Analyticas del Sur. Revista de psicoanlisis en la crtica cultural

Edición Nº 6 • Julio de 2017 •

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Lou Andreas y la emancipación femenina

Inés García Urcola

Psicoanalista. Miembro del Instituto Pragma- APLP. Miembro de la Red AAPP (Asociaciones Analíticas y Publicaciones Periódicas). Actual coordinadora de Consecuencias de la clínica, del Instituto Pragma. Autora de diversos artículos publicados en libros y revistas de psicoanálisis.

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Mirada retrospectiva. Compendio de algunos recuerdos de vida (1), de Lou Andreas Salomé, fue la ocasión para introducir la pregunta por la función de lo escrito en psicoanálisis, en el marco del seminario dictado por Enrique Acuña “Las escrituras del goce femenino. Psicoanálisis y literatura”.

La grilla de lectura, marcada por el tema que se viene desarrollando en el seminario, está dada por el planteo, con Lacan, de que la función de lo escrito en psicoanálisis requiere introducir dos escritos. Un primer escrito, el escrito 1, en el que Lacan toma la referencia al grado cero de la escritura de Roland Barthes, que es ilegible en tanto se refiere a un agujero, marca, huella. Es ilegible porque implica al significante fuera de una cadena, por fuera del sentido; aquellas palabras oídas y no comprendidas de las que habla Freud, pero que marcaron y afectaron al cuerpo como goce, podrán volverse letra que llame a la interpretación, a la articulación con otro significante y en un discurso.

Como señaló el docente, si ese discurso se escucha en la operación analítica, lo que se escuchará será el significante en su resonancia, quedando el significado en suspenso. La operación analítica implica entonces poner el acento en la barra que divide significante de significado, “punto donde, en todo uso del lenguaje, existe la oportunidad de que se produzca lo escrito”(2). Lo escrito ya como escrito segundo que captura un saber sobre el goce.

El libro de Lou Andreas Salomé, escrito entre 1931 y 1932, publicado por Ernst Pfeiffer en 1951, se estructura alrededor del significante “vivencia”. En principio organizado en capítulos que encabezaban su título con ese significante (“La vivencia de Dios”, “Vivencia de amor”, “Vivencia de la familia”, “La vivencia de Rusia”, “Vivencia de los amigos”, “La vivencia Freud”), luego incluyó algunos capítulos más.

Ya en el comienzo leemos: “Nuestra primera vivencia es, curiosamente, una negación. Momentos antes lo éramos todo, éramos indivisos, como alguna especie de ser inseparable de nosotros, y de pronto nos hemos visto empujados a nacer, nos hemos convertido en una partícula sobrante que tendrá que esforzarse, en adelante, para no caer en disminuciones cada vez mayores (…)”. “Así, lo primero que se experimenta es, por así decirlo, algo ya pasado, una repulsa de lo presente; el primer ‘recuerdo’ -así lo llamaríamos más tarde- es al mismo tiempo un impacto, una decepción por la pérdida de aquello que ya no es, y algo así como un saber, un estar seguro de que aún tendría que ser.”(3)

Se puede leer aquí la referencia freudiana a la primera experiencia de satisfacción, momento mítico de pérdida en el que se inscribe una huella, marca de goce, vinculada a un primer escrito que Lou Andreas Salomé hará letra en tanto se una a acontecimientos que marcaron su vida.

Esta primera experiencia, mítica, se pondrá en conexión con el “recurso a la fantasía” que intenta salvar la brecha surgida con el recurso a la religión: “La especie humana (…) constantemente salva con ayuda de la fantasía la brecha surgida ante su conciencia (…) este duplicado fantasmático –llamado a disimular lo que de problemático ha ido sucediendo con la humanidad- el hombre lo ha llamado su religión”.(4)

Nos introduce así en lo que en un principio fue un recurso –la religión-, y el instante –vivencia- en el que cae dicho recurso: acontecimiento traumático a partir de un relato escuchado en su infancia. Un frío invierno ruso, un mozo de labranza que proveía huevos a su familia le dice que una pareja se había presentado ante la casita en miniatura que en propiedad tenía ella en su jardín, esperando que la dejaran entrar, pero él los había echado. La próxima vez que vino el mozo, preocupada por el frío y hambre que podría haber pasado la pareja, le preguntó acerca de ellos, a lo cual el mozo respondió que “se habían transformado poco a poco, se habían ido haciendo cada vez más delgados y pequeños: hasta tal punto habían venido a menos, que al final se habían hundido por completo; porque una mañana, al barrer delante de la casita, sólo había encontrado negros botones del abrigo blanco de la mujer, y del hombre entero no quedaba mas que un sombrero abollado; pero el lugar donde encontró estos restos estaba todavía cubierto de sus lágrimas congeladas”.

Dirá Lou: “Para mí lo incomprensible de esta historia misteriosa albergaba su aguijón más duro no en la compasión por los dos, sino en el enigma de la transitoriedad (…) toda yo exigía una respuesta (…) Es probable que esa misma noche solventara mi exigencia con el Buen Dios. (…) bastaba con que su boca muda dejase pasar un par de palabras entre sus invisibles labios: ‘El Sr y la Sra Nieve’. Pero el que no se aviniera a hacerlo significó una catástrofe.”(5) Aquellas palabras oídas y no comprendidas, a falta del significante que proporcionara el efecto de sentido, se experimentaron como vivencia-trauma, que se volvió escrito segundo.

Igual destino tendrían las siguientes “vivencias”, de amor en la pubertad –referida al predicador y teólogo holandés Gillot, doble de la figura de Dios que cae en el instante en que se manifiesta en él un deseo. Este preceptor y maestro que encarnaba el doble del buen Dios, al poner en evidencia sus intenciones de unirse a ella, fue experimentado como trauma: “De golpe lo adorado se me cayó, del corazón y los sentidos, a lo ajeno (…) era otro a quien tenía frente a mí: alguien a quien no había acertado a reconocer claramente bajo el velo de la deificación.”(6)

Nuevamente se presentifica la barra en el Otro, lo ajeno como falta de respuesta experimentada como trauma. En el plano del amor lo traumático deriva de la falta de significante para responder como mujer frente al deseo de un hombre. Desde muy temprana edad Lou había manifestado su negativa a cumplir con el destino fijado en la época para una mujer de su posición social, casarse y ser madre.

La vivencia de amor retornará en su escrito en relación a dos hombres: el filósofo Paul Ree, y el poeta Reiner María Rilke. Se referirá a Paul Rée en el capítulo acerca de la “Vivencia de los amigos”, con quien mantiene una relación a pesar de haber rechazado su propuesta de matrimonio, y a quien conoció junto con Nietzche; “Verdad es que Paul Rée dio por lo pronto su paso completamente en falso, al proponerle a mi madre, para mi iracundo disgusto, un plan muy diferente –un plan de matrimonio- cosa que hizo infinitamente más difícil su aquiescencia al mío. Tuve, primero, que hacerle entender a él a qué me disponía mi vida amorosa, ‘concluida para toda la vida’ y mi afán de libertad totalmente desencadenado”(7) .

Como señala Graciela Musachi (8) “tratándose de Lou, siempre hay cerca un nombre masculino relumbrante afirmando algo acerca del valor que la palabra de esa mujer tiene para ellos (…) Estos hombres a quienes hablaba, o a quienes prestaba oídos, tienen una particular relación con la palabra. Su marido: un filólogo extraño de talento lingüístico asombroso. Paul Rée: filósofo. P. Bjerre: psicoanalista. Nietszche: primero filólogo, luego filósofo. R.Rilke: el gran poeta al decir de Freud. V.Tausk: abogado, médico, psicoanalista. H.Gillot: predicador y teólogo. S. Freud: el fundador del psicoanálisis”.

El rasgo que la une a estos hombres será su relación a la palabra. En su texto El erotismo Lou Andreas Salomé dirá al referirse al amor: “En esta actuación creadora de ilusiones la mutua influencia en la unión amorosa suele crear mejores ocasiones que una real independencia, pues entonces el otro se queda ahí, con nosotros ‘fuera’, fuera de nosotros, únicamente rozando fructíferamente el ámbito de nuestro ser, de forma que así, desde ese punto se adentra uno en el mundo restante, se erige en el propio punto de enlace con la vida, ese aspecto exterior de las cosas que nunca puede captarse de otro modo; se convierte en el medio en el que se nos despliega y habla la vida, donde nuestra alma halla las voces y los acentos oportunos”(9).

Desde la primera vivencia de amor con el teólogo holandés la vida de Lou estuvo marcada por los viajes y las mudanzas. “(…)pasé todavía junto a muchos seres humanos e impresiones nuevas, que tampoco dejé pasar de largo. Mas luego llegó la hora en que algo o alguien parece hacerme seña, una noche cualquiera, y tengo que marcharme. Nunca he llegado a averiguar de modo inteligible por qué y cuándo sucede, aunque haya estado disfrutando de lo que me rodeaba con todos los sentidos y con toda mi alma. Algo no invitado se desliza en su lugar y da muestras de impaciencia”(10).

“Con los años me aficioné más a los viajes (…)alguien afirmó indiscretamente que estaba seguro de haber oído decir hace años que yo desaparecía cada primavera y otoño y que volvía completamente regenerada. Con toda seriedad y en son de reproche le respondí que de tamaña injuria debería retractarse y disculparse, que yo nunca me había atenido a las estaciones del año”(11). “Mi último viaje –en 1911- (…) ya de regreso, me fui, junto con un psicoterapeuta a Weimar, donde se reunía en septiembre el Congreso Freudiano. Un año después estuve en Viena, y desde entonces no volví a emprender ningún viaje que no tuviese que ver con el profesor Freud, o con Reiner, o fuese de naturaleza profesional (12)”.

Podríamos conjeturar que la “vivencia Freud” le permitió encontrar un lugar en el psicoanálisis, en el que halló su propia voz y el acento oportuno. Dedica dos capítulos a Freud, acentuando su curiosidad de investigador que “recibía de su ser un segmento tan contundente de su capacidad de amar” “capaz de no detenerse ante lo respetuosamente oculto: así fue cómo alguien entregado sin reservas a lo racional, encontró de modo directo la pista de lo irracional. Bautizó el elemento del ‘inconsciente’ que se le iba desvelando, con el nombre de una negación. En este sentido, las tres modestas letras de este apelativo “Uvw”, me han resultado siempre características en una forma extraordinariamente positiva, como personal rechazo de toda misteriosidad, de todo aquello por intermedio de lo cual los descubridores pueden convertirse en inventores”(13).

El “Ubw” que señala la negación, será el lugar de la marca, huella, y generación de una letra que llame a la interpretación, entrada en un discurso que abre la posibilidad de un escrito segundo.

 

 


Texto escrito a partir de su intervención en el Seminario anual que dicta Enrique Acuña en CABA titulado “Las escrituras del goce femenino-Psicoanálisis y Literatura-«

Notas:

(1) Lou Andreas Salomé: Mirada retrospectiva. Compendio de algunos recuerdos de vida, Cuarta reimpresión en «Alianza Tres”, 1988, Madrid.

(2) Lacan, Jacques: El Seminario, Libro 20, Aún, Editorial Paidós, 2007, Buenos Aires, pág. 46.

(3) Lou Andreas Salomé: Mirada retrospectiva. Compendio de algunos recuerdos de vida, Cuarta reimpresión en «Alianza Tres”, 1988, Madrid, pág. 9.

(4) Op.cit., pág. 10.

(5) Op.cit., pág. 15.

(6) Op.cit., pág. 26.

(7) Op.cit., pág. 68.

(8) Musachi, Graciela: “Lou Andreas Salomé: Cartas en exceso”, en Nombres del Psicoanálisis, Anáfora, Buenos Aires, 1991.

(9) Lou Andreas Salomé: El erotismo, José J. Olañeta Editor, Barcelona, 1983, pág. 77.

(10) Idem, Mirada retrospectiva. Compendio de algunos recuerdos de vida, Cuarta reimpresión en «Alianza Tres”, 1988, Madrid, pág. 93.

(11) Op.cit., pág. 159.

(12) Op.cit., pág. 161.

(13) Op.cit., pág. 139.

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