Analyticas del Sur. Revista de psicoanlisis en la crtica cultural

Edición Nº 2 • Diciembre de 2014 •

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Profanaciones –Agamben y el juego sagrado–

Sebastián Ferrante

Miembro y docente del Instituto Pragma -APLP. Coordinador e integrante del dispositivo de Atención Clínica de Urgencias Subjetivas - A.C.U.S.- Responsable del grupo de investigación “Una hystoria del psicoanálisis”.

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En la medida que está atravesado por tensiones, incomodidades e incongruencias, Profanaciones de Giorgio Agamben (Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2013) se propone como un libro paradojal, entendiendo las paradojas en sentido lógico, en tanto consisten en “proposiciones que son pares de opuestos que se ponen en juego para generar un efecto verdadero” (1). La confrontación de dos esferas opuestas, separadas pero conjugadas, que no pueden emanciparse pero tampoco identificarse una con la otra, es una lógica que insiste a lo largo de todo el libro, y jugando con el plural del título, las profanaciones se deslizan por cada capítulo desplegando figuras que, leídas desde el psicoanálisis, pueden contribuir al esclarecimiento de sus conceptos.

Durante el año 2014, Enrique Acuña dedicó su Curso anual Psicoanálisis y herejía científica –entre ciencia y religión– a interrogar y poner en tensión al psicoanálisis con otras formas de operar y tratar el problema de la causa, como son la religión y la ciencia. Por el lado de las representaciones religiosas, Freud se interesó por su eficacia para contribuir a la renuncia a la satisfacción pulsional, cuestionando su estatuto de ilusión pero no la consistencia de la creencia. Si la utilización de un padre (que en la religión es sustituido por Dios) como elemento que ordena el mundo separando lo posible y lo prohibido proviene de una demanda de creencia que está desde el principio, entonces lo sagrado se erige como una esfera necesaria.

Lo sagrado, lo profano y el resto

En el capítulo “Elogio de la profanación”, Agamben sitúa la religión como la instancia que separa la esfera de lo divino (lo relativo a los dioses) y lo mantiene inaccesible a lo humano (perteneciente a libre uso y circulación entre los hombres). Así, afirma que “Religio no es lo que une a los hombres y a los dioses, sino lo que vela para mantenerlos separados, distintos unos de otros”. De manera que, con la religión como garantía en su rol de custodia de sentido, lo sagrado se constituye como un campo inaccesible, segregado de la vida cotidiana.

La profanación es un acto por el cual se produce la restitución al libre uso y circulación entre los hombres de aquello que fue sagrado o religioso. De ello se desprende que sagrado y profano hacen referencia al uso y no al objeto, de modo que el rasgo específico de esta restitución tiene que ver con una nueva dimensión del uso, surgiendo como condición que el objeto debe quedar intacto. “En cuanto se refieren a un mismo objeto, que debe pasar de lo profano a lo sagrado y de lo sagrado a lo profano, ellas deben tener en cuenta siempre algo así como un residuo de profanidad en toda cosa consagrada y un residuo de sacralidad presente en todo objeto profanado”. La presencia de un residuo eficaz le da un carácter relativo a la profanación, pero es lo que determina el éxito de la operación profanatoria. Se trata de un resto imposible de restituir que sin embargo está operando. Para Agamben, y esta es una de las hipótesis que desarrolla en el libro, el capitalismo “en su fase extrema apunta a la creación de un absolutamente Improfanable”, caracterizándose la absolutización, es decir, operaciones sin resto que destruyen la cosa (por ejemplo el consumo), o la dejan intacta para su exposición, imposibilitando su uso (el espectáculo).

Para Lacan el sujeto es un efecto del lenguaje, existe a partir de un Otro en términos de una batería de significantes. En el Seminario X describe la operación de constitución subjetiva: partiendo de un binario, una operación de división deja un cociente, el sujeto, y un resto, el a. Dice así: “Con respecto al Otro, el sujeto que depende de él se inscribe como un cociente. Está marcado por el rasgo unario del significante en el campo del Otro. (…) Hay, en el sentido de la división, un resto, un residuo. Ese resto, ese Otro último, ese irracional, esa prueba y única garantía, a fin de cuentas, de la alteridad del Otro, es el a.” (2) Operación que produce la división subjetiva y el surgimiento del deseo y el objeto. Para constituirse como sujeto, algo debe apartarse como sagrado, en términos de prohibido o indisponible. Se trata entonces de interrogar qué formas adquiere eso sagrado para el sujeto y bajo qué condiciones puede producirse una restitución.

Creencias, contingencias, experiencias

Para el psicoanálisis se trata del valor sagrado que portan determinadas palabras para quien las pronuncia, es decir, valor de goce, ya que la inserción de la estructura del lenguaje en la vida se efectúa siempre en relación con una libido que se define por la puesta en acto de la realidad sexual. Si la demanda de sentido que porta la creencia apunta a regular lo insoportable del goce por la prohibición, es la ignorancia del goce que se filtra en esa exigencia la que puede devenir, paradójicamente, un síntoma. Si un sujeto ‘cree’ demasiado en algunas palabras, el sufrimiento puede estar causado por el exceso de sentido y la creencia absoluta.

Para Agamben, la nueva dimensión del uso en que consiste la profanación “consiste en liberar un comportamiento de su inscripción genética en una esfera determinada (…) El comportamiento así liberado reproduce e incluso imita las formas de la actividad de que se ha emancipado, pero vaciándolas de su sentido y de la relación obligada con un fin, las abre y dispone a un nuevo uso”. Es la puesta en suspenso de la significación, función de la interpretación analítica, cuyo efecto produce un desprendimiento del sujeto y el Otro, una separación del sentido absoluto. Apertura a la contingencia que conlleva la aparición de un nuevo sentido, que Agamben define como una praxis de medios puros, en tanto que “aun manteniendo tenazmente su naturaleza de medio, se ha emancipado de su relación con un fin, ha olvidado alegremente su objetivo y ahora puede exhibirse como tal, como medio sin fin. La creación de un nuevo uso es, así, posible para el hombre solamente desactivando un viejo uso, volviéndolo inoperante.”

El carácter episódico de esta esfera de los medios puros le confiere, para Agamben, una idea de fragilidad y precariedad. El nuevo uso que surge de la profanación es solidario de la idea de experiencia. Esta supone el desconocimiento del desenlace, lo no calculado, lo no necesario, lo contingente. En tanto está fundada en la vivencia, la experiencia es lo inapropiable, lo incognoscible, lo que se escapa cuando se intenta atraparlo.

Paradojas de las profanaciones

Que el objeto funcione a condición de ser supuesto, perdido y mítico, y que el lugar de la causa permanezca suspendido, argumenta a favor de sostener la promesa de recuperarlo por la vía del deseo (o la alucinación). Dimensión valiosa de un engaño efectivo, que hace que un elemento negativo sea positivizado en otro campo. Así, la profanación subvierte el orden e introduce paradojas, por cuyo sendero desfilan lo olvidado pero al mismo tiempo inolvidable, lo insoportable pero necesario, lo excesivo pero carente, lo más propio pero a la vez inapropiable, lo exterior más íntimo.

Una de esas paradojas es Genius, ese dios “intimísimo y personal”, que “es también lo que en nosotros es más impersonal, la personalización de lo que, en nosotros, nos supera y excede”, y también “lo que oscuramente presentimos en la intimidad de nuestra vida fisiológica, allí donde habita lo más propio y lo más extraño e impersonal, lo más vecino y lo más remoto e inmanejable”. Asombrosa homología con lo unheimlich freudiano, figura del rasgo de extimidad del objeto en psicoanálisis. “El sujeto está, si puede decirse, en exclusión interna de su objeto” (3) dice Lacan en “La ciencia y la verdad”, refiriéndose a la figura del ocho interior.

También es paradójica la relación del sujeto con la felicidad, que además de inmoral, testimonia una ética superior, ya que al desarticular con cualquier tipo de merecimiento revela su incongruencia, la imposible relación entre el saber y la felicidad: “quien se da cuenta de que está siendo feliz ya ha dejado de serlo (…) aquel que es feliz no puede saber que lo está siendo; el sujeto de la felicidad no es un sujeto”, afirma Agamben. Esta cualidad evanescente del sujeto ya fue advertida por Lacan: “Cuando digo que es necesario definir el significante como lo que representa a un sujeto para otro significante, eso significa que nadie sabrá nada al respecto, salvo el otro significante. Y el otro significante no tiene cabeza, es un significante. Al mismo tiempo que aparece, el sujeto es enseguida ahogado, borrado” (4). Demostración que la aparición del sujeto se produce a condición de que algo del objeto se pierda. “¿Qué más puede atraparse con el término feliz sino precisamente la función que se encarna en el plus-de-gozar?” (5). Así, el carácter irruptivo por el cual “la felicidad nos espera sólo en el punto en que no nos estaba destinada” es solidario con el rasgo evanescente del sujeto.

Otra paradoja se ilustra con los “ayudantes”, estostraductores de la lengua de Dioses a la lengua de los hombres que demuestran que lo incumplido es aquello que permanece, que de lo inútil puede surgir un producto, y en la medida que lo olvidado puede tener efecto de verdad, permanece inolvidable. Dialéctica de pérdida y recuperación, que expresa que el desarreglo que produce la introducción del lenguaje en las leyes de la necesidad es compensado con el surgimiento del deseo como falta.

Lo que se olvida, lo que se pierde irremediablemente, no exige ser recordado o complacido, “sino permanecer en nosotros en tanto que olvidado, en tanto que perdido, y únicamente por esto, inolvidable”, de lo cual sólo se puede parodiar.

La parodia está definida por Agamben como un campo de tensiones (entre el modelo nuevo y el preexistente, entre lo cómico y lo serio) destinado a permanecer irresuelto. Expresión del rasgo ambiguo de la fantasía neurótica, en tanto que por lo simbólico se intenta captar lo real, se arriba a una realidad que parece mentir pero que deja entrever algo de la verdad del sujeto. Siempre dicha a medias, el plus que define la parodia descansa en lo inalcanzable y no realizado que revela su intención de “confundir y hacer indiscernible de manera estable la frontera que separa lo sagrado y lo profano, el amor de la sexualidad, lo sublime de lo ínfimo”.

Y puede ser también la relación del sujeto con el ser. Para Agamben, “Lo que es un sujeto tiene la forma de una especie, de un uso, de un gesto. No es nunca cosa, sino que es siempre y solamente una ‘especie de cosa’”, entendiendo specie como ‘apariencia’, ‘aspecto’ o ‘visión’. Así, “la imagen es un ser cuya esencia es la de ser una especie, una visibilidad o una apariencia. Un ser especial es aquel cuya esencia coincide con su darse a ver, con su especie. Ser especial es absolutamente insustancial.” Es una invitación a pensar la castración como una referencia a la falta en ser, en tanto operación que permite la interrogación por el deseo y la introducción de la función del semblante: velar lo sagrado e introducir una creencia frente al vacío de representación. La imagen –i (a)-, evoca algo que no está allí y orienta el deseo, puesto en su esencia en relación con una ausencia. La paradoja del ser especial es lo inapropiable de su especialidad, ya que cuando la persona captura la especie, esta queda sacrificada. “El ser especial es delicioso porque se ofrece por excelencia al uso común, pero no puede ser objeto de propiedad personal. De lo personal, en cambio, no son posible el uso ni el gozo, sino que es solo propiedad y celos”.

Si el psicoanálisis concibe un sujeto dividido entre la sed se sentido y la potencia del vacío, entre la demanda de creencia y impotencia frente al sin-sentido, entre lo sagrado y lo profano, y si el desajuste del lenguaje es estructural, no queda otra que pactar. En cuanto a que su dispositivo apunta a provocar un nuevo uso de la lengua, pondera los equívocos de las palabras, y está orientado por lo real, ahí puede el psicoanálisis adjudicarse una función profanatoria. En eso consiste la propuesta de leer Agamben con Lacan.

Notas:

(1) Acuña, Enrique: “El objeto de la paradoja analítica” en: Las paradojas del objeto en psicoanálisis, Edulp, La Plata, 2007

(2) Lacan, Jacques. El seminario, Libro 10 La angustia, Paidos, Buenos Aires. 2006. Pág 36.

(3) Lacan, Jacques: “La ciencia y la verdad” en: Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2011. Pág. 818

(4) Lacan, Jacques: El seminario, Libro 16 De un Otro al otro, Paidos, Buenos Aires, 2008. Pág 20

(5) Lacan, Jacques: El seminario, Libro 16 De un Otro al otro, Paidos, Buenos Aires, 2008. Pág. 22

Bibliografía:

• Acuña, Enrique: (Compilador) Las paradojas del objeto en psicoanálisis, Edulp, La Plata, 2007.

• Acuña, Enrique: “Freud y el Dios del inconsciente. ‘Compañeros en la incredulidad’” en: Fri(x)iones entre el psicoanálisis y la cultura. Nro. 4, Posadas, primavera de 2014.

• Lacan, Jacques: El seminario, Libro 10 La angustia, Paidos, Buenos Aires. 2006.

• Lacan, Jacques: El seminario, Libro 16 De un Otro al otro, Paidos, Buenos Aires. 2006.

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