El enigma de lo femenino
Miembro del Consejo de Enseñanzas de la Asociación de Psicoanálisis de La Plata (APLP). Docente del Seminario Anual de Pragma- Instituto de Enseñanza e Investigación en Psicoanálisis (APLP), Miembro de la Red AAPP (Red de Asociaciones Analíticas y Publicaciones Periódicas), miembro del staff de Analytica del sur- Psicoanálisis y crítica-, autora de diversos artículos publicados en libros y revistas de psicoanálisis.
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Una de las características de nuestra época es el hecho de que casi nadie confunde, y menos entre los más jóvenes, las posiciones sexuadas de los sujetos con su anatomía. Sabemos que en este devenir de la cultura el psicoanálisis no dejó de ser parte. Y que lo femenino aún conserva su enigma.
Elisa Ferreira López @chu.alma
La disposición bisexual freudiana
En el texto “Sobre la sexualidad femenina” (1931) Freud repasa lo elaborado en el psicoanálisis hasta ese momento y lo hace poniendo en cuestión la fuerte afirmación hecha por él anteriormente sobre que “la anatomía es el destino”; para eso retoma otro de sus planteos, el de la “disposición bisexual de los miembros de la especie humana”. Es interesante detenernos para señalar que al hablar de una disposición bisexual parece asumir la existencia de una representación simétrica entre los sexos en el inconsciente, cosa que descarta luego al insistir sobre el hecho de que no hay tal cosa, sino sólo representación fálica.
Pero además, Freud sostendrá que esta disposición bisexual es más patente en la mujer que en el hombre, en tanto éste tiene un solo órgano sexual dominante y la mujer dos, la vagina y el clítoris (órgano análogo al pene masculino y alrededor del cual gira la sexualidad infantil de la niña). La vida sexual de la mujer se divide siempre en dos fases, la primera de las cuales es de carácter masculino, mientras que sólo la segunda es especialmente femenina. Así el desarrollo femenino comprende dicho proceso de transición de una fase a la otra, que no tiene analogía en el hombre. Y a esto se le suma que la niña no sólo debe cambiar su zona erógena, sino su objeto de amor: pasar de la madre al padre. Va a llamar a este primer momento del complejo de Edipo de carácter masculino: Edipo negativo o pre-Edipo.
Con esta idea de una transición en las mujeres es que encontramos a Freud intentando precisar los caminos de esta transformación y cuán íntegra o incompleta es y qué efectos tiene. Necesitará aclararle al lector que este proceso en la mujer puede parecer confuso y poco claro, pero que es porque “hallar una descripción que se ajuste a todos los casos es casi imposible.” Afirmación que evidencia la imposibilidad que enfrenta a la hora de hallar un rasgo o elemento que las describa y reúna a todas. Para agregar que tampoco sobre el campo de la libido se puede distinguir a los hombres de las mujeres, ya que el psicoanálisis comprobó la actuación de las mismas fuerzas libidinales en el niño y en la niña.
La problemática sobre la feminidad, su enigma, lo lleva a Freud a indicar que “A la peculiaridad del psicoanálisis corresponde entonces no tratar de describir lo que es la mujer -cosa que sería para nuestra ciencia una labor impracticable-, sino investigar cómo de la disposición bisexual infantil surge la mujer.” (1)
Entonces, para Freud el posicionamiento sexual del sujeto femenino no depende de su anatomía, ni de su libido, ni de una representación inconsciente de su sexualidad, sino que está determinado por el complejo de Edipo, un dispositivo mítico-significante. Enrique Acuña en su Curso Anual del año 2017 “Lacan y las mujeres -Psicoanálisis y feminidad-” recordaba el valor que da Lacan al mito en El Seminario 11, cuando plantea que la pulsión requiere del mito como montaje significante para velar lo real. La pulsión mitifica lo real y nos da acceso a él. Pero los mitos además, al estar situados en el campo del Otro establecen cómo vivir la pulsión, es decir, qué hacer como hombre o como mujer. El gran mito en relación a esto es el del Edipo, dirá Lacan (con el eje en la castración). Se tratará entonces de situarse en relación a un significante privilegiado, que vela la falta, que es el significante fálico: como teniéndolo o siéndolo.
Las mujeres y la histeria
Mientras que Freud no pretende describir lo que es la mujer, Lacan sí intentará ubicar lo propio de lo femenino, del goce femenino en la clínica, separándolo de los tipos clínicos. Podemos afirmar que Freud nunca equiparó o confundió a las mujeres con la histeria. De hecho el primer caso de histeria que presentó a la comunidad científica en Viena fue un caso de un hombre. Y Lacan, a su vez, también se encargó de distinguir la posición femenina de la posición histérica, aun cuando en el conjunto abierto de las mujeres, las que se ubican a sí mismas como tales, podamos ubicar una intersección entre ambas posiciones. No hay para el psicoanálisis una correspondencia entre la repartición sexual hombre o mujer y la división de las neurosis en histeria u obsesión.
No sabemos qué quiere la mujer pero, ¿podemos decir algo sobre lo que quiere el sujeto histérico? Freud caracterizó la posición de la histérica con la imagen de la mujer que con una mano se levanta la pollera y con la otra se la baja, en una mezcla de provocación sexual y de sustracción; lo que señala la complejidad que encontramos a nivel de lo sexual. Ahora bien, la posición del sujeto histérico se caracteriza por la falta en ser, por el rasgo de la falta, pero es justamente lo que hace que se lo equipare al sujeto del inconsciente. Su sufrimiento por su falta en ser, no sólo genera su demanda de ser (demanda de amor), sino su falta de saber, que causa la pregunta dirigida al Otro de la transferencia.
Lacan propondrá que el sujeto histérico trata esta falta en ser haciéndose desear, de ahí la pregunta con que lo caracteriza: ¿qué soy para ti? Pero esta posición como sujeto en falta, que le permite mantenerse en un lazo de amor y sosteniendo un objeto causa de deseo, no le facilita el encuentro sexual con el otro, en tanto se niega a ser la causa de goce del Otro. Esto se evidencia también en la retirada de la relación, cuando el deseo corre el riesgo de ser saturado por el goce (el deseo del Otro). Entonces, el problema en cuestión es cómo el histérico consiente a una destitución, en tanto que sujeto, en la relación sexual.
Si bien, como he planteado, Freud sostendrá el enigma de lo femenino, podemos también rastrear en él la idea de que la mujer, la verdadera, quiere el falo y lo obtiene vía el hombre. Es decir, consiente a la relación sexual con el hombre en su búsqueda del falo, para satisfacer su deseo del falo por dos vías: teniendo el amor de un hombre y teniendo un hijo de un hombre. Esto hace la verdadera mujer, ya que la del complejo de masculinidad es la que intenta proveérselo por sí misma. Lacan complejiza este deseo, en tanto puede tratarse del deseo de tener el falo (versión freudiana) o del deseo de ser el falo, deseo de ser la falta del otro. Pero además Lacan señala que en el amor, en la mujer, no se trata del tener, sino de ser, ser amada, ser deseada por un hombre, ser algo para el Otro; de ahí que la pérdida del amor sea vivida como una pérdida de ser.
¿Qué quieren los hombres?
La pregunta por el deseo en los hombres no es formulada como tal justamente por considerarse que se sabe lo que ellos quieren. En términos freudianos el hombre quiere un objeto que compense la pérdida del objeto primordial. Y Lacan en consonancia escribe la fórmula del fantasma, donde el sujeto dividido se conecta con un objeto, del que espera lo compense de su castración. Esta relación del sujeto en posición masculina con un objeto, Lacan la sostendrá cuando escriba las fórmulas de la sexuación.
La permanencia del enigma de lo femenino implica reconocer que el planteo del penisneid (como envidia o procuración del pene) es parcial, no alcanza para situar la feminidad. Lacan sostiene la pregunta, pero agrega algo más, al señalar una característica específica del deseo femenino que es el esfuerzo hacia un goce especial, un goce que califica como envuelto en su propia continuidad, que hace que la mujer se experimente extraña aun para sí misma.
Lo femenino como alteridad -Aquiles y la tortuga
Lacan abre su vigésimo seminario trayendo la paradoja de Zenón de “Aquiles y la tortuga”, para hablar del goce de un lado del ser sexuado, el femenino, y podemos agregar para ilustrar sobre la no relación sexual.
«Aquiles y la tortuga, tal es el esquema del gozo de un lado del ser sexuado. Cuando Aquiles ha dado un paso, terminado su lance con Briséis, ésta, como la tortuga, avanza un poco, porque es no toda, no toda suya. Todavía queda. Y es necesario que Aquiles dé el segundo paso, y así sucesivamente. Hasta es así como en nuestros días, pero sólo en nuestros días, se llegó a definir el número, el verdadero, o para decirlo mejor, el real. (…) Aquiles, está muy claro, sólo puede sobrepasar a la tortuga, no puede alcanzarla. Sólo la alcanza en la infinitud.» (2)
Lacan lee la paradoja con la herramienta de las matemáticas. Dirá que en esta carrera resulta que Aquiles se mueve en un espacio donde las distancias están definidas por una métrica discreta, ordenada según la serie de los números naturales. Métrica propia de la lógica fálica, es decir, la lógica del significante que también es discreta. Recordemos que el lenguaje es un conjunto de elementos discretos, que se distinguen por un rasgo diferencial. Y agreguemos que entre dos números naturales hay un corte. De este modo Aquiles nunca va a poder alcanzar a la tortuga, que se mueve en el espacio de los números reales.
El número real es un número que escapa a la precisión de la finitud, pero vale aclarar que el hecho de no poder tener una representación exacta de él, sino aproximada, no impide que se opere eficazmente con él. Los números reales se componen de los números racionales y los irracionales: los racionales se pueden expresar como fracciones o con decimales periódicos y los irracionales son números de infinitas cifras decimales no periódicas, ejemplo el número π. Así cualquier número real puede escribirse con números enteros mediante una escritura infinita. Este es el espacio en el que se mueve la tortuga. En la lógica de Aquiles, la de los números naturales hay discontinuidad, hay que dar un salto para pasar de 0 a 1. La tortuga en cambio, se mueve en el espacio de los números reales, en un continuo entre 0…1 que nunca llega al límite. Lacan reconoce ahí un modo de graficar el goce femenino como envuelto en su propia continuidad. La tortuga está al lado de Aquiles, infinitamente próxima en distancia, pero inalcanzable.
Además, agrega otra cuestión fundamental: que “Zenón no había visto que tampoco la tortuga está preservada de la fatalidad que pesa sobre Aquiles”. Es decir que la tortuga, también es Otra para sí misma, carga con ese Otro goce, que siente y del que no puede decir. Lacan plantea, siguiendo a Freud, no solo la existencia de una disimetría entre los sexos -en tanto no hay representación del sexo femenino-, sino también que hay una ausencia de reciprocidad entre los goces -entre el goce fálico y el Otro goce-: Aquiles nunca será para Briseida, lo que Briseida será para él. Esto es lo que nombra como “no hay relación sexual”.
La brújula para Lacan, para ubicar lo femenino en los años ´70, ya no es la del orden significante -de la asimetría entre los sexos planteada vía el par fálico/castrado-, sino que ahora usa la brújula del objeto a -y la no reciprocidad de los sexos con la fórmula de la no relación sexual-. La alteridad del Otro goce es una alteridad radical. Lacan introduce la dimensión del objeto a-sexuado como puro goce del cuerpo del ser que habla. Entonces, tenemos por un lado el goce fálico que Lacan dice no pasa por el cuerpo, pasa por el lenguaje, por el órgano; y el Otro goce que pasa por el cuerpo y del que no tenemos representación posible.
Lo femenino como lo no-sabido
Podemos plantear entonces una transformación en relación a lo femenino en el derrotero teórico del psicoanálisis, partiendo con Freud del reconocimiento de la problemática femenina ligada al enigma de su deseo y la ausencia de representación en el inconsciente, para arribar con Lacan no solo a un indecible, sino a la existencia de un goce indecible. Enrique Acuña (3) proponía como hipótesis de trabajo situar “lo femenino como lo no-sabido, como un elemento indeterminado para cualquier identidad de género, un intervalo tercero entre el binario de ‘la norma macho y la excepción femenina’”. Lo femenino como vacío a bordear tanto por hombres y mujeres cuando toman la palabra y se encuentran con lo que falla al representarse lo sexual.” Lo femenino ligado a lalengua como pasión que se sufre y deja marcas sobre el cuerpo del ser hablante.
Tomando lo femenino de este último modo, se evidencia un pasaje dentro del mismo psicoanálisis que va del enigma de la feminidad a lo femenino como enigma, en tanto elemento indeterminado. De esta manera, podemos decir que lo femenino fuera de género está presente en el recorrido de un análisis como asunto crucial para el ser diciente. Tránsito que parte del goce fálico del síntoma y el fantasma para llegar a saber algo de ese Otro goce indecible de lalengua. Se trata de un saber que escriba algo de eso incontable, de un decir olvidado tras lo dicho.
Notas:
1- Freud, S.: Obras Completas, “Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis” (1932/33), Lección XXXIII “La Feminidad”, Hyspagráfica, Bs. As., 1989,pág.: 3166.
2- Lacan, J.: “Del goce”, El seminario, Libro 20, Aun, Paidós, Buenos Aires, 1995,pág.: 15.
3- Acuña, E.: “Se(x)uaciones. Mujeres y hombres con lo femenino”: https://seminarioenriqueacuna.wordpress.com/2021/02/09/sexuaciones/
Bibliografía:
– Freud, S.: Obras Completas. “Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis” (1932/33), Lección XXXIII “La Feminidad”, Hyspagráfica, Bs. As., 1989.
– Lacan, J.: El seminario, Libro 20, Aun. Paidós, Buenos Aires, 1995-.
– Lacan, J.: “Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina” en Escritos 2, Siglo XXI, Buenos Aires, 1987
– AAVV: No locas-del-Todo, Grama Ediciones, Buenos Aires, 2012
– Bassols, M.: Lo femenino, entre centro y ausencia. Grama Ediciones, Buenos Aires, 2017