de lo virtual siempre que uso virtual no se confunda con psicoanálisis virtual). La presencia incluye la imagen, la voz, pero también la opacidad no transparente. Lacan lo llama el misterio de la presencia, lo opaco del deseo del otro y de su goce que puede producir el efecto inquietante, ya descrito por el robotista M. Mori como Valle inquietante (https://impulsate.between.tech/valle-inquietante), otro nombre para lo siniestro freudiano.
La ausencia del cuerpo -y su sustitución por la imagen en la pantalla- imposibilita producir una escansión por el cuerpo. Resulta difícil tocar lo Real sin el analista presente ya que lo Imaginario y su invasión de sentido lo velan. La angustia afloja sin el cuerpo, pero a costa de elidir lo material del agujero pulsional. ¿Cómo usar el silencio sin encarnarlo? ¿Cómo salir de la ilusión de horizontalidad que sitúa al analista y al analizante en el mismo plano de la escena?
Si Internet es metatópico -está más allá de cualquier lugar propio-, el psicoanálisis, en cambio, es hipertópico porque restablece el silencio en un espacio particular e íntimo (Ubieto y Arroyo, 2022). Hacerse presente a través del silencio -que siempre evoca para el paciente algo de su propia posición subjetiva- es un modo de presencia más intenso que una verborrea constante. La presencia se opone aquí claramente a la proliferación del sentido y hace presente lo que Lacan llama «un agujero en lo real», un vacío de sentido que se opone a esa vociferación constante de las redes sociales. Se trata de una presencia intensa que une vacío y silencio. Una presencia que incluye lo íntimo y privado al constituir un vacío que permite alojar el vínculo que cada uno sostiene -consciente e inconscientemente- con el otro. Una presencia demasiado llena, que es la que produciría un psicoanalista que no para de intervenir aconsejando o explicando, no deja lugar para nadie más.
Esa presencia silenciosa -pero no pasiva ya que no se excluye la palabra- facilita que el secreto, que es para uno mismo aquello que desconoce de su propio modo de ser y estar, pueda hacérsele más presente. Se trata, entonces, de una presencia vaciada de un sentido dado y de los prejuicios, que siempre nos acompañan. Ese espacio de conversación requiere también un tiempo, un ritmo de presencia física. Es cierto que el sujeto como tal no rechaza ni excluye lo virtual, pero es necesario que el analista encarne con su presencia algo de aquello que llamamos goce -modo particular que tenemos todos de satisfacernos en la vida- y eso no es posible sin la presencia física. No es suficiente con una interpretación basada en su saber, en sus palabras -cosa que bien podría retransmitirse por la pantalla-, hace falta que el analista se encarne con su cuerpo y su presencia física. La manera de recibir al paciente, sus gestos, el tono de la voz, todo eso ‘da cuerpo’ al analista y cobra todo su valor en el vínculo transferencial. Eso no excluye, puntualmente, algún uso de lo virtual como evocativo del encuentro, pero nunca como sustitutivo ni como eje de la presencia.
Lacan ironizaba sobre la inteligencia artificial, a la que calificaba de «animal» por el peso que tenía en ella (en su versión psicológica) el condicionamiento operante, muy utilizado en experimentos con animales. Es cierto que el estado actual de la IA va mucho más allá de esos inicios, pero su alcance y su límite siguen estando en su dificultad para codificar aquello que es incodificable e inclasificable porque alude a la singularidad misma de cada uno y a la significación que otorgamos a los dichos y hechos. La angustia, como afecto no engañoso, está ausente al considerárselo inteligencia oscura. Su límite está en el hecho de que, al basarse sólo en la acumulación de cantidades ingentes de datos, no puede tomar en cuenta otros aspectos propios de la inteligencia humana como la intuición, la creatividad o el inconsciente mismo. Basta pensar en las imperfecciones de nuestra memoria, incapaz de guardar los datos con la misma precisión que lo hace un ordenador. Los seres hablantes mezclamos continuamente ficción, deseo y recuerdos.
Nosotros, como analistas, tenemos la invitación que el propio Lacan hace en los años 70 para oponer el gai savoir como auténtico afecto de alegría que se opone a la tristeza de una IA sin lugar para la sorpresa.
Bibliografía:
– Bergera, M: “Una inteligencia artificial crea películas que cambian según las emociones del espectador”. La Vanguardia: https://www.lavanguardia.com/vida/20230816/9169048/inteligencia-artificial-crea-peliculas-emociones-espectador.html.
– Han, B.-C: No cosas: quiebras del mundo de hoy, Madrid,2021.
– Lacan, J: El Seminario, libro 1. Los Escritos Técnicos de Freud, Paidós.
– Lacan, J: El Seminario, libro 2 El Yo en la Teoría de Freud, Paidós.
– Lacan, J: El Seminario Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales, Paidós.
– Lacan, J: El Seminario, libro 5, Las Formaciones del Inconsciente (1957-1958), Paidós.
– Lacan, J: Des Noms-du-Père, Seuil.
– Miller, J.-A: Todo el mundo es loco, Paidós.
– Quian, R: Cosas que nunca creeríais. De la ciencia ficción a la neurociencia, Debate. 2024
– Ubieto, J. R: ¿Adictos o amantes? Claves para una salud mental digital en infancias y adolescencias, Octaedro. 2023
– Ubieto, J.R. y Arroyo, L: ¿Bienvenido Metaverso? Presencia, cuerpo y avatares en la era digital, Ned. 2022