Matices entre silencio y soledad
Psicoanalista miembro de la ELP y la AMP. Co-director de la maestría “Actuación clínica en psicoanálisis y psicopatología” y el posgrado-experto “Abordaje interdisciplinar de la salud mental infantojuvenil” de la Universidad de Barcelona. Psicólogo en el Safareig, asociación dedicada a la atención a personas que sufren violencia machista.
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Es posible que el silencio no pueda escucharse de a dos. O, por el contrario, que solo sea posible escuchar un silencio estando, ahí, dos. En las pocas e intensas ocasiones en que me encontré con Enrique, mano a mano, hubo algunos silencios, claro. Él sabía producir los que merecen la pena.
Sin embargo, cuando le conocí, éramos tres. Fue en 2012, los días del VIII Congreso de la AMP de Buenos Aires titulado ‘El orden simbólico en el siglo XXI’. Para mi sorpresa, me encontré acogiendo un lacaniano norteamericano, al que no conocía, en mi casa (viví en Buenos Aires unos meses ese año). Otro lacaniano born in USA (¡había más de uno!) invitó a mi huésped, un tipo excéntrico y entrañable, a una cena, en casa de un psicoanalista argentino. Por algún motivo extraño, y contra mi perezosa voluntad, acudimos, sin saber nada del anfitrión. Como pueden suponer, era Enrique Acuña aquél que nos había invitado. El otro norteamericano no acudió.
Hablamos mucho los tres: del psicoanálisis, de la universidad, de la amistad, de la Escuela… Creo que mi rebeldía de antaño le resultó simpática a Enrique. La amistad se forjó unas semanas después: me dio a conocer el locro, y desde entonces ese plato es, para mí, el plato de Enrique. Tiempo después, le invité a mi casa, y me regaló Resonancia y silencio: su libro. De ahí voy a tomar la enseñanza que quiero compartir en este rato con vosotros. Concretamente, es del texto «H, soledad del sinthoma«, que cierra el volumen. Fue creo el primero que leí del libro, sin saber lo que contenía. Lo elegí por la H mayúscula, que es una letra sorda que me interpela por ser la primera de mi nombre. Cabe decir que en ese momento mi caso clínico, habiéndome sorprendido el inconsciente con un sueño aún hoy decisivo, me tenía algo capturado. La cita es ésta:
“(El) inconsciente real no hace amistad solidaria ni amor al prójimo, es un ego individual, pero conduce a una soledad insostenible del final que obliga a recurrir nuevamente a la hystoria – con y de histeria – pero escrita en un salto sobre el límite conceptual y analítico verificable en el pase o en un estilo de vida.
Si bien Lacan supone un sinthome solo para Joyce en la escritura que lo anuda en su lengua haciendo función de nominación, esto vale para cada final de análisis donde se sepa salir de a uno con la pareja sinthomática que se inventa para soportar la soledad” (1).
No me embarcaré en un comentario exhaustivo, si bien el estilo condensado y lúcido de Enrique siempre invita a ello. Pero sí quiero lanzar algunos trazos que me interpelan, respecto de algunos fragmentos de la cita:
“Amistad solidaria”: uno de los puntos más difíciles de la formación analítica es arrinconar las buenas intenciones del asistencialismo. No suponerle al otro malas intenciones quizás sea condición de acogida en el dispositivo analítico. Saber que la inercia que lo gobierna es sorda al prójimo puntúa de otro modo lo más radical de la apuesta analítica. Que sea un “ego individual” es, creo, una apuesta de lectura de la última clase del Seminario 23 que merecería una lectura pormenorizada.
“Verificable en el pase o en un estilo de vida”: la verdad será hermanita del goce, trampantojo en el que Freud supuestamente se dejó atrapar, pero no hay final de análisis lacaniano que pueda desentenderse de la cuestión de la verdad. Una verdad que no es de enunciado, sino de facto: concierne al hacer. Se es lo que se hace. Frase que introduce homofonías en francés: ‘se es’ es homófono de cesse (‘cesa’, del verbo ‘cesar’ en castellano); y ‘hace’ es homófono de assez (‘suficiente’ en castellano). El vel entre el pase y el estilo no conlleva eludir que el pasante busca hacer pasar un estilo también, además de una verdad mentirosa.
Para acabar: “Soledad insostenible” y “salir de a uno con la pareja sinthomática que se inventa para soportar la soledad”. Creo que Enrique aquí confiesa que en el final de análisis, lo más arduo es la soledad que queda. No solo porque al final uno queda sin esa presencia que era la del analista. Sino porque la pulsión queda despojada del Otro. Resuena, según lo capto, la consideración de Lacan en el Seminario 11, como pregunta: ¿qué deviene la pulsión al final del análisis? Deviene, Enrique dixit, soledad insostenible, soledad acompasada por el sinthome.
Qué hizo Enrique con la soledad, sin ser solitario, lo atestigua este encuentro.
Notas:
(1) Acuña, Enrique V.: Resonancia y silencio-psicoanálisis y otras poéticas– La Plata, EdULP. 2009, pág. 239.