El inconsciente ¿creencia y certeza? -M. Bassols-
Psicoanalista en Barcelona, director de los programas de máster y posgrado “Actuación clínica en psicoanálisis y psicopatología” y “Abordaje interdisciplinar de la salud mental infantojuvenil” de la Universidad de Barcelona. Socio de la sede de Barcelona de la Comunidad de Catalunya de la ELP.
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Le Palais des Rideaux III
1929, óleo sobre lienzo,
81.2 x 116.4 cm
Conferencia de Miquel Bassols en el posgrado ‘Actuación clínica en psicoanálisis y psicopatología’ de la Universidad de Barcelona
El pasado sábado 4 de junio Miquel Bassols, psicoanalista en Barcelona y presidente de la AMP, acudió al posgrado ‘Actuación clínica en psicoanálisis y psicopatología’ de la Facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona. Aceptó la invitación que le dirigimos cuando el posgrado era aún un proyecto en ciernes, lo cual otorga aún más valor a su gesto. Y no sólo vino, sino que lo hizo de la mano de un recorrido excelente en torno a la hipótesis fundacional del psicoanálisis: ese inconsciente que primero fue freudiano, y ahora es, además, algo distinto. Una travesía apuntalada por sueños de dos sujetos en análisis, y de un ilustre científico que, a su modo, tiene al psicoanálisis como referencia: Antonio Damasio. El inconsciente, lejos de ser una entelequia o un acto de fe, es efectivamente una hipótesis, y que precisa ser validada en cada caso. ¿Pero qué real lo verificaría?
Miquel Bassols situó que, de entrada, el inconsciente se sostiene en el filo de la ética, pues su dimensión no se circunscribe a la facticidad de lo óntico. El inconsciente no es un hecho en bruto, sino un acontecer que interroga la legitimidad del deseo y la satisfacción. La apuesta del conferenciante, remarcando de entrada esta constatación irrenunciable del dispositivo analítico mismo, fue buscar un interlocutor privilegiado del psicoanálisis desde su invención por parte de Freud: el discurso de la ciencia. Así, su desarrollo entrelazó los dos ejes que cualquier praxis rigurosa que concierna a lo humano merece situar en su principio: episteme y ética.
La ciencia, cuando cree que sabe, no siempre sabe en lo que cree, advirtió Miquel Bassols. Cree, inevitablemente, en eso que permite la transmisión, y que no sin pena puede excluir al sujeto: el significante. Ese fundamento necesario al saber humano va de la mano, como recordó el físico Erwin Schrödinger, con la suposición de una comunidad de saber, así como de un saber previo a ella. Eso que en psicoanálisis se llama, desde Lacan, Sujeto supuesto Saber. El término puede entenderse al menos de dos maneras: suponer a un sujeto un saber, claro, pero también suponer al saber un sujeto. Mientras que la primera es condición previa de la transmisión científica, esta segunda lectura es forcluída por dicho discurso.
Al anularse en ciencia la posibilidad de suponer al saber un sujeto, se garantiza que la escritura funciona como saber en lo real de forma universal, sin equívoco. Dicho de otra forma: la ciencia no precisaría lógicamente de autoritas para sostenerse. En eso es objetiva. Podríamos leer además, en lo expuesto por Miquel Bassols, que si la ética del psicoanálisis es suponer un sujeto al saber, la de la ciencia es suponerle al saber un universal también al nivel de la comunidad: el semejante que sabría de ciencia podría siempre ser cualquier otro, debería tratarse de un otro referencial. De ahí la importancia de la revisión ciega por pares en las publicaciones científicas. A lo largo de su historia, la ciencia siempre ha requerido de un Otro impersonal que certifique su saber. ¿No es ésta una forma de Dios?
Si en las ciencias duras consigue sostenerse, en lo que refiere a la clínica de lo mental, la no necesidad de autoritas para sostener la verdad vacila. La aparición del DSM 5 ha evidenciado una crisis de legitimidad. Y es que cuanto más descriptiva es una empresa (y el DSM sin duda lo es en forma extensa) menos científica puede considerarse, en la medida en que el campo ontológico no hace sino extenderse por razones que no remiten a una episteme, al real que puede escribirse con signos. Por ahí se cuela para algunos la indefinición de lo medido, y la arbitrariedad. El proyecto RDoC, que busca unir biomarcadores (signos del organismo) al padecimiento psíquico, persigue cortocircuitar cualquiera de los equívocos que la palabra y la etiqueta diagnóstica no pueden sino multiplicar.
Frente a esta ansia de silencio, Miquel Bassols subrayó que no hay biomarcadores del sentido de las palabras, o del padecimiento que éstas inducen en cada sujeto. Y por ello no hay neurobiología del inconsciente, contrariamente a lo que suponen los estudios de neuropsicoanálisis, que tratan de situarlo en tal o cual área del córtex. El inconsciente, por otra parte, no puede responder al principio de falsabilidad que Karl Popper estableció como fundacional de lo que debería o no considerarse una teoría científica válida. Una formación del inconsciente, ciertamente, no sólo no puede falsearse a partir de experimentos ulteriores, sino que ni siquiera es replicable. No parece pues que pueda haber certificación científica del inconsciente…
Sin embargo, la actualidad del discurso científico permite concebir que nos encontremos en un momento manifiesto de crisis de confianza en el que es su método. Respecto del campo de la psicología científica de mayor prestigio, Science publicó el año pasado una revisión (http://science.sciencemag.org/content/349/6251/aac4716) en que 100 estudios psicológicos publicados en revistas punteras durante el 2008 fueron replicados. Ésta arrojó que sólo 36 de ellos desembocaron en resultados significativos en el retest, que se esforzó al máximo en copiar a cada experimento original. Los efectos observados, por otra parte, fueron significativamente menores a los de la publicación inaugural. Miquel sostuvo que sería interesante verificar caso por caso, para ver cómo se han realizado estos retests.
Por su parte Nature, el otro gran coloso de la publicación científica, señalaba hace menos de un mes en su editorial (http://www.nature.com/news/reality-check-on-reproducibility-1.19961) que para sus lectores vivimos una importante crisis de la reproducibilidad de los experimentos científicos. Sólo un 7% de los 1500 científicos encuestados (http://www.nature.com/news/1-500-scientists-lift-the-lid-on-reproducibility-1.19970) consideran que no hay ningún problema de reproducibilidad de los experimentos en la ciencia actual, mientras que un 70% dicen haber tratado de reproducir los resultados de otro estudio sin éxito. A la luz de estos resultados, parece poco consecuente denunciar al psicoanálisis como pseudociencia por no conseguir la tan ansiada reproducibilidad de sus hechos o resultados. ¿Esta crisis de la reproducibilidad no será, en cierto modo, una crisis de confianza de la ciencia misma, y de las condiciones socio-económicas en las que invariablemente se produce?
El psicoanálisis evidencia, en cualquier caso, que hay un saber singular, sin duda irreplicable, que puede producirse a partir de la transferencia. Y va más allá incluso: sostiene que no hay clínica posible en el campo humano sin que la transferencia medie en cierto sentido. La transferencia es una creencia, sin duda. ¿Qué es preciso para dar un paso más, para llegar a cierta certeza? Miquel propuso que es cuando hay acto por parte del sujeto en la cura, y algo de la posición de goce se modifica, cuando puede obtenerse una certeza que, sin bien no es universalizable, es transmisible. Lo retomaremos más adelante. En cuanto al inconsciente, recordó que no puede calificarse de hecho bruto, sino que se trata de un hecho dirigido a un Otro, una entidad que no existía propiamente antes de la escucha de Freud.
La articulación de estas consideraciones sobre transferencia e inconsciente permitió situar qué es el inconsciente transferencial, del que Miquel nos brindó un sugerente ejemplo extraído de su práctica. Un analizante, ya en la primera visita, narra un sueño en el que el analista escogido está presente en el asiento trasero del vehículo del sujeto, de tal forma que éste no consigue verle pese a sus esfuerzos escrutando la imagen del retrovisor. Ésta noción de inconsciente transferencial le permitió a Miquel situar otro nivel del inconsciente, también acotado por dos ejemplos singulares. Uno, también de un analizante suyo: un sueño de repetición en el cual la sombra de un tsunami, cuyo nombre hace resonar un trauma subjetivo acontecido en la infancia, amenaza al sujeto desde atrás. El otro ejemplo, también de un sueño de repetición, se encuentra como confesión en uno de los libros de Antonio Damasio, el famoso neurocientífico que evocábamos al inicio de esta reseña: con frecuencia, antes de impartir una conferencia, sueña que al llegar a la misma le faltan los zapatos.
¿Qué es el inconsciente real? Para empezar, es aquél que deducimos al constatar que poner en marcha al inconsciente transferencial no alcanza siempre para modificar la posición de goce del sujeto. La transferencia es insuficiente para hacer de un síntoma una certeza, y de ella no puede deducirse necesaria ni lógicamente un acto que permita escribir una nueva elección de satisfacción. El inconsciente real es aquél con el que el analizante se topa, ahí dónde constata que algo no cesa de no representarse. Lo traumático, justamente eso: lo que se presenta como lo que no cesó de no ocurrir.
En el ámbito humano, lo que representa es el significante. Sin embargo, Miquel Bassols planteó que cuando habla, el ser hablante hace algo más que concatenar significantes; hablar implica escribir algunas letras en el aparato psíquico. Junto a lo que se escribe, que permite coordenadas de goce, hay lo que no se escribe: hay un malentendido traumático, estructural… que puede enunciarse mediante el conocido aforismo ‘no hay relación sexual’. Dicho de forma más clara: nada en lo real dice la forma de vinculación entre dos cuerpos sexuados.
Miquel Bassols ilustró esta articulación entre escritura y real a partir de una historia, acerca de lo verdadero y lo falso. Un hombre, enviado a Siberia en tiempos de censura, acuerda con sus amigos un código que permita hacer pasar mensajes cifrados que los censores no puedan comprender. Si la carta está escrita con tinta azul, su contenido es verdadero; si está escrita con tinta roja, es falso (y, en ese sentido, es lo que permitiría deducir la verdad aún ahí dónde no es posible enunciarla). De entrada, vemos cómo el hecho de que algo esté escrito permite un funcionamiento que, de ser dicho, no sería posible.
La primera carta llega escrita con tinta azul: tras narrar las bondades de la vida siberiana, el final de la carta sentencia: “lo único que no podemos conseguir aquí en Siberia es tinta roja”. Queda puesto en acto, escritura mediante, que hay lo imposible de escribir, eso que se escribiría en tinta roja. Miquel señaló que esta falta de tinta roja es estructural, no accidental. Falta la tinta roja para que los sexos se comprendan, para decir la verdad sobre la verdad, para decir todo el saber, para decir lo real de la experiencia traumática.
Un análisis es ese esfuerzo por tratar de escribir con tinta azul lo real traumático del goce, a falta de tinta roja. Se trata, sin duda, de algo más que una elección. Es una necesidad ética, que de llevarse lo bastante lejos produce cierto tipo de certeza.
A la conferencia siguió una mesa redonda, que permitió un debate animado en torno de varios de los puntos expuestos antes, haciendo del conjunto un espacio de enseñanza para todos. De cara al curso que viene, en el cual realizaremos un máster además del posgrado, mantendremos este formato de trabajo. Sin duda nos permitirá una elaboración razonada siempre que nos sea posible contar con invitados de la generosidad epistémica de Miquel Bassols.
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Texto extraído de la revista Conceptual –Estudios de Psicoanálisis- Nº 17, Ediciones El Ruiseñor del Plata -Biblioteca Freudiana de La Plata, Octubre 2016. Por acuerdo editorial con la revista Conceptual –Estudios de Psicoanálisis.